Estoy en un parque al lado del zoológico, uno donde tiene varias canchas públicas, juegos infantiles, una biblioteca que a esta hora está cerrada y un área con mesas para que las personas hagan picnics aquí.
Salimos de la caseta donde puedes comprar ciertos artículos, incluyendo, balones como el que Stanley acaba de comprar.
— ¿Venimos a que practiques? —junto mis cejas.
Deja caer el balón para que rebote en el pavimento y lo toma. —No, venimos a jugar, tú y yo —me da una mirada—. Si me ganas, tendrás derecho a algo mañana.
Hago una mueca. —Eso es injusto, yo no soy buena.
—Vamos a verlo —vuelve a rebotarlo—. Pero si yo gano, tienes que hacer algo por mí.
—Estoy cansada de tus apuestas. —Aún recuerdo que estamos en medio de una, una que posiblemente vaya a perder porque se trataba sobre que Stanley iba a demostrarme que era un chico diferente y hasta ahora, lo ha logrado.
—Mis apuestas son las mejores —me da el balón—. Vamos, muñeca, haz lo que te gusta hacer y humíllame frente a todas estas personas.
A nuestro alrededor hay otras personas jugando en grupos, chalando o simplemente pasando el rato. Nadie nos está viendo así que la supuesta humillación no será tan satisfactoria.
Llegamos a la cancha que alquilamos por una hora y Stanley comienza a rebotar el balón con sus dos manos, en un movimiento rápido, se la pasa de adelante hacia atrás y de nuevo al frente.
Bien, ahora solo está presumiendo.
—Me rindo —digo—. Me vas a ganar.
Me pasa el balón y con torpeza lo tomo. —Inténtalo, solo tienes que anotar diez veces y listo, haré lo que quieras —me guiña el ojo—. Lo que quieras.
Arrugo mi nariz. — ¿Si te pido que te rapes todo el cabello lo harías?
Sonríe. —Si eso te hace feliz, claro pero estaba pensando en otras cosas, como que tal vez te gustaría probar algo con tus labios.
Lo fulmino con la mirada. —Stanley Hayes, juro que si es una broma de esas…
—Helado —levanta las manos—. Dios, ¿Por qué siempre piensas lo peor de mí? Vamos, Lacey, hoy tú y yo somos rivales.
— ¿No lo somos siempre? —reboto el balón dos veces.
Stanley me lo quita sin problema. —Ven, quítamelo antes que —lo lanza a la canasta y encesta—, anote.
Tomo el balón y entorno mis ojos. —Bien, pero si te acercas te daré un golpe.
—Eso es una falta —afirma.
—No me importa —reboto el balón, pensando en cómo pasar sin que Stanley me lo quite, lo intento pero de nuevo lo toma fácilmente.
—Vamos muñeca, puedes hacerlo mejor —lanza otra vez y anota.
Le arranco el balón de las manos. —Deja de decirme así, no soy tu muñeca.
—Nunca dije que fueras mía —se pasa las manos por el cabello para moverlo hacia atrás—. Claro, no tengo ningún problema con que quieras eso.
—Cállate —esta vez no lo reboto, simplemente lanzo y aunque estuvo cerca de entrar, se cayó a un lado.
—Así no —dice—. Tienes que estirar el brazo de otra forma.
Me encojo de hombros. —No sé jugar esto, en realidad, no sé ningún deporte y no me importa, están sobrevalorados.
Stanley ríe. —Los deportes no están sobrevalorados —rebota mientras camina alrededor de mí—. Realmente te ayudan, si eres disciplinado y lo tomas enserio te sirven de muchas formas.
—Suenas como mi papá —tengo que mover mi cuerpo para seguirlo.
Él sigue rodeándome. —Tu papá tiene razón, tu cuerpo necesita estar en movimiento para que no pierda la flexibilidad con el tiempo, además ayuda al corazón, los pulmones, tu sistema digestivo…
—Ya entendí —lo detengo—. ¿Has pensado en promocionar el deporte? Te sale bien.
—Me salen muchas cosas bien —lanza estando frente a mí, encesta de nuevo—. Como esto.
Doy dos aplausos. —Felicidades, ya probaste que eres bueno, ¿Qué quieres que haga?
—No, aún no hemos terminado —se inclina para tomar el balón y me lo entrega—. Te enseñaré como tirar, ven aquí.
Se coloca detrás de mí y me toma de los codos, me acerca a su cuerpo para que pueda poner sus manos sobre mis manos. Siento el pecho de Stanley subiendo y bajando contra mi espalda, su rostro muy cerca del mío por encima de mi hombro derecho y sus manos tomando el dorso de las mías.
Suelto el balón. — ¿Qué haces?
Sube mis manos como si sostuviera un balón falso. —Hazlo así, mueve tu pie para adelante un poco —lo hago y un escalofrío me recorre cuando siento su mejilla contra la mía—. Ahora, inclínate un poco y lanzas de esta manera.
Recrea el movimiento que debería hacer pero yo no estoy prestando total atención. No puedo concentrarme en estas lecciones si Stanley está tan cerca, tomando mis manos y susurrándome tranquilamente.
Muerdo mi labio inferior, no puedo creer que mi corazón esté acelerado por esto. Es tan cliché, tan tonto y tan básico, probablemente lo hacía con otras chicas pero, sin duda tiene un efecto en mí.
— ¿Lacey? —Me habla—. ¿Prestas o no atención?
No. No puedo hacerlo si hueles así de bien, si tus labios están cerca y si tú…
BASTA.
¿Qué me pasa?
Reacciona Lacey Benson, tú no eres así. No caes por este tonto. Es Stanley Hayes, el idiota de la escuela que odiamos y que no podemos soportar y que, bueno, nunca hemos sentido nada por él, ¿verdad?
La imagen de Corey pasa por mi mente y me despego de Stanley.
Es cierto, a mí me gusta Corey y a él le gusto yo, somos mejores amigos y voy a encontrarlo. No me voy a distraer con Stanley en ese sentido, no importa nada, Corey es a quien yo quiero.
— ¿Ya aprendiste? —pregunta.
Algo cae sobre mi nariz, luego en mi mejilla y otra vez en mi nariz. Veo hacia el cielo y noto que está cayendo un poco de lluvia, son gotas lentas. —Oh.
—Sigamos —Stanley toma el balón y lo lanza—. Punto para mí.
Bufo. —Ya ganaste, vámonos.
— ¿Odias la lluvia? —pregunta.
Niego. —No pero, bueno, vamos a mojarnos.
Mira hacia el cielo. —Dudo que sea algo más que una llovizna, es de la temporada, estaremos bien.