En el estacionamiento de un restaurante de comida rápida, Stanley apaga el motor del auto mientras que sostengo la bolsa con la comida que acabamos de comprar.
Saco mis papas fritas y le paso las suyas. También pedimos dos helados batidos que reposan en los portavasos de nuestras puertas. Voy por la octava papa mientras espero que Stanley diga algo, porque supuestamente me iba a contar porque su actitud fue extraña hoy.
—Um, entonces —se desabrocha el cinturón para estar más cómodo—. ¿Qué exactamente quieres saber?
Trago. — ¿Por qué cambiaste de actitud luego que Russel llegara? Y, pues, ¿Por qué después que me caí actuaste extraño?
Miro al frente, recostándose en el asiento. — ¿Escuchaste la conversación con Russel, no? ¿Toda?
—Para mí desgracia, sí —digo.
Asiente. —Pues, um, ¿escuchaste la parte cuando habló de Trina, verdad?
—Sí —repito.
Toma varias papas entre sus dedos. —Cuando él se fue yo no… no me sentía bien sabiendo que él tenía un plan con ella. Me da igual si alguien toma o no pero su plan era específicamente para manipularla, ya sabes que ella no es así.
Lo veo mientras mastica por un momento.
—Entonces —continua—. Traté de hablar con ella, intenté explicarle que si la invitaban a la playa no fuera sola y que no cayera en la presión de grupo pero no me contestó hasta que salimos del restaurante, pensé que no lo vería —afirma.
Así que fue por eso que sonrió.
—Creo que solo estaba preocupado, estaba esperando una señal para que me dijera que ella los había leído y bueno, ya era cuestión personal qué decisión tomaba —confiesa.
Tomo el helado. —Hiciste lo correcto, yo también me preocupé por ella.
—Pero no hice todo lo correcto —susurra—. Cuando Russel te estaba molestando debí ayudarte, debí decir algo como Bastian lo hizo. Pero me quedé callado, a veces el silencio hace mucho más daño que las palabras.
Niego lentamente. —No, está bien, mira ellos son tus amigos y no espero que vayas en contra de la corriente por mí.
Baja la mano que sostenía una papa frita. —Honestamente, ninguno de ellos es mi amigo realmente —mira hacia un lado, retirando su rostro de mi vista—. No mentiré que me llevaba bien con ellos pero, no puedo decir que sean realmente mis amigos. Solo salíamos, bromeábamos y eso es todo. Nunca fue nada más que eso.
— ¿Ninguno de ellos? —le pregunto.
Niega, aun con su rostro apartado. —Yo solo… era parte de su grupo y estaba satisfecho con pertenecer, con tener personas siempre cerca de mí. Era satisfactorio hasta que ya no lo era y me preguntaba si un día solo debía buscar otras personas, unas que no hicieran cosas que a mí no me gustaban hacer y que no hablaran sobre temas que a mí no me gustaba hablar.
—No pensé que fuera así —confieso—. Siempre te veías tan feliz siendo popular, siempre sonriendo y siendo tan… tú.
Se encoje de hombros y regresa su vista al frente. —Hacia lo que fuera necesario para seguir siendo parte de ellos pero, ahora que veo hacia atrás me arrepiento de muchas cosas. No lo sé, estando dentro de la escuela pensaba que sería el fin del mundo si me dejaban de hablar pero ahora, creo que cada día me importa menos.
—Y entonces, ¿Trina ya no fue? —pregunto.
Sacude la cabeza para negar. —No, me avisó que se quedó en su casa cuando salimos de la cancha.
Me acomodo en el asiento. —Hiciste lo correcto.
Se encoje de hombros. —Hice lo que tenía que hacer, es… a veces, no sé, me frustro porque pasan tantas cosas en el mundo y me siento insignificante, solo quiero hacer algo.
Entorno mis ojos viendo su perfil. Stanley sin duda es una persona que ha colocado muchos muros, poco a poco está derribándolos conmigo pero presiento que faltan varios más. Unos más gruesos que los anteriores.
— ¿Por qué no eras así en la escuela, Stanley? —pregunto.
Gira su rostro y me mira. —No lo sé, mi vida se sentía como una bola de nieve. Cuando empezó la secundaria pensé que era hora de seguir adelante, digo, cambiar. Hasta ese momento no tenía amigos y solo, veía qué hacia reír a todos, como se comportaban los que siempre tenían a personas a su alrededor. Fui robando identidades de todos pero, eventualmente, perdí la mía.
Niego. —No creo que hayas perdido la tuya, aquí está ahora —afirmo—. Mira, es cierto. Cuando éramos niños nos llevábamos mejor pero luego eras diferente y sentí que nos seguiríamos llevando bien, pero ahora puedo ver lo que vi antes en ti.
Eleva una ceja. — ¿Qué viste?
Bajo la voz. —No lo sé, eras alguien que sonreía y me hacia sonreír, no pasábamos mucho tiempo juntos pero, um, supongo que a veces deseaba que sí.
Creí que iba a bromear o soltar uno de sus comentarios sarcásticos, pero en su lugar, sonríe suavemente, conmovido. —Gracias Lacey, créelo o no pero de todas las opiniones de las personas, la tuya era la que más me importaba.
Abro mis ojos al mismo tiempo que mi pecho se llena de electricidad. — ¿Yo? ¿Por qué?
Se encoje de hombros. —Me conociste antes, me hablas cuando no era como los demás, no te acercaste porque era popular. Tú no eras como los demás, tú eras diferente.
Aunque nuestras ventanas están a la mitad, puedo sentir mis mejillas calientes. —Entonces, todo este tiempo, ¿no te desagradaba? Porque prometo que parecía que sí.
Toma una papa frita, sonriendo. —Mira, no negaré que en ocasiones sí me estresaba tu actitud a veces, un poco prejuiciosa, pero en el fondo, jamás te odié. Jamás quise dañarte y por cierto, no dejaba que nadie hablara mal de ti.
Recuerdo lo que papá dijo sobre eso, sobre como él le advirtió a los del equipo que no se acercaran a mí.
—Rayos —suspiro, recostándome en la ventana, siento el poco viento contra mi cabeza—. Va solo una semana y creo que perdí a apuesta.
Stanley suelta una carcajada. — ¿Así que ya te rindes?
Chasqueo mi lengua. —No me estoy rindiendo, es claro que tú no eres tan idiota como pensaba. Creo que te odio por eso, odio que no seas como pensaba, odio que te preocupes por las personas y odio que no te odie —suspiro.