—Entonces, dime, ¿Qué preferiría? ¿Cien hormigas del tamaño de un león o mil leones del tamaño de una hormiga? —Stanley pregunta.
Me encojo de hombros. —Los leones del tamaño de hormigas.
—Pero siguen siendo leones, te van a morder —afirma.
—No importa, puedo correr imagina cien hormigas gigantes —respondo.
Bastian sale para tomar algunos de los platos que se han acumulado de los clientes, él también se encarga de lavarlos. — ¿Siguen con eso? Dejen de fingir y vayan a besarse afuera.
Ambos nos giramos para verlo. —No quiero besarlo —digo.
Stanley resopla. —Yo no quiero besarte tampoco.
—Genial —digo—. Porque jamás te besaré.
—Genial —se cruza de brazos—. Porque prefiero besar a una hormiga gigante antes que a ti.
Parece que estamos perdiendo el tiempo y en parte sí. Hoy es el día antes de un descanso nacional por lo que muchas familias aprovechan a irse de vacaciones cortas y emprenden su camino a la playa o a cualquier otra parte después del mediodía.
Aún falta una hora para que nos vayamos pero en este momento, no hay clientes.
—Bien, retomando el tema importante —Stanley se recuesta en el mostrador—. ¿Qué prefieres? ¿Volar pero siempre que aterrices te vas a tropezar o ser invisible pero dejas de serlo en momentos incomodos?
—Nada —digo—. Puedo morir físicamente o socialmente, nada.
—Tienes que escoger —Stanley reclama.
Bastian se coloca en medio de nosotros, coloca una mano sobre el hombro de su primo y otra sobre mi hombro. — ¿Qué prefieres Stanley? ¿Admitir que quieres besarla o que yo la bese?
Stanley lo mira a los ojos por un par de segundos y luego una sonrisa aparece lentamente en sus labios. —Te reto a que intentes besarla.
—Ni se te ocurra —cruzo mis brazos en una X—. Si te acercas te patearé.
—Esa es mi chica —susurra Stanley.
Arrugo la frente. —No soy tu chica.
Bastian me mira ahora. — ¿Qué prefieres tú? ¿Admitir que te gusta Stan o que entre una chica ahora mismo y lo bese?
Ruedo los ojos. —No me importa si besa a alguien.
— ¿No? —Entorna la mirada—. Bien, bien, en ese caso puedo llamar a alguien ahora mismo, estoy seguro que felizmente lo besarán.
— ¿Quién? —Stanley ríe.
— ¿Adivina quién está en la ciudad de visita? —Bastian baja los brazos—. Emmie Lot.
¿Emmie Lot? ¿Quién es ella?
Stanley eleva las cejas y por un segundo vi un rastro de emoción en su rostro. — ¿Cómo sabes?
—Porque su hermana está también aquí y aunque ya está casada, no dudó en saludarme cuando fui a comprar la fruta —Bastian le cuenta.
—Emmie… no sabía —sonríe—. ¿Y que se cuenta?
—Le pregunté si estaba soltera su hermana y le dije que tú también lo estabas, ¿no quieres volver a verla?
Dentro de mí es como si alguien estuviera arañándome el pecho.
—Sí, quiero verla —Stanley contesta—. Le escribiré.
Suspiro. —Voy al baño.
Bastian me hace una seña para que vaya. Me muevo al pequeño baño y me veo frente al espejo. ¿Quién rayos es Emmie Lot? No recuerdo a nadie con ese nombre. Quizás es alguien que Stanley conocía de otra parte.
Golpeteo mi pie en el suelo y lavo mis manos solo para que se escuche el sonido del agua corriendo. Salgo después de contar hasta cincuenta y encuentro a Bastian aun hablando con Stanley pero susurrando.
Me coloco frente a los pasteles. —Mi abuela solía decir que es de mala educación susurrar frente a otras personas.
Bastian me da un vistazo. — ¿Quieres unirte a nuestra conversación?
—No —tomo una dona con cubierta rosada—. Pero quiero comer, Stanley cóbrame esta.
—Tienes que ponerte en el frente, así sabré que eres una clienta —contesta.
Bastian ríe y ruedo los ojos. —Apresúrate.
— ¿Bastian escuchas algo? Creo que alguien quiere una dona pero no veo a nadie —Stanley es tan tonto.
Bastian se encoje de hombros. —Seguiré en lo mío, ustedes sigan coqueteando —me señala—. Ten cuidado que puede que alguien más te lo gane.
Levanto el plato con la dona. —Solo me interesa esto, me da igual Stanley.
Se va y Stanley sigue viendo al frente, como si esperara a un cliente. Suspiro y dejo la dona a un lado de la caja, me muevo hasta el frente y lo veo con ojos cansados. —Eres tan inmaduro.
—Oh, discúlpeme, ¿hay algún problema? —usa su voz amable.
Suspiro. —Apresúrate, quiero comer. —le pido.
—Claro, con gusto, ¿algo más a su orden? —Se inclina en el mostrador colocando sus brazos y juntando sus manos—. Disculpe pero, ¿está soltera?
Le doy una palmada en sus manos entrelazadas. —Apresúrate, que tonto eres.
—Tome la dona, corre a mi cuenta —me guiña el ojo—. Y si quiere, puede darme propina.
Rasco mi cuello. —Voy a creer que tú la vas a pagar —la tomo y le doy una mordida—. Está deliciosa, todo el día deseé que no las compraran todas quería una para mí.
—Dame —abre la boca.
Le doy otra mordida. —No, es mía.
—Yo la pagué —abre la boca—. Dame por favor.
La acerco y le da una mordida grande, su boca queda un poco manchada del glaseado pero no le digo nada, solo la muerdo otra vez.
— ¿Adivina que haremos hoy? —pegunta al mismo tiempo que dos personas entran, un chico y una chica.
Me muevo a la parte de atrás y tomo gel anti bacterias, trago lo último que queda en mi boca.
—Tú pagas —le dice la chica al chico.
—Yo no —chasquea la lengua—. A ti te dio el dinero mamá.
—Pero tú eres mayor —reclama, la que ahora comprendo, es su hermana.
—Pero tengo gastos, rápido paga con tu mesada —le dice él a ella.
—Buenas tardes, ¿Qué desean ordenar? —pregunta Stanley, lentamente cauto antes de interrumpir.
La chica suspira. —Um, dos cafés de helado por favor y una rodaja de pizza de peperoni para llevar.
—Dos —agrega el chico sonriéndole a Stanley.
— ¿Dos? —pregunta Stanley.
La chica se encoje de hombros, resignada. —Sí, dos.
—Oye, disculpa, tienes algo en tus labios —le dice el chico, es alto y su cabello tiene varios tonos de rubio—. Justo ahí —señala la comisura derecha.