Miércoles.
—Buenas tardes —Stanley saluda a mis padres cuando entra a la sala.
Hoy es miércoles y no fui a trabajar y aunque estaba un poco nerviosa por lo que pasó ayer, cuando me encontré con Stanley hace unos minutos no mencionó nada del tema. Aprecio mucho que sea así, que no me fuerce a hablar de eso.
Le pedí que me esperara en el auto pero él insistió en bajar y saludar. Aun no sé cuál es su plan y su atuendo no me da pistas. Es bastante similar a como lo he visto en ciertas ocasiones, como esas veces que sale con su familia para celebrar el cumpleaños de uno de sus abuelos.
Su camisa de botones, con mangas cortas y de un tono azul oscuro, pantalones negros y el cabello hacia atrás lo hace ver como “un niño bueno” y aunque cada día intento dejar de pensar en mis prejuicios sobre él, no puedo evitar verlo de cualquier otra manera menos “un niño bueno”
Por otra parte yo estoy usando unos pantalones algo desteñidos y una camiseta que compré en la sección de hombres porque me gustó el color rosa y esas camisetas son más baratas.
—Oh, hola Stanley —mamá lo mira, sonriéndole—. Lacey ya nos dijo que iba a salir contigo.
—No es una cita —me apresuro a decir.
Papá suelta una carcajada. —Se buena con él, Lacey Masie.
Ruedo los ojos. — ¿Por qué yo debería ser la buena? ¿No deberías cuidarme de los chicos?
—Stanley es de los buenos —papá afirma—. Pero conozco a mi hija, tú tienes un carácter fuerte lo cual estoy orgulloso, me gusta que seas así pero no seas tan dura con él.
Stanley me da una mirada para burlarse. —Sí, Lacey, sé buena conmigo.
Callie baja las escaleras y detrás de ella va Shane, ambos se acercan a Stanley. —Hola —mi hermano saluda—. ¿Vamos a jugar hoy?
—Déjalo Shane, él vino por Lacey para ir a su cita —mamá afirma.
La fulmino con la mirada. —No es mi cita, no es una cita.
Shane abre los ojos y sonríe. — ¿Te gusta mi hermana? ¿Son novios?
Eso hace que todos rían menos yo. —Mejor vámonos —le pido.
— ¿Te gusta? —Shane insiste.
Stanley me voltea a ver y luego se encoje de hombros. — ¿A quién no le gustaría tu hermana? Es bastante linda y dulce, jamás se enoja y nunca usa el sarcasmo.
—Que gracioso —digo yo—. Vámonos, antes que sigas con esto.
Shane me mira ahora. — ¿Te gusta Stanley? ¿No te gustaba el otro chico?
Mis ojos se abren. Está hablando de Corey. —Adiós Shane.
Por alguna razón me siento culpable, no sé si con Corey por estar pasando tiempo con el chico que nos desagradaba o si con alguien más. No estoy segura.
—Adiós —les digo a mis padres, levantan la mano y sonríen.
Stanley aclara su garganta. —Um, no vendremos tarde y si necesitan algo pueden llamarme.
—Claro, está bien chico —papá le dice.
Stanley me abre la puerta de mi casa y yo paso haciendo una mueca, luego se apresura para llegar antes y abrirme la de su auto.
—Basta —pido riendo.
Sonríe. —Seré tu mejor cita, no podrás olvidarme y en sesenta años aun hablaras de mí.
Ruedo los ojos otra vez, un día se me van a salir y será todo culpa de Stanley.
Estando adentro lo volteo a ver. — ¿A dónde vamos?
—Es una sorpresa —repite, lo ha dicho tantas veces.
—Genial —respiro y el olor a algo dulce me llega a la nariz, volteo y veo una canasta grande, de esas para picnics—. ¿Haremos un picnic? —pregunto emocionada.
Lo admito, los libros me han llenado de ideas como esta. Tener un picnic, aunque no precisamente esperaba tenerlo con Stanley. En algún punto le sugerí a Corey que tuviéramos uno pero él dijo que las hormigas se iban a subir en toda la comida.
—Ya lo viste —suspira—. Bueno, sí, lo haremos. En el parte del centro está abierto hoy, habrá música y un show de luces artificiales, creo que es un buen lugar.
Llegamos al parque y no somos los únicos que están aquí, hay gente por todas partes pero el lugar es suficientemente grande para todos. Encontramos un espacio libro cerca de un árbol pequeño, Stanley baja la canasta y saca una manta roja para colocar todo.
Saca varios contenedores, un par de latas, mandarinas y uvas, dulces empaquetados y una botella de sidra de cereza. También coloca platos de porcelana y dos copas.
Lo veo todo mientras estoy parada a un lado y me sorprende todo lo que ha preparado. Ayer le hice preguntas que no me contestó y sigo teniéndolas, ¿Por qué tantas molestias por mí?
Me hace una seña para que me siente a su lado, lo hago, acomodándome cerca. — ¿Desde cuando eres un experto en picnics? —molesto.
Toma una uva. —Desde que vi un video de diez cosas que debería llevar a un picnic.
Suelto una carcajada. —Genial, creo que hiciste un buen trabajo —tomo un contenedor—. ¿Qué hay aquí?
—Es carne, vamos a comer tacos —toma otro—. Aquí están las tortillas y ahí hay tomate, queso, pimientos y, ay no, olvidé el aguacate.
Sonrío. —Está bien, suena delicioso sin aguacate.
—Y sin cebolla porque sé que no te gusta —afirma.
Mi corazón se acelera otra vez. — ¿Cómo lo sabes?
—En tu fiesta de cumpleaños dieron hamburguesas, ¿recuerdas? —hace varios años atrás—. Tú le quitaste la cebolla.
Asiento. —Recuerdas todo, ¿no?
—Sí —baja la mirada—. Sí, siempre recuerdo todo.
Ahora su expresión cambió, luce triste y no quiero que se vea así entonces tomo una tortilla y una cuchara plástica. —Te prepararé tu taco, ¿con todo?
—No es todo lo que un taco lleva pero, hice lo que pude con lo que tenía —se encoje de hombros—. Así que sí, con todo.
—Yo creo que está bien así —afirmo—. Ten.
Toma un plato y dejo su taco ahí, él toma una servilleta para envolverlo y evitar que todos los ingredientes se caigan. Le da un mordisco y sonríe. —Mi abuela me ayudó con la carne, ella la hace muy bien.
Puedo sentir el olor y mi boca se hace agua con imaginarme como sabe. —Quiero el mío —digo, tomando una tortilla.
—Ah, esta es tuya —me da una lata de soda de fresa—. La cidra es para más tarde.