Salgo de mi casa sabiendo que luzco horrible pero no me importa.
Únicamente alcancé a ponerme un par de zapatos y eso es todo, no me importa cómo me miro ahora mismo.
Stanley está afuera, lanzando balones al aro como lo ha hecho muchas veces antes pero ahora, su rostro iluminado por el poste de luz, demuestra que está mal. Que ahí adentro, en su corazón, guarda un secreto que le rompería el corazón a cualquiera.
Me cruzo la calle y aún no me ha notado, es hasta que estoy en la acera de su lado que voltea pero sigue rebotando el balón. A diferencia de cómo me veo yo con mi ropa de casa, él se ve muy bien. Sus brazos definidos, su rostro siempre atractivo y su altura que lo hace ver como un modelo.
No lo sabía.
El dolor en sus ojos siempre estuvo ahí pero no podía verlo, él estaba pasando por tanto y era tan bueno ocultándolo.
—Stanley —le hablo.
Suspira y toma el balón entre sus manos. — ¿Qué? —sus ojos se desvían un segundo a mis rodillas y luego a mis ojos.
Doy un paso más. —Dime ese secreto que me ibas a decir.
Entorna los ojos. —Vete a casa, Lacey —se gira para lanzar de nuevo.
—Stanley, dime —doy tres pasos y estoy cerca de él—. Hazlo.
Chasquea la lengua. — ¿Puedes dejarme en paz? —Aprieta la mandíbula—. Solo vete.
No lo haré.
Lo odio por no llorar, por no gritar, por no insultar. Lo odio porque supo cómo colocar barreras y muros, supo cómo sonreír en los momentos correctos y supo cómo caminar con la frente en alto como si nada estuviera mal.
—Stanley —me muevo para estar frente a él—. Basta de esto, dime tu secreto, dime lo que querías decirme hace años en tu casa, cuando se fue la luz.
—Ya te dije una cosa —lanzó el balón sobre mí y soltó un insulto cuando no encestó—. Vete, me estorbas.
—No me importa —cruzo los brazos, se mueve para ir por el balón pero yo lo hago también, bloqueando su paso—. Habla, Stanley, dilo.
Me mira y sus ojos están llenos de enojo, ahora, como nunca antes. Sí, tengo miedo pero sé que esto es un mecanismo. Sé que está usando sus máscaras conmigo. — ¿Cuál es tu problema? ¿Qué quieres de mí? ¡Vete!
Niego, estiro mis manos y tomo su rostro. —Dime, Stanley, por favor —bajo la voz.
Él seguía manteniendo el contacto visual y luego, algo en él se quebró. Retiro el rostro con brusquedad. — ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso no soy un egocéntrico? ¿No soy un idiota? ¿Acaso no me odias? Vete, no tienes que estar cerca de alguien que solo usa a las personas y les hace daño.
—No me haces daño —afirmo—. Lo siento, fui una tonta, estaba molesta porque me caí y no me ayudaste pero no pienso eso. Pienso que eres alguien muy bueno y no te entiendo totalmente pero sé que no eres malo, lo siento.
—No te ayudé —susurra—, porque pensé que no querías que lo hiciera, lo siento. Pensé que si lo hacía, te ibas a sentir débil y humillada.
Trago saliva. —Está bien, ya no importa —respiro profundo—. Stanley, por favor, dime tu secreto. No quiero presionarte pero, sé que necesitas decirlo y mereces hacerlo, porque yo…
Sus ojos se abren y ceo que incluso su rostro palideció. — ¿Lo sabes?
Muerdo mi labio inferior. —No sé todo pero papá me dijo algo y no sé los detalles ni nada más que solo una sola frase.
Stanley arruga la frente y me ve, intentado lucir enojado pero ahora está triste. Puedo ver como sus ojos brillan, está luchando por contener las lágrimas. —No Lacey, vete por favor.
Tomo su mano. —Stanley, yo confío en ti, tu confía en mi —pido—. Tú no te fuiste esa noche cuando lloré, yo no me iré.
Stanley arruga el rostro presionando sus labios y sus ojos, está peleando contra las lágrimas pero ahí están, aparecen finalmente. Sin yo poder hacer algo más, me acerca a su cuerpo y entierra su cara en mi cuello. Las lágrimas salen mojándome la piel pero no me importa, lo abrazo con fuerza.
Se separa luego de un momento, limpia sus mejillas con el dorso de su mano. —Lo siento.
—No digas eso —sostengo su mano—. Estoy aquí, Stanley.
Mira hacia el cielo oscuro. — ¿Podemos ir a otro lado?
Asiento, sin pensarlo.
Él no suelta mi mano solo me mueve fuera de su casa, caminamos en silencio pasando frente a otras casas hasta llegar al final de la calle, donde hay un cruce. En la esquina hay un bloque grande de concreto donde a veces las personas se sientan, él se mueve ahí para que nos detengamos.
Se sienta y lo hago también, no suelta mi mano y yo no la retiro, dejo que con su otra mano acaricie el dorso.
—No… no he hablado de esto fuera de mi familia —afirma—. Seguramente papá se lo dijo al tuyo en algún momento, de todas formas… es un poco obvio.
Me muevo más cerca de él. —No sé cómo lo sabe.
—No importa —suspira—. Supongo que tú sabes que solo vivo con mi papá, ¿no?
Asiento. —Sí, lo sé.
— ¿Qué pensabas sobre eso? —pregunta, viendo nuestras manos.
Me encojo de hombros. —Pues, que tal vez tus padres estaban divorciados.
Niega, su labio inferior tiembla y toma aire por la boca para controlarse. —No… no, eso no era así.
Lo sé ahora.
—La mayoría de las personas piensas en eso, cuando me preguntaban decía que ella estaba en otro lado —su mamá.
Trago saliva.
Respira profundo, mira hacia arriba. —En realidad, no es una mentira —toma otra respiración larga—. Porque mi mamá —su voz se quiebra—, ella… está desaparecida desde hace nueve años.
Me suelta las manos y se cubre el rostro, ahogando sus sollozos.
Papá me dijo: Lacey, la madre de Stanley está desaparecida, no seas tan dura con él.
Mis ojos se llenan de lágrimas viéndolo ahora mismo. A pesar de ser alto y fuerte, luce como un niño pequeño. Con cada ruido que hace, mi corazón se rompe. Me siento tan mal por lo que le dije, ahora entiendo por qué se ofendió cuando le dije que él no comprendía lo que yo sentía por Corey.
Quiero ayudarlo, quiero que deje de sentirse de esta manera pero sé que no hay nada que diga o haga que quite ese dolor. Su madre está desaparecida, ha estado desaparecida por nueve años.