— ¿Estás bien? —Stanley pregunta en la puerta de mi habitación.
No me sorprende que mamá lo haya dejado entrar hasta aquí. Ayer ni siquiera hicieron ningún comentario raro sobre el hecho que estuve con Stanley por ocho horas o más, en un viaje a un lugar desconocido y solos.
No, a ellos solo les importaba mi bienestar y los únicos comentarios que hacían sobre Stanley era para adularlo. No me sorprende, él es buena persona después de todo.
Suspiro, viéndolo. —No.
Estoy en la cama desde la mañana, no creo que esté enferma pero no tengo ganas de nada. Ayer por la noche recordé las palabras de Corey y solo terminé sintiéndome insultada y humillada.
Volví a revisar todos esos mensajes que le envié a Corey y me arrepentí de haberlo hecho. Era como si cada día yo pensaba más en él y sus pensamientos sobre mí menguaban.
Aún conservo las fotografías que nos tomamos juntos, pero son igual de vergonzosas. Siempre yo sonriendo, inclinándome a su lado mientras que él lucía desinteresado.
¿Por qué no pude verlo?
Seguro le contó a sus nuevos (o antiguos amigos) sobre la chica que viajó por horas solo porque creyó que le gustaba. Que patética.
— ¿Qué tienes? —pregunta, dando un paso adentro—. ¿Necesitas algo?
Lo veo y solo quiero que se acerque. —Um, ¿Puedes hacerme compañía?
No lo duda, empuja un poco la puerta para dejarla cerrada a la mitad y toma la silla del escritorio para sentarse cerca de la cama. Stanley hoy lleva una camiseta amarilla y no puedo creer que cada color se le vea bien.
—Tus padres me dijeron que no has desayunado —dice.
Niego. —No tengo hambre.
Junta las cejas y abre la boca, dramáticamente. — ¿Qué? Eso no es posible, Lacey jamás rechazaría la comida.
Sonrío. —Tonto.
Se acerca un poco más y toma mi mano. — ¿Qué pasa? ¿Es por lo de ayer?
Asiento, no necesito decirle nada más porque ya lo confesé todo.
Suspira y rueda los ojos. — ¿Si comienzo a decirte algunas cosas y elevo tu ego, te sentirás mejor?
Bufo. — ¿Qué?
Suelta mi mano y eso me hace sentir un poco triste pero lo hizo solo para levantarse de esa silla y sentarse en el borde de mi cama, a un lado de mis piernas.
Ahora que lo noto, sigo con mis pantalones de dormir que tienen pequeños gatos y perros.
—Solo diré que tú siempre te ves bien —afirma, haciendo una mueca—. Lo cual odio porque no debería ser así, digo, mírate. Estás en tu pijama y pienso que eres muy linda.
Aprieto los labios pero mi corazón late muy fuerte. —Lo sé, soy muy linda.
Se encoje de hombros. —Creo que sí, lo eres aunque no lo eres solo por fuera. Eres molestamente amable, me irrita tu amabilidad y tu corazón es lindo, supongo que cualquier cardiólogo diría eso.
Sonrío. —Bien…
Exhala ruidosamente. —Y, por cierto, ¿Cómo haces para sonreír de esa manera? Me haces sentir tan… tímido, o no sé. Tonta Lacey Benson, ¿Por qué tienes que gustarme?
Dejo de sonreír pero no porque no estoy feliz, todo lo contrario. Stanley es tan dulce conmigo y creo que siempre ha pensado este tipo de cosas sobre mí.
—Mi punto es —aclara la garganta y baja la mirada al suelo—, cualquier persona sería las más afortunada si tuviera un pequeño espacio en tu corazón y sería un enorme idiota si lo rechazara.
Sé que lo dice para hacerme sentir mejor y lo ha logrado.
Respiro profundo. —Um, gracias —me levanto para sentarme y toco su brazo—. Eres una buena persona.
Me guiña el ojo aunque no como las otras veces cuando “coquetea” sino de una manera dulce. —Lo intento.
Miro hacia la puerta y luego hacia él. — ¿Quieres hacer algo hoy?
Levanta las cejas. — ¿Ya te curaste?
Resoplo. —Supongo, no sé, tengo hambre.
—Definitivamente te curaste —coloca su mano sobre mi cabeza—. Mi amor te hace bien, ¿no?
“amor”
—No —respondo—. Pero te usaré para que me compres algo de comer.
Despeina mi cabello antes de retirar su mano. —Nada de comida basura, te haré algo saludable, ¿Te gusta la granola? Necesitas vitaminas.
Me acomodo el cabello. —Necesito pastel de fresa o chocolate o tal vez…
—Necesitas vitaminas —se levanta—. Vamos, levántate para que vea tu atuendo completo. Si te sigues vistiendo así, me voy a enamorar de ti aún más.
Empujo su costado. —No te burles de mi pijama, es linda.
—Ajá —coloca la silla frente al escritorio—. Como digas.
Salgo de la cama y de nuevo, tengo uno de esos momentos donde asimilo la situación.
Stanley Hayes está en mi casa, viéndome con mi ropa de dormir y sin arreglarme en absoluto. Aun así, piensa que soy linda y se esforzó para hacerme sentir mejor.
Me acerco a él y rodeo su cuerpo y brazos con los míos, él suelta un risa un tanto nerviosa. — ¿A qué se debe este abrazo?
A que siempre fuiste mejor de lo que pensaba.
A que no entiendo porque me miras de esa manera, pero me gusta.
A que, tal vez, siempre fuiste tú.
—Porque eres mi chef personal —digo.
Mueve sus brazos fuera de los míos y me abraza también, recuesto mejor mi rostro en su pecho. —Soy lo que necesites, muñeca.
Mi estómago da una pirueta, también mi corazón. En realidad, todo mi interior.
Es extraño como puedo aun sentir el dolor por Corey, como una herida que te lastima cuando la tocas pero también, puedo sentir la calidez y paz por Stanley, como un remedio.
Aunque no es como si Stanley fue un remplazo, es distinto. Stanley es algo inesperado, algo que jamás pensé que sucedería. Algo que había asumido y nunca creí que iba a encontrar.
—Oye Lacey, mamá dice que… —Shane entra, como siempre, sin tocar a la puerta y al vernos, se detiene.
Iba a separarme pero Stanley me acerca de nuevo a su cuerpo. —Hola Shane, ¿Qué pasa? —le dice tranquilamente.
Shane sonríe. —Em, mamá dice que ha preparado jugo de sandía, ¿quieres?
—Ahora baja —Stanley responde por mí, mientras mi rostro está igual de rojo que ese jugo seguramente.