Después del olvido

Capítulo 5: El Baile de la Élite

La ciudad de Aurum nunca dormía, pero esa noche latía con el pulso febril del poder. El Gran Palacio de Cristal era un espectáculo de opulencia calculada, un escenario diseñado para que la élite representara su obra. Ana Sofía entró del brazo de su padre, sintiendo el peso de cientos de miradas. Sabía lo que veían: la prometida obediente, la pieza clave de una alianza, de vuelta en el tablero de juego. Pero por dentro, ya no era una pieza. Era una jugadora esperando su primer movimiento.

​Su vestido champán brillaba bajo las luces, pero su armadura era la calma glacial que había descubierto en sí misma. Sus padres, a su lado, susurraban nerviosos.

—Jonathan está aquí. Fernando, tienes que asegurarte de que bailen —murmuró su madre.

—Él sabe lo que está en juego —respondió su padre con los dientes apretados.

​Apenas habían dado unos pasos en el gran salón cuando una figura se interpuso en su camino. Jonathan Argos. No llegó tarde; la estaba esperando, una tensión apenas disimulada en su postura perfecta. A su lado, Renata Alvarenga lo miraba con ojos de halcón, su sonrisa tensa.

​—Ana Sofía —dijo Jonathan, su voz más una orden que un saludo—. Tenemos que hablar. Hay que detener este ridículo teatro.

​Intentó tomarla del brazo, un gesto posesivo para reafirmar su dominio frente a todos. Pero Ana Sofía retrocedió un paso, evitando su contacto.

—No tengo nada que hablar con usted, señor Argos. Y le agradecería que no me tocara.

​La cara de Jonathan se crispó de furia.

—Deja de comportarte como una niña. Eres mi prometida. Harás lo que yo diga.

​—Me temo que se equivoca —intervino una voz grave y profunda que cortó la tensión como un cuchillo.

​León Drakhal se materializó a su lado, una presencia imponente y oscura en medio del brillo del salón. No había visto de dónde venía, pero ahora estaba allí, interponiéndose sutilmente entre ella y Jonathan. Sus ojos verdes se clavaron en los de Argos con un desprecio helado.

—Por el tono de su voz, Argos, deduzco que la conversación no es agradable. Suéltela.

​El murmullo del salón se apagó. Todos miraban. Los dos herederos más poderosos de Aurum, enfrentados. La tensión era tan densa que se podía sentir.

Jonathan apretó la mandíbula.

—¿Y quién eres tú para meterte en mis asuntos?

​León lo ignoró por completo. Su atención se centró exclusivamente en Ana Sofía. Le extendió una mano, una invitación, una salida.

—Señorita Mendoza, ¿me concede esta pieza?

​Fue un momento que detuvo el tiempo. Ana Sofía miró el rostro furioso y posesivo de Jonathan, el hombre que la había abandonado y humillado.

Luego miró los ojos tranquilos y seguros de León, el hombre que le había ofrecido un pañuelo en su momento más bajo. La elección no era una elección en absoluto. Era una certeza.

​Ignorando por completo a su prometido, deslizó su mano en la de León.

—Con mucho gusto, señor…

​El sonido colectivo de asombro que recorrió el salón fue como música para sus oídos. Dejó a Jonathan plantado, rojo de ira y vergüenza, con Renata a su lado, cuya expresión era una mezcla de triunfo y veneno.

​El baile fue un escándalo y una revelación. En los brazos de León, Ana Sofía no se sintió como una pieza en un tablero, sino como una reina. Él la guiaba con una seguridad que la envolvía, sus cuerpos moviéndose juntos como si se conocieran de siempre.

​Cuando el vals terminó, León sostuvo su mano un instante más.

—Sé que te llamas León —susurró ella, con el corazón latiendo desbocado—. Pero, ¿quién eres realmente?

​Él llevó su mano a los labios, un gesto de respeto antiguo que era, a la vez, una caricia íntima.

—León Drakhal.

​El apellido cayó entre ellos, y ella lo entendió todo. El rival de su padre. El enemigo de los Argos.

Justo en ese momento, Jonathan, incapaz de soportar más, se acercó a ellos, su rostro una máscara de furia.

—¡Se acabó el espectáculo! —siseó—. Ana Sofía, ven conmigo ahora mismo. ¿No sabes quién es este hombre? ¡Es el enemigo de nuestras familias!

​Ana Sofía se soltó suavemente de León y se giró para enfrentar a Jonathan. Por primera vez, lo miró directamente a los ojos sin miedo, sin dolor, sin nada. Su voz fue tranquila, clara, y resonó en el silencio que los rodeaba.

​—El enemigo de mi familia no me abandonó en la cama de un hospital durante dos semanas.

​Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran, y luego asestó el golpe de gracia.

Él, al menos, estuvo allí. ¿Dónde estabas tú, Jonathan?

​Jonathan se quedó paralizado, sin respuesta, humillado frente a la élite de Aurum. Ana Sofía, sin dedicarle una segunda mirada, se giró de nuevo hacia León, aceptando el brazo que él le ofrecía, y juntos se alejaron, dejando a Jonathan completamente solo, derrotado y expuesto en medio del salón que ahora murmuraba su nombre con lástima y desprecio.




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