Sofía llegó puntual a la oficina, como siempre. Llevaba puesto su cálido abrigo beige, una libreta de cuero gastada y sus auriculares con la música que la calma y la protege del mundo.
Al entrar, se quitó rápidamente el abrigo y lo dejó caer sobre el respaldo de su silla. Se sentó frente al escritorio, donde reposaba un manuscrito con anotaciones a lápiz dispersas por todo el texto. A su derecha, una taza de café a medio terminar: clara señal del desvelo de la noche anterior.
Era martes. El tipo de martes que no promete nada. Afuera, la lluvia apenas tocaba los cristales, como si dudara de su propia existencia. Dentro, Sofía revisaba las correcciones de una novela que hablaba de amores imposibles y finales que no convencían. Nada nuevo.
Mientras se encontraba concentrada, el sonido de un correo entrante rompió el silencio de la oficina, como una nota disonante en medio de una sinfonía que Sofía conocía de memoria.
Abrió el correo sin entusiasmo.
Asunto: *Nuevo manuscrito – L. Vega*
El nombre no le decía nada. El archivo adjunto sí: *La casa sin ventanas*.
Descargó el archivo, lo abrió, y en la primera página leyó:
“Hay personas que viven encerradas sin saberlo. No por miedo al mundo, sino por miedo a lo que el mundo podría ver en ellas.”
Sofía se detuvo por un instante. No por la frase, sino por lo que le provocó: una punzada, un eco, una sensación de haber sido leída sin haber hablado.
Dejó de lado el manuscrito en el que trabajaba y comenzó a leer lo nuevo con curiosidad. Pasó la página, luego otra, y otra.
El protagonista vivía en una casa sin ventanas. No por castigo, sino por elección. Afuera había voces, pero él solo prestaba atención a una. Aquella voz no lo juzgaba, no lo empujaba a salir de la casa donde se sentía seguro, lejos de un mundo agitado y voraz.
Sofía se recostó en su silla. Cerró los ojos.
Ese manuscrito no era perfecto. Tenía frases torpes, escenas que pedían más aire. Pero había algo en él. Algo que no se podía corregir. Algo que se parecía demasiado a ella.
Renata —la mejor amiga de Sofía— entró sin tocar, como siempre.
—¿Nuevo drama romántico? — preguntó, dejando una taza de té en su escritorio.
Sofía no respondió de inmediato. Solo giró la pantalla hacia su amiga.
—Léelo —dijo.
—¿Está bueno?
—No sé. Pero me hizo temblar.
Renata la miró sabiendo que cuando Sofía decía eso, no hablaba del texto. Hablaba de sí misma. Leyó la primera frase que encabezaba aquel manuscrito en la pantalla y miró nuevamente a su amiga.
—¿En qué piensas? - preguntó Renata con cautela, esperando no incomodar a su amiga.
—¿Cómo es posible que unas simples palabras puedan calar tan hondo en el alma?
—Chiquilla, tú mejor que nadie sabe el poder que tienen las palabras.
—Tienes razón, las palabras pueden hacerte volar y soñar maravillas o destruir tu mundo en instantes, pero esa frase… no sé, ha resonado en mi como nunca antes
—Amiga, no sé si es para tanto, digo si es una frase impactante, pero ¿por qué habría de hacer tanto eco en ti?
Percibiendo el dulce intento de su amiga por restarle importancia a aquel sentimiento que crecía en ella, Sofía esbozó una leve sonrisa en sus labios y soltó un pequeño suspiro, mientras se acomodaba los lentes y se incorporaba nuevamente en su silla.
—¿Y a qué has venido?
Renata la miro confundida y entendiendo que Sofía no quería continuar con aquella charla introspectiva, le regaló una encantadora sonrisa, mientras se encogía de hombros
—Bueno ¿acaso no puedo solo venir a saludar a mi mejor amiga, para alegrarle el día con mi presencia?
—Vamos, te conozco, tú no vendrás tan temprano a mi oficina con tan buen humor si no hubiera un jugoso chisme de por medio
—Vaya que me conoces — la sonrisa de Renata cambió para convertirse en una sonrisa picará y traviesa — ¿adivina qué he escuchado esta mañana?
—Pues por la cara que traes pareciera que te has ganado la lotería o algo así. Pero sea lo que sea en este momento estoy muy ocupada. Hablamos en el almuerzo.
— ¡Ash que mala eres! yo solo quería darte una noticia que pensé podría alegrarte un poco y distraerte un poco de tus aburridos manuscritos.
— No son aburridos, tal vez solo un poco incomprendidos. Pero está bien, cuéntame qué es eso tan importante.
Renata dio un brinco de alegría y se acercó en complicidad a su amiga
— Esta mañana, cuando pase por la oficina de los jefes, escuche que hoy vendrá un nuevo editor
— ¿Un nuevo editor? — Sofía miró confundida y a la vez intrigada a su amiga — ¿para qué necesitamos un nuevo editor?
— Pues tú eres quien debería saberlo, al final y al cabo han traído a alguien para tu área.
— No sé qué decirte. Nadie me ha comentado nada al respecto.