Después del punto final

Capítulo II. Antes de la primera palabra.

Sofía pasó toda la mañana enfocada en terminar el manuscrito en el que había estado trabajando. No podía esperar la hora de comenzar la edición de aquel documento que apareció en su correo esa misma mañana y en el que no había podido dejar de pensar. Sin querer el nombre de la autora L. Vega volvía a su mente rompiendo la concentración que la caracterizaba al trabajar.

Mientras luchaba por enfocarse, la puerta se abrió con un golpe suave, casi tímido. Sofía no levantó la vista del manuscrito; continuó con su trabajo

— ¿Sofía? — dijo una voz masculina, firme pero con una cadencia pausada, como si midiera cada palabra antes de soltarla.

Ella giró lentamente en su silla. Frente a ella, un hombre de unos treinta y tantos, alto, de buena apariencia; su piel era trigueña clara, el cabello castaño oscuro, ligeramente ondulado, peinado hacia atrás con descuido calculado, como si el descuido fuera parte del encanto. Su expresión era serena y sus ojos verde oliva, que parecían haber leído más de lo que era sano leer.

— Soy Gabriel Rivas. Me dijeron que tú podrías orientarme. Soy el nuevo editor.

Sofía parpadeó, intentando recomponer la compostura que su amiga Renata habría descrito como “perfectamente controlada”. Pero algo en la forma en que él la miraba —no con juicio, sino con una curiosidad tranquila— la desarmó un poco.

— Claro — respondió, levantándose —. Bienvenido. No sabía que habría alguien nuevo en mi área.

— Yo tampoco sabía que vendría a trabajar con alguien que tiene una biblioteca personal en su oficina — dijo, señalando los estantes repletos de novelas, manuscritos y cuadernos con notas a mano.

Sofía sonrió, apenas.

— No es una biblioteca. Es más bien santuario donde se guardan las historias que aún no saben cómo terminar.

Gabriel la miró con interés genuino.

— Entonces estamos en el lugar correcto. Me gustan los finales que no se apresuran.

Hubo un silencio breve, pero no incómodo. Sofía lo rompió con un gesto hacia la silla frente a su escritorio.

— Siéntate. Te mostraré cómo trabajamos aquí. Aunque te advierto: no somos muy convencionales.

— Me gustan los métodos que se salen del molde — dijo él, acomodándose — A veces, lo que no sigue la fórmula es lo que más se queda en la memoria.

La voz de aquel hombre tenía un timbre grave, pausado, como si cada palabra estuviera pensada antes de ser dicha. Lo que cautivó de inmediato la atención de Sofía.

—Bien, cuéntame ¿por qué has terminado aquí conmigo? —Sofía hizo una pausa breve al percatarse que tal vez hizo una insinuación poco profesional— no me refería aquí conmigo, sino aquí en la editorial.

El tropiezo en sus palabras ocasionó que Sofía se sonrojara levemente y esto causó una leve risa en su acompañante.

Gabriel se reclinó en la silla, poniendo una distancia aún más grande entre él y Sofía antes de responder

—He tenido que mudarme a la ciudad por motivos personales y como el lugar donde trabajaba antes no tiene una sede aquí, me vi obligado a buscar un nuevo empleo.

— Ya veo, pues espero que te sientas bienvenido con nosotros y podamos trabajar juntos de la mejor manera.

—También lo espero, ya que no tengo otros planes por el momento.

Sofía quedó un poco intrigada por las palabras de aquel hombre, pero sin ganas de parecer entrometida condujo la conversación de nuevo al trabajo.

—Estoy por terminar este manuscrito, si gustas después del almuerzo podemos reunirnos nuevamente para que puedas echarle un vistazo.

Gabriel tomó el documento frente a Sofía, tomándola por sorpresa; leyó el título en silencio. Sus cejas se arquearon apenas, como si intentara descifrar algo que no esperaba encontrar.

“Lo que pasó entre tú y yo” — murmuró. Guardó silencio unos segundos, luego deslizó el manuscrito de vuelta hacia Sofía con gesto neutro — No es el tipo de historia que suelo editar.

—¿A qué te refieres? — preguntó Sofía con un timbre de decepción en su voz.

—No me malinterpretes — respondió Gabriel al notar una ligera molestia en la voz de Sofía —me refiero a que me dedico principalmente a editar novelas que no se encuentran tan enfocadas en el amor.

—Claro, entiendo. Pues en ese caso déjame buscar entre mis manuscritos algo más acorde, aunque será difícil, ya que esta oficina se dedica principalmente a novelas y dramas románticos- respondió acomodándose las gafas con gesto molesto.

Sin saber qué hacer Gabriel se levantó de la silla, desviando la mirada de Sofía

—Entonces nos veremos más tarde — dijo, y salió de la oficina

—¿Pero quién se ha creído? — dijo Sofía para sí misma— ¿acaso no sabe a qué público está enfocado nuestro trabajo? Yo creo que no, más bien sólo le dijo sí a la primera oferta de trabajo que ha encontrado.

Sofía volvió hacia el manuscrito, intentando concentrarse nuevamente. Pero las palabras ya no se dejaban domar con la misma facilidad. Antes de la primera palabra, algo ya había cambiado.




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