Después del punto final

Capítulo III. Lo que no se dice en voz alta

Sofía entró en la cafetería y, al instante, escuchó el suave bullicio del lugar: las conversaciones ajenas a lo lejos, las personas pasando a su lado a toda prisa, sin notar su presencia. Ese anonimato la hacía sentirse fuera de lugar; sin embargo, al fondo, junto a la ventana, vio aquella sonrisa amable que le hizo pensar todo lo contrario.

Renata la observaba desde el momento en que cruzó la puerta. Notó algo distinto en su expresión. No sabía definir con claridad qué era, pero sí podía afirmar que su amiga no era la de todos los días.

— ¿Y bien? ¿Cómo te fue con el nuevo editor? —preguntó Renata sin vacilar, apenas Sofía se sentó.

Sofía se tomó unos segundos antes de responder. Removió su café con lentitud, como si las palabras estuvieran escondidas en el fondo de la taza.

— Gabriel Rivas. Es… distinto. No sé cómo explicarlo.

Renata sonrió con picardía.

— ¿Distinto como en “me desconcertó y no sé si me gustó”? Porque esa cara tuya no es de simple curiosidad.

— No es eso —dijo Sofía, suspirando—. Es un hombre atractivo, sin duda, y tiene una forma de hablar que te obliga a escucharlo. Sus palabras son firmes, pero sin calidez. Aun así, algo se movió dentro de mí… como si sus palabras hubieran tocado una fibra que no sabía que estaba expuesta.

— ¿Algo? ¿Cómo qué? —Renata abrió los ojos y le dedicó una sonrisa traviesa—. Pues qué va a ser… si dices que es atractivo y con una voz hipnótica, lo más seguro es que te ha causado un sueño húmedo estando despierta.

— ¡Renata, por Dios! Qué cosas dices —Sofía sintió cómo sus mejillas se enrojecían por el comentario de su amiga.

— Tranquila, mujer. Es normal que eso pase con un hombre así. Tú solo debes saber disfrutar el momento —Renata no pudo evitar reír al ver el rostro de su amiga—. Bueno, bueno… si no ha sido eso, entonces ¿qué fue?

— Pues no lo sé. Simplemente su reacción al revisar el manuscrito en el que trabajaba me dejó desconcertada.

— ¿Pero qué fue lo que hizo?

— Nada. Simplemente dijo que no era su tipo de historia.

— ¿Y cómo lo dijo? ¿Con desdén o con miedo?

Sofía se quedó pensando por un instante.

— Con pausa. Como si no supiera qué hacer… o como si no le interesara. Me sentí expuesta. Como si mi trabajo no tuviera lugar en su mundo… Y, sin embargo, algo en su mirada me retaba a demostrarle lo contrario.

— Quizá no fue eso —dijo Renata, inclinándose hacia su amiga y tomando sus manos—. Tal vez no está acostumbrado a leer acerca de lo que duele. No todos somos tan valientes como tú para leer y sentir lo que no se puede decir en voz alta.

Sofía asintió, pero no respondió de inmediato. Miró por la ventana, como si buscara en el reflejo una respuesta que aún no tenía.

— Sí, puede ser —dijo finalmente, soltando un suspiro profundo y apretando la mano de su amiga—. En fin, veremos qué pasa.

— Tranquila, amiga. Ya verás cómo logras trabajar con el sexy editor —dijo Renata, sonriendo y rompiendo la tensión que se había formado.

— Vas a comenzar de nuevo…

— Lo siento, no puedo evitarlo. Solo con lo que me has dicho de él, ya me estremecí. Y hablando de estremecer… ¿qué pasó con ese manuscrito que mostraste esta mañana cuando entré a tu oficina?

— ¿Eh? ¡Ah, claro! Ese manuscrito… pues nada realmente. Pensaba comenzar a trabajar en él tan pronto terminará el actual.

— ¡Lo ves! Date un respiro, mujer.

— ¡Basta! Pensaba tomármelo con calma. Además, no es un autor tan importante.

— ¿Ah, no? ¿Cómo sabes que no es importante? —preguntó Renata con genuino interés.

— Se hace llamar L. Vega. Ya me ha tocado revisar algunos de sus trabajos anteriores. A pesar de ser buenos, no me han convencido del todo.

— ¿Por qué no?

— Porque sus escritos son más bien relatos cortos y están enfocados en mostrar un lado más crudo de las relaciones.

— Ya entiendo. La chica escribe historias tristes, y tú más bien eres seguidora de los romances apasionados.

— Sí, creo que tienes razón —respondió Sofía, reflexionando sobre las palabras de su amiga—. Y me has dado una idea.

— ¿Ah, sí? ¿Cuál? —La expresión de Renata se tornó confundida.

— Si al nuevo editor no le gustan las historias de romance, le daré una que no lo sea.

Renata y Sofía se miraron con complicidad. Sin decir más, ambas disfrutaron del café frente a ellas, observando la suave lluvia a través de la ventana.




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