Después del punto final

Capítulo IV. Donde empieza lo inesperado

Sofía llegó a primera hora a la editorial con el manuscrito de L. Vega bajo el brazo. Lo había leído dos veces la noche anterior, no por inseguridad, sino por convicción. Había algo en ese texto que, aunque crudo, parecía hecho a la medida de Gabriel Rivas. No era romántico. No era suave. Era una historia que dolía sin pedir permiso.

Al llegar a su oficina, lo encontró revisando unos papeles, con el ceño ligeramente fruncido. No levantó la vista de inmediato, pero Sofía no esperó a ser anunciada.

— Tengo algo para ti —dijo, colocando el manuscrito sobre su escritorio con firmeza.

Gabriel alzó la mirada, curioso.

— ¿Otro texto tuyo?

— No. Es de un autor que firma como L. Vega. Creo que es perfecto para ti.

Gabriel tomó el manuscrito con cuidado, como si el peso del papel pudiera revelar algo más que palabras. Lo ojeó sin leer realmente, deteniéndose en la primera página.

— ¿Perfecto para mí? ¿Por qué?

— Porque no es una historia de amor. No en el sentido tradicional. Es una historia que incomoda, que confronta. Y tú pareces disfrutar ese tipo de lectura.

Gabriel sonrió, pero no con ironía. Había algo genuino en su expresión, como si las palabras de Sofía le hubieran tocado una fibra que no esperaba.

— ¿Y tú qué opinas del texto?

— Creo que tiene potencial. Pero necesita trabajo. El autor tiene una voz potente, pero aún no sabe cómo usarla del todo.

Gabriel se quedó en silencio unos segundos, luego cerró el manuscrito y lo deslizó hacia ella.

— Entonces trabajemos juntos.

Sofía frunció el ceño, algo sorprendida. No estaba preparada para que él aceptara el manuscrito sin dar batalla, y mucho menos se preparó para que la invitara a trabajar con él.

— ¿Juntos?

— Sí —hizo una pausa mientras caminaba hacia donde se encontraba Sofía —Quiero aprender de ti —dijo tomando asiento en el escritorio —Me han hablado de la mejor editora de Luz de Tinta, y ahora que la tengo frente a mí, sería un desperdicio no aprovechar la oportunidad ¿No crees?

Sofía no supo qué responder de inmediato. Había algo en su tono que la hacía creer que no era un halago vacío, más bien, era una invitación genuina. Una rendija abierta en alguien que parecía siempre tener las puertas cerradas.

— No suelo trabajar en equipo —dijo finalmente.

— Yo tampoco —respondió Gabriel, con una sonrisa leve—. Pero quizá eso es justo lo que necesitamos.

Sofía lo miró con atención. No era arrogancia lo que veía en sus ojos. Era respeto. Y una grieta apenas visible, como una rendija por donde se cuela la luz.

Sin poder responder, la charla entre Gabriel y Sofía fue interrumpida por la señora Altamirano, dueña de la editorial y jefa de Sofía.

— Sofía ¿qué haces aquí?

— Vine a ver al señor Rivas — respondió Sofía tímidamente

—No sabía que ustedes ya se conocían.

—Nos conocimos ayer — dijo Gabriel rápidamente, levantándose del escritorio — después de que usted me platicó acerca de su editora estrella, tuve curiosidad por conocerla y fui a su oficina.

— Ya veo, lamento no poder haber sido yo quién los presentara, pero me da gusto que ya se conozcan. Terminando con las formalidades, me gustaría aprovechar que ambos están aquí, me gustaría compartirles algo.

Ambos miraron a la señora Altamirano con genuina curiosidad

— Debido a que últimamente la venta de libros ha sido complicada y va en decadencia, me gustaría que ustedes trabajarán juntos en un nuevo proyecto.

— ¿Cómo dice? — preguntó Sofía un poco incrédula al escuchar a su jefa.

Gabriel solamente se limitó a mirar sorprendido a la señora Altamirano, ya que eso era justamente lo que le había propuesto a su nueva compañera hacía solo unos instantes.

— Si, como han escuchado. Sofía — se giró para verla directamente — eres mi mejor editora, pero te has enfrascado en revisar historias de romance monótonas y repetitivas, cuentos que se han leído más de una vez.

— Pero señora…. — Sofía fue interrumpida por la señora Altamirano, cuando ésta alzó su mano para continuar.

— Te repito, eres mi mejor editora, pero necesito que te enfoques en cosas nuevas y frescas, y es ahí donde creo que el señor Rivas podría ayudarte.

Sin ninguna forma de refutar la orden de su jefa, Sofía se quedó inmóvil, en silencio, pensativa.

— ¡Qué coincidencia! —exclamó Gabriel con una sonrisa — justamente la señorita Adler me ha traído un manuscrito para que lo revisara y le he propuesto que trabajemos juntos en él.

— ¡Maravilloso! Me alegra que hayas tenido esa iniciativa Sofía. Confío en que podrán trabajar sin ningún problema.

Sin decir más, la señora Altamirano les dedicó una última mirada y salió de la oficina sin darle la oportunidad a Sofía de asimilar lo que acababa de ocurrir.

— Supongo que es el destino ¿no crees? — preguntó Gabriel con una voz profunda, que dejaba ver una cierta emoción.




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