El café estaba casi vacío. La tarde comenzaba a apagarse, y la luz que entraba por los ventanales teñía todo de un tono ámbar. Renata removía su taza con lentitud, como si esperara que Sofía hablara sin necesidad de preguntar.
—¿Entonces? —dijo al fin, con una sonrisa ladeada—. ¿Cómo fue trabajar con el dichoso Gabriel?
Sofía soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Miró su taza, luego a Renata.
—Intenso. Pero no por el texto. Por él.
Renata arqueó una ceja.
—¿Intenso cómo?
Sofía dudó. No quería sonar afectada. Ni confundida. Pero tampoco podía fingir que no había pasado nada.
—Es… observador. Demasiado. Como si no necesitara que yo hablara para entender lo que pienso.
—¿Y eso te incomoda?
—Me descoloca.
Renata la miró en silencio. Luego apoyó los codos sobre la mesa.
—¿Te gusta no es así?
Sofía frunció el ceño.
—Claro que no. Solo que es difícil mantener el enfoque mientras me examina en lugar de concentrarse en el trabajo
Renata le dedicó una sonrisa traviesa a su amiga.
—Pues claro, con semejante hombre frente a mí todos los días, yo también perdería el enfoque en el trabajo y me concentraría únicamente en él.
— No empieces Renata. No voy a negar que es un hombre muy atractivo, pero tu sabes que no es el tipo de hombre que me interesa.
—¿Y si un galán como él no es tu tipo, entonces quién si?
—Pues …—
Se detuvo, nunca se había planteado realmente esa pregunta. ¿Cuál era su tipo de hombre?. No lo sabía…
—Ajá
—Pues sería un hombre amable y apuesto.
—¿Solo eso? vamos, puedes hacerlo mejor. Describe físicamente a tu hombre ideal.
— Bueno, para empezar debe tener una edad muy cercana a la mía. Debe ser alto y bien parecido, de tez clara, ojos claros y una mirada serena, que me haga estremecer con solo verme.
Renata soltó una risita maliciosa
—¿Te das cuenta que estás describiendo al encantador y sensual señor Rivas, verdad?
—¡Por supuesto que no! — replicó Sofía totalmente ruborizada.
—¿Ah no? ¿Y por qué te sonrojas?
— No lo hago, es solo que tu me sacas de quicio con tus comentarios absurdos. Mi descripción es de un hombre cualquiera, no de él.
—Lo que tu digas amiga, pero a tu inconsciente y a mí, no nos engañas. Ese hombre te gusta y ese debe ser el motivo por el que te sientes rara al estar con él.
Quizá su amiga tenía algo de razón. Desde que conoció a Gabriel pudo sentir esa atracción que no había sentido por ningún hombre que no fueran los protagonistas de las novelas que corregía. Y al estar cerca de él se sentía incómoda por su presencia, no porque él fuera un hombre desagradable, al contrario, se sentía de esa manera su cercanía hacía que su corazón se agitará dentro de su pecho, sus manos y piernas temblaban cada vez que le hablaba o la miraba con esos ojos verdes y profundos.
—Podría ser — dijo casi como un susurro.
—¡Lo sabía! — grito Renata emocionada — Sabía que era imposible que alguien así no te llamará la atención. Y si te soy sincera, creo que él podría ser el hombre perfecto para ti
—¿Por qué crees eso?
—Porque es guapo e inteligente, parece ser un buen tipo y se dedica a hacer lo mismo que tú, así que pienso que se entenderían bien.
—Lo de guapo e inteligente no lo puedo negar y si, siempre se ha comportado muy amable y educado conmigo. Pero no creo que un hombre así con esas cualidades se encuentre sin ningún compromiso.
—Vaya, eso no lo había pensado. ¿Crees que tenga novia o esté casado? ¿Te ha comentado algo?
—- No en realidad, nunca hablamos de cosas personales
—Bueno, pues tenemos una nueva misión, averigüemos si el guapo editor es hombre libre
—Estas loca
—Bueno, bueno. Yo averiguaré si está soltero. Tú déjame todo a mí.
Sofía solo movió la cabeza de hacia ambos lados, al escuchar a su amiga. Sabía que Renata había encontrado una nueva misión y que no pararía hasta conocer todo acerca de Gabriel y muy en el fondo ella misma tenía cierta curiosidad.
—Y si fuera soltero, ¿qué te hace pensar que estaría interesado en mí?
—Ese hombre estaría ciego si no se fijará en tí. Eres el paquete completo: bonita, inteligente y por si fuera poco la mejor editora del mundo.
—Lo dices solo porque eres mi amiga.
—Lo digo porque es la verdad. Debes darte más crédito a ti misma.
Sofía sonrió, apenas. No por vanidad. Por gratitud. Porque en ese momento, necesitaba creer que lo que sentía no era una debilidad… sino una posibilidad.