Después del punto final

Capítulo XI. Entre líneas y silencios

Renata entró a la oficina con una bolsa de pan dulce y esa energía que parecía inmune a los lunes.

—Traje azúcar para el alma —anunció, dejando la bolsa sobre el escritorio—. Y quiero chismes. Buenos. Jugosos. De esos que hacen que el café sepa mejor.

Sofía la miró desde su silla. Dudó. Pero algo en la forma en que Renata se acomodó frente a ella, como si supiera que algo estaba por salir, la hizo rendirse.

—Me besó.

Renata parpadeó. Luego abrió la boca. Luego la cerró. Luego la volvió a abrir.

—¿Gabriel?

Sofía asintió.

—¿Gabriel te besó?

—Sí.

Renata se llevó una mano al pecho, como si el pan dulce ya no fuera suficiente.

—¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Por qué no me llamaste en ese instante?

Sofía sonrió, pero era una sonrisa frágil. Como si la emoción estuviera envuelta en algo más complejo.

—Fue aquí. Después de revisar el manuscrito. No lo vi venir. No lo planeé. Solo… pasó.

Renata se inclinó hacia ella, emocionada.

—¿Y tú qué hiciste?

—Al principio, nada. Me quedé quieta. Pero luego… me dejé llevar. Fue como si todo lo que había estado conteniendo se desbordara en ese instante. Como si mi cuerpo supiera antes que yo que lo deseaba.

Renata la observó con una mezcla de ternura y curiosidad.

—¿Y ahora?

Sofía bajó la mirada. Se quedó en silencio unos segundos, como si estuviera buscando las palabras en el fondo de sí misma.

—Ahora siento que estoy cayendo. Que me estoy soltando. Y no sé si él va a estar ahí para sostenerme.

Renata se quedó quieta. No por falta de palabras, sino por respeto al momento.

—¿Lo amas?

Sofía tragó saliva. No respondió de inmediato.

—No sé si es amor. Pero lo que siento… me mueve. Me atraviesa. Me hace pensar en él cuando no debería. Me hace escribir frases que no son mías. Me hace querer que cada día tenga un momento con él, aunque sea mínimo. Y eso me asusta.

—¿Por qué?

—Porque no sé si él siente lo mismo. Porque cuando me mira, siento que hay algo. Pero cuando se aleja, parece intacto. Como si el beso hubiera sido solo una escena más. Para mí fue el punto de partida. Para él… no lo sé.

Renata se acercó y tomó su mano.

—Sofía, abrirse siempre da miedo. Amar sin garantías es como escribir sin saber si alguien va a leer. Pero tú no eres de las que se quedan en borrador. Tú publicas. Tú te entregas.

Sofía la miró, con los ojos brillantes.

—Y si me rompo?

—Entonces te reconstruyes. Como siempre lo has hecho. Pero esta vez, sabiendo que lo hiciste por algo que valía la pena.

Sofía respiró hondo. El aire parecía más liviano después de decirlo todo.

Renata sonrió.

—Ahora sí, el café va a saber distinto.




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