Sofía estaba terminando de revisar un informe cuando Gabriel apareció en la puerta de su oficina. No traía el cuaderno. No traía papeles. Solo una expresión distinta: más abierta, más decidida.
—¿Tienes planes esta noche? —preguntó, sin rodeos.
Sofía levantó la vista, sorprendida por el tono. Dudó un poco antes de responder.
—No. ¿Por qué?
Gabriel sonrió, apenas.
—Me gustaría invitarte a cenar.
Sofía lo miró con una expresión confundida y sorprendida al mismo tiempo. Sintió que el aire se detenía por un segundo. No esperaba que Gabriel la invitara tan sorpresivamente.
—Emm… —intentó responder, pero las palabras no salían de su boca.
—¿Acaso no te apetece?
—No es eso —respondió al fin Sofía—. Es solo que me has pillado por sorpresa. Pero sí, me gustaría ir a cenar.
—Perfecto. Paso por ti al final del día.
Gabriel salió de la oficina de la misma forma en que había entrado, dejando a una Sofía confundida, sin entender del todo lo que acababa de suceder. Sin embargo, su emoción no tardó en aflorar al caer en cuenta de que esa misma noche saldría con Gabriel por primera vez. Y eso la emocionaba… y la aterraba al mismo tiempo.
El resto del día, Sofía trató de enfocarse en el trabajo, intentando ahuyentar de sus pensamientos la imagen de Gabriel. Cada vez que leía una línea de texto, se imaginaba su dulce sonrisa, sus labios, y aquel beso que compartieron. Las horas pasaban, pero de una forma más lenta de lo habitual. O por lo menos así lo sentía cada vez que miraba el reloj con impaciencia, esperando que el día acabara pronto y pudiera volver a ver esos ojos claros y profundos que le robaban el aliento cada vez que los encontraba.
El restaurante tenía una atmósfera cálida, casi íntima. Las luces eran tenues, como si supieran que lo que estaba por decirse no necesitaba testigos. Sofía se acomodó frente a Gabriel, aún sin entender del todo por qué él había elegido ese lugar, esa noche, ese momento.
—Gracias por venir —dijo él, mientras el camarero dejaba dos copas de vino sobre la mesa.
Sofía asintió sutilmente.
—¿Por qué estamos aquí, Gabriel?
Él la miró fijamente.
—Porque no puedo seguir fingiendo que no pasó nada. Que ese beso fue solo un error de cálculo emocional.
Sofía sintió que el corazón le latía con fuerza, como si quisiera salir de su pecho.
—¿Y qué fue entonces?
Gabriel tomó la copa, pero no bebió. La sostuvo como si necesitara algo entre sus manos para no temblar.
—Fue verdad. Deseo. Miedo. Fue todo al mismo tiempo. Y desde entonces, no dejo de pensar en ti.
Sofía bajó la mirada. El vino parecía más oscuro bajo esa luz.
—Yo también pienso en ti. Más de lo que debería. Más de lo que sé manejar.
Gabriel se inclinó hacia ella, con una expresión que no había mostrado antes: vulnerabilidad.
—He intentado contenerlo. Disfrazarlo de respeto, de profesionalismo, de prudencia. Pero no funciona. No contigo. No cuando me miras como si pudieras leer lo que no digo.
Sofía lo miró. Y lo vio. No al escritor. No al hombre sereno. Lo vio a él. Al que temía sentir demasiado. Al que deseaba sin saber cómo sostenerlo.
—Me gustas, Sofía. Siento algo por ti —dijo, sin adornos—. No lo planeé. No lo busqué. Pero lo siento. Y no esperaba que tú sintieras lo mismo.
Gabriel cerró los ojos un instante, como si esas palabras lo atravesaran. Sofía, algo sorprendida y nerviosa, extendió la mano sobre la mesa para alcanzar la de Gabriel.
—También siento algo por ti —titubeó por un instante, pero continuó—. Y es algo que nunca antes había sentido, lo cual me asusta.
Los dedos de ambos se entrelazaron con naturalidad, como si ya supieran el camino. Ambos sonrieron con complicidad mientras se miraban fijamente.
—Vaya, eso me ha sorprendido un poco, debo admitir —dijo Gabriel.
—¿Por qué?
—Porque no imaginé que tú sintieras lo mismo. Pensaba que estabas molesta conmigo por el beso que te di.
—Debo admitir que al principio fue algo muy confuso. No sabía qué pensar sobre aquel beso. Pero desde ese momento no he podido sacarte de mi cabeza. Aunque me gustaría saber algo.
—¿Qué es?
—¿Por qué lo hiciste?
Gabriel dudó por un instante.
—Deseaba hacerlo desde el primer día que te vi —respondió con sinceridad. La respuesta tomó a Sofía totalmente por sorpresa—. Desde aquella mañana en tu oficina, solo pude pensar en ti. En tus labios. Esos pensamientos crecían cada vez que pasaba más tiempo contigo.
Sofía no esperaba que Gabriel se sincerara tanto con ella, pero le gustó ver esa nueva cara de él: más vulnerable, más humano.
—No quiero que esto sea una promesa vacía —dijo él—. Quiero que sea una construcción.
Sofía asintió con entrega.