Después del punto final

Capítulo XX. Lo que interrumpe lo que arde

—No puedo seguir viéndote solo aquí, Gabriel. No quiero que nuestra relación sea una sombra entre estas paredes.

Sofía hablaba con la voz firme, pero el corazón agitado. Gabriel estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, como si el cristal pudiera ofrecerle una salida.

—Ya hablamos de esto —respondió él, sin mirarla del todo.

—Sí, pero no me diste una respuesta. Solo evasivas. Solo silencios. ¿Qué es lo que realmente te detiene?

Gabriel se giró. Su rostro mostraba tensión, pero también algo más profundo: miedo.

—No quiero que esto se complique. No quiero que lo que tenemos se contamine con miradas ajenas, con rumores, con juicios.

—¿Y crees que esconderlo lo hace más puro? —Sofía se acercó—. Porque para mí, lo hace más frágil. Más incierto. Más solitario.

El silencio entre ellos se volvió denso. Gabriel bajó la mirada. Sofía lo observaba, esperando una verdad que no llegaba.

—¿Es que te avergüenzas de mí? —preguntó, sin poder evitarlo.

—¡No! —Gabriel reaccionó de inmediato—. No es eso. Es solo que… no sé cómo manejarlo. No sé cómo ser parte de algo que no puedo controlar.

Sofía sintió que algo dentro de ella se quebraba. No por lo que él decía, sino por lo que no decía. Por lo que seguía sin enfrentar.

Justo en ese momento, la puerta se abrió sin previo aviso.

—¿Interrumpo algo? —preguntó la señora Altamirano, con una ceja levantada y una carpeta en la mano.

Sofía y Gabriel se separaron instintivamente. La tensión aún flotaba en el aire.

—No, señora Altamirano —respondió Sofía, intentando recomponerse.

La editora los miró con curiosidad, pero no insistió. Su tono cambió de inmediato, como si decidiera ignorar lo evidente.

—Vengo con buenas noticias. La editorial ha decidido publicar La casa sin ventanas. La autora vendrá en dos semanas a nuestras oficinas para entregar el manuscrito final, con todas las correcciones que ustedes le enviaron. Incluido el capítulo final.

Sofía parpadeó. Gabriel se enderezó.

—¿Ya está confirmado?

—Sí. Y quiero que ambos estén presentes ese día. Será el inicio de la planificación para el lanzamiento. La autora está emocionada. Y yo también. Han hecho un trabajo impecable.

Sofía sonrió con cortesía. Gabriel asintió. Pero la conversación que habían dejado en pausa seguía latiendo en el fondo.

La señora Altamirano les entregó la carpeta, les dio un par de indicaciones más, y se retiró con la misma rapidez con la que había entrado.

Cuando la puerta volvió a cerrarse, el silencio regresó. Pero ya no era el mismo.

Sofía se sentó en el sofá. Gabriel se acercó, pero no dijo nada.

—¿Ves lo que pasa? —dijo ella, sin mirarlo—. En cuanto alguien entra, tú desapareces. Y yo me quedo preguntándome si esto que tenemos existe solo cuando estamos solos.

Gabriel se sentó a su lado. Quiso tomarle la mano, pero ella la retiró con suavidad.

—No quiero que me escondas más, Gabriel. No quiero que esto se convierta en algo que solo vive en la sombra.

Él la miró. No con evasión. Con peso.

Pero esta vez, Sofía no esperó una respuesta. Porque sabía que la próxima vez que hablara, sería para exigirla.

Sofía se retiró a su escritorio sin decir una palabra. El sonido de sus pasos fue lo único que rompió el silencio. Gabriel se quedó sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas, mirando el suelo como si allí pudiera encontrar una respuesta que aún no tenía.

Dudó. Respiró hondo. Y finalmente se levantó.

La encontró sentada, revisando papeles que no estaba leyendo. Su espalda recta, sus manos quietas, su mirada fija en un punto que no existía.

—Sofía… —dijo él, acercándose con cautela—. No quiero que pienses que esto es por ti. No es que me avergüence. Es que… no sé cómo manejar lo que siento. No estoy acostumbrado a compartir mi vida. A dejar que otros la miren.

Sofía giró lentamente la silla. Lo miró con una mezcla de tristeza y firmeza.

—Gabriel, ya no puedo seguir en esta ambigüedad. No quiero seguir siendo un secreto. No quiero seguir esperando que te decidas. Si no puedes estar conmigo de verdad, entonces es mejor que no estés.

Él se quedó en silencio. El aire pareció detenerse. Sofía no lloraba, pero sus ojos estaban llenos de una verdad que dolía.

—No es justo para mí —continuó—. No quiero mendigar reconocimiento. No quiero que me escondas como si esto fuera algo que solo existe cuando nadie nos ve.

Gabriel bajó la mirada. El silencio se hizo eterno. Sofía sintió que cada segundo era una despedida anticipada.

Pero entonces, él levantó la vista. Y habló.

—Dame unos días. Solo unos días más. Y lo diremos. A todos. No quiero perderte. Pero necesito hacerlo a mi manera. Con el corazón en su sitio.

Sofía lo miró. Su expresión cambió. No por la promesa. Por la decisión. Por el hecho de que, por primera vez, él había elegido avanzar.




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