Después del punto final

XXIX. Lo que se elige con calma

Renata ya está sentada, con su café en mano y los ojos brillando de impaciencia. Cuando ve entrar a Sofía, se endereza como si estuviera por recibir una primicia.

—¡Por fin! —exclama, sin disimulo—. ¿Me vas a contar o tengo que sacarte cada palabra como si fuera confidencial de Estado?

Sofía sonríe. Pero no es la sonrisa de siempre. Es más suave. Más luminosa. Renata lo nota de inmediato.

—¿Qué pasa contigo? —pregunta, entre curiosa y emocionada—. Te juro que nunca te había visto así. Ni siquiera cuando estabas con Gabriel. Estás… distinta. ¿Qué te hizo Javier?

Sofía se sienta frente a ella, toma su taza, y respira hondo.

—No me hizo nada —responde—. Pero hablamos. Y fue… diferente.

Renata se inclina hacia adelante, como si cada palabra fuera una pista.

—¿Diferente cómo? ¿Hubo tensión? ¿Miradas? ¿Silencios que dicen más que los diálogos?

Sofía ríe.
—Sí. Todo eso. Pero no fue lo que dijo. Fue cómo me escuchó. Cómo me miró sin invadirme. Cómo entendió cosas que ni yo había dicho.

Renata la observa con ternura.
—¿Y tú? ¿Qué sentiste?

Sofía baja la mirada, pensativa.
—Sentí algo que no sé nombrar. No fue deseo. No fue miedo. Fue como si alguien me viera por primera vez… sin pedirme que me explicara.

Renata se queda en silencio. Luego sonríe.
—Eso no lo viviste con Gabriel.

Sofía niega con la cabeza.
—No. Con Gabriel era distinto. Había pasión, sí. Pero también una sombra. Algo que siempre me hacía dudar. Y ayer… cuando salí del edificio, él estaba esperándome.

Renata abre los ojos.
—¿Gabriel? ¿Qué quería?

—Hablar. Explicarse. Y cuando le dije que no estaba lista… me besó.

Renata se lleva la mano a la boca.
—¿Y tú?

—Al principio me quedé quieta. Fue como recordar algo que ya no me pertenece. Pero luego… lo empujé. Con fuerza. Porque entendí que ese beso no me estremecía. No como antes.

Renata la mira con atención.
—¿Y qué sentiste?

—Nada —dice Sofía, con voz firme—. No hubo vértigo. No hubo fuego. Solo un eco. Y luego, la imagen de aquella llamada. La voz de su esposa. La traición.

Renata asiente, en silencio.

—Y después, en casa —continúa Sofía—, me senté sola. Pensé en Javier. En cómo me hizo sentir sin tocarme. En cómo una conversación puede ser más íntima que un beso. Y escribí una frase.

—¿Cuál?

—“Lo que me estremeció no fue el contacto. Fue el entendimiento.”

Renata se queda quieta. Luego sonríe, emocionada.

—Sofía… estás volviendo a ti. Y esta vez, sin miedo.

Sofía la mira.
—Estoy aprendiendo. A reconocer lo que me hace bien. A no confundir costumbre con amor. Y a no dejar que el pasado decida por mí.

Renata levanta su taza.
—Por eso. Por lo que se empieza a nombrar.

Sofía sonríe. Y brinda con ella.

Renata da un sorbo a su café, pero sus ojos no se apartan de Sofía. La ha escuchado con atención, sin interrumpir, pero ahora la curiosidad le gana.

—¿Y ahora qué vas a hacer? —pregunta, con esa mezcla de entusiasmo y preocupación que solo una amiga verdadera puede sostener.

Sofía se queda en silencio unos segundos. Mira por la ventana, donde la luz de la mañana se filtra entre los edificios. Luego vuelve a Renata, con una expresión que no había mostrado antes: determinación serena.

—No lo sé con certeza —responde—. Pero por primera vez en mucho tiempo… quiero ser valiente.

Renata se inclina hacia adelante, intrigada.
—¿Valiente cómo?

—Quiero dar el primer paso. Hacia Javier. No como lo hice con Gabriel, dejándome llevar por lo que sentía sin pensar en lo que necesitaba. Esta vez… quiero hacerlo distinto.

Renata sonríe, pero no dice nada. Espera.

—Quiero conocerlo más —continúa Sofía—. Saber quién es cuando no está frente al manuscrito. Qué lo mueve. Qué lo detiene. Qué lo ha herido. No quiero precipitarme. No quiero repetir patrones.

Renata asiente, con una ternura que le llena la mirada.
—Eso suena a algo nuevo. A algo tuyo.

—Sí —dice Sofía, con una sonrisa leve—. Esta vez no quiero que el deseo me arrastre. Quiero que el entendimiento me guíe. Y si hay algo más… que sea porque ambos estamos listos. No porque yo esté buscando llenar un vacío.

Renata se queda en silencio. Luego toma la mano de Sofía sobre la mesa.

—Estoy orgullosa de ti. No por querer acercarte a Javier. Sino por querer hacerlo desde ti. Desde lo que has aprendido. Desde lo que ya no quieres repetir.

Sofía aprieta su mano con suavidad.
—No sé si él siente lo mismo. No sé si hay algo más allá de esa conversación. Pero quiero averiguarlo. Con calma. Con cuidado. Con verdad.

Renata sonríe.
—Entonces empieza por eso. Por la verdad. Y deja que lo demás se revele.

Sofía asiente.
—Sí. Esta vez… no voy a correr. Pero tampoco voy a quedarme quieta.

Renata levanta su taza.
—Por la valentía que no grita, pero transforma.

Sofía brinda con ella. Y en ese gesto, sabe que algo ha comenzado. No con Javier. Con ella misma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.