Después del punto final

Capítulo XXX. Lo que se elige sentir

El manuscrito está sobre la mesa, abierto en las últimas páginas. Javier revisa con atención, marcando con lápiz algunas notas. Sofía lo observa desde el otro extremo, fingiendo concentración en su cuaderno, pero en realidad está pendiente de un solo momento: cuando él llegue a la hoja donde dejó su frase.

La escribió con cuidado. No como editora. Como mujer. Como alguien que empieza a reconocerse en lo que siente.

Javier pasa la página. Se detiene. Frunce el ceño, no por confusión, sino por algo que lo toca.

Lee en voz baja:

“Lo que me estremeció no fue el contacto. Fue el entendimiento.”

Levanta la mirada. Sofía ya no finge. Lo observa, expectante.

—¿Esto lo escribiste tú? —pregunta Javier, con voz suave.

Sofía asiente.
—Anoche. Después de todo.

Javier guarda silencio. No sonríe. Pero hay algo distinto en su expresión. Como si esa frase le hubiera revelado algo que intuía, pero no se atrevía a nombrar.

—Es una frase poderosa —dice—. No por lo que afirma. Por lo que implica.

Sofía se inclina hacia adelante, sin romper la distancia.
—¿Y qué implica para ti?

Javier la mira.
—Que hay cosas que se sienten antes de tocarse. Y que a veces, eso basta para saber que algo está ocurriendo.

Sofía baja la mirada. Luego la levanta con decisión.

—Javier… hay algo que me gustaría proponerte.

Él se endereza, atento.
—Dime.

—¿Podemos hablar fuera de la oficina? No sobre el manuscrito. Sobre lo que no está escrito.

Javier se queda en silencio. No por duda. Por sorpresa. Pero en sus ojos hay una luz nueva. Una alegría contenida.

—Claro —responde—. ¿Te parece bien esta noche?

Sofía parpadea.
—¿Esta noche?

—Sí. En mi casa. Es tranquila. Podemos hablar sin ruido. Sin protocolo.

Ella duda un segundo. No por miedo. Por precaución. Pero luego asiente.

—Está bien. Me parece bien.

Javier sonríe. Esta vez, sin contenerse.

—Entonces te espero. Después del trabajo.

Sofía recoge sus notas. El corazón le late con fuerza, pero no por temor. Por algo que empieza a abrirse.

Y mientras salen de la sala, ninguno lo dice en voz alta, pero ambos saben que esa conversación no será parte del manuscrito.

Será parte de lo que empieza a escribirse entre ellos.

Sofía sale de la sala de reuniones con el manuscrito en brazos y una sonrisa que no puede ocultar. No es una sonrisa amplia ni ruidosa. Es una de esas que se dibujan en el rostro cuando algo dentro se acomoda. Cuando el alma encuentra un respiro.

Camina con paso ligero, como si el aire pesara menos. Como si el mundo, por un momento, no doliera.

Desde el otro extremo del pasillo, Gabriel la ve.

Está apoyado contra la pared, fingiendo revisar su teléfono, pero sus ojos no se apartan de ella. La observa con atención. Hay algo distinto en Sofía. Un brillo que no había visto antes. Ni siquiera cuando estaban juntos.

Y entonces, Javier sale de la misma sala.

Gabriel lo ve. Lo sigue con la mirada. Une los cabos. La sonrisa de Sofía. La expresión serena de Javier. La sincronía de sus pasos.

El corazón de Gabriel se aprieta. No por sorpresa. Por celos. Por miedo. Por la certeza de que algo está cambiando, y él no forma parte de ese cambio.

Se endereza. Guarda el teléfono. Camina hacia Sofía con decisión.

—Sofía —la llama, justo cuando ella está por entrar a su oficina.

Ella se detiene. La sonrisa se desvanece, no por enojo, sino por precaución.
—¿Qué quieres, Gabriel?

—Hablar. Terminar lo que empezamos anoche.

Sofía lo mira. Por un momento, sale de sus pensamientos. Vuelve a ese beso. A esa sensación de vacío. A esa certeza que la empujó a alejarse.

—No hay nada que terminar. Lo que empezó… ya terminó hace tiempo.

Gabriel se acerca un paso.
—¿Y lo que está empezando ahora? ¿Con Javier?

Sofía lo observa. No hay ira en su mirada. Hay firmeza.

—¿Por qué te importa?

—Porque te conozco. Porque sé lo que sientes. Y porque lo que vi en tu cara al salir de esa sala… nunca lo vi cuando estabas conmigo.

Sofía respira hondo.
—Tal vez porque nunca me sentí así contigo.

Gabriel se queda en silencio. Luego, con voz baja, casi temblorosa:
—¿Sientes algo por él?

Sofía duda. No por confusión. Por respeto a lo que está naciendo.
—Sí —responde al fin—. No sé qué es. No sé si es amor, deseo, o solo una conexión que me sorprende. Pero cuando estoy con Javier… siento algo que no había sentido con nadie más.

Gabriel baja la mirada. Como si esas palabras fueran piedras que no puede sostener.

—Ni siquiera conmigo —dice, sin poder evitar el dolor.

—Contigo sentí muchas cosas. Pero nunca esta paz. Nunca esta claridad.

Gabriel no responde. No sabe cómo. No tiene palabras que puedan competir con lo que Sofía acaba de decir.

Ella lo mira una última vez.
—No me sigas buscando, Gabriel. No por celos. No por costumbre. No por miedo a perder lo que ya perdiste.

Y se marcha. Sin mirar atrás.

Gabriel se queda allí, solo, en medio del pasillo. Con el corazón herido. Con la certeza de que esta vez, no hay vuelta atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.