Después del punto final

Capítulo XXXV. Lo que se permite sentir

La velada llega a su fin. Los últimos brindis se hacen entre risas suaves y despedidas elegantes. Javier ha firmado decenas de ejemplares, ha recibido elogios sinceros y algunas frases vacías, pero lo que más le ha llenado ha sido la presencia constante de Sofía a su lado.

Los asistentes se despiden de ambos, muchos con una sonrisa cómplice.

—Felicidades, Javier. Y a ti también, Sofía —dice uno—. Se nota que hacen buen equipo… en todo sentido.

Sofía sonríe, nerviosa. Javier agradece con cortesía.

Y entonces se acerca la señora Altamirano, directora editorial, con su elegancia habitual y una mirada que lo ve todo.

—No puedo negar que esto es inesperado —dice, con tono cálido—. Pero me alegra mucho por ustedes. Especialmente por ti, Sofía. Te ves… distinta. Y eso es bueno.

Sofía se sonroja.
—Gracias, señora Altamirano.

La mujer se despide con una sonrisa. Y mientras se aleja, Javier se gira hacia Sofía.

—¿Te gustaría ir a mi casa? —pregunta, con voz suave—. Para estar solos. Para conversar.

Sofía se pone tensa. El corazón le late más rápido.
—¿A tu casa?

Javier nota el cambio. Se aclara la garganta, nervioso.
—No me refería a… eso. Solo… ha sido una noche intensa. Y pensé que podríamos hablar tranquilos. Sin gente. Sin ruido.

Sofía lo observa. Está abrumada. Pero también necesita un espacio seguro.
—Está bien —responde—. Me vendría bien estar en silencio. Pero acompañada.

Ya en casa

Javier se cambia de ropa. Sofía espera en la sala, aún con el vestido blanco que la hizo brillar. Él regresa con una camiseta suave y un pantalón cómodo.

—¿Quieres cambiarte? —pregunta—. Te presto algo. Para que estés más cómoda.

Sofía asiente. Javier le entrega una camiseta amplia y unos pantalones de tela ligera. Ella entra al baño. Cuando sale, se siente distinta. Más libre. Más ella.

Se sientan en el sofá. El mismo sofá donde días atrás compartieron sus historias más dolorosas. Esta vez, el silencio no pesa. Acompaña.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Javier.

Sofía piensa.
—Cansada. Pero tranquila. Como si algo se hubiera cerrado. Y algo más… estuviera por abrirse.

Javier asiente.
—Yo también. Esta noche fue importante. Pero lo que más me importó… fuiste tú.

Sofía lo mira. Y en ese momento, sin pensarlo demasiado, lo besa.

No es un beso impulsivo. Es suave. Tierno. Lleno de afecto. Javier lo corresponde con la misma delicadeza. Como si sus almas se reconocieran en ese gesto.

Se quedan abrazados en el sofá. No hay palabras. Solo un silencio lleno de sentido. Un abrazo que no busca poseer. Solo sostener.

Y entonces, Sofía susurra:

—Hace un tiempo empecé a escribir mi propia novela. Tú me diste el valor para hacerlo. Escucharte. Verte sanar. Me hizo querer hacer lo mismo. Y ahora… escribir me hace sentir como nunca. Como si pudiera ser escuchada. Como si pudiera ayudar a alguien más. Aunque no lo sepa.

Javier la mira con ternura.
—Estoy orgulloso de ti. De verdad. Y espero que me permitas ser la primera persona en conocer esa nueva versión de ti. La que escribe. La que se atreve. La que ya no se esconde.

Sofía sonríe.
—Sí. Quiero que seas el primero.

Y en ese sofá, abrazados, sin necesidad de más palabras, ambos saben que algo ha comenzado. No una historia perfecta. Una historia verdadera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.