Renata llega con una energía luminosa. Lleva una botella de vino, un par de galletas caseras, y una emoción que no puede disimular.
—¡Hoy es el día! —exclama al entrar—. ¡Por fin voy a leer tu novela!
Sofía la recibe con una sonrisa cálida.
—Te estaba esperando.
Renata entra con paso ligero, pero se detiene al ver a Javier, descalzo, con una taza de café en la mano, paseándose por el departamento como si fuera su refugio habitual.
—Vaya, vaya… —dice Renata, alzando una ceja—. ¿Y este caballero tan cómodo?
Javier sonríe sin incomodarse.
—Hola, Renata.
Sofía no responde. Solo le lanza a su amiga una sonrisa cómplice. Una de esas que no necesitan explicación. Renata la mira, luego ríe.
—Ya entendí todo.
Javier se acerca, le ofrece café. Renata lo acepta, aún divertida.
—No sabía que el manuscrito venía con espectáculo incluido.
Sofía se sonroja, pero no se esconde.
—Es parte de la historia.
Renata se sienta con el manuscrito impreso entre las manos. Javier y Sofía se acomodan en el sofá, juntos, sin necesidad de disimular la cercanía. Él le pasa el brazo por detrás con naturalidad, y ella se recuesta apenas, como quien ya ha encontrado su lugar.
Renata comienza a leer. El silencio se instala, pero no es incómodo. Es reverente.
Las páginas avanzan. Renata pasa de la curiosidad a la emoción. Sus ojos se humedecen. Luego, sin poder evitarlo, las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas.
Sofía se acerca, preocupada.
—¿Estás bien?
Renata deja el manuscrito. La abraza fuerte.
—Estoy más que bien. Estoy conmovida. Orgullosa. Feliz. Esta historia… eres tú. Y es hermosa. Y necesaria.
Javier observa en silencio, respetando el momento. Luego se acerca también, con una mano en la espalda de Sofía, como si la sostuviera desde el alma.
Renata se separa, le toma las manos a su amiga.
—Deseo, desde lo más profundo, que esta nueva etapa sea la mejor que vivas. Que te dé todo lo que mereces. Y que nunca más te sientas invisible.
Sofía asiente, con los ojos brillando.
—Gracias. Por estar. Por creer en mí.
Renata se seca las lágrimas. Luego se gira hacia Javier, con tono más ligero.
—Y tú… ¿qué intenciones tienes con mi amiga?
Javier no duda. No esquiva.
—La amo. Y espero que ella sienta lo mismo que yo.
Renata se queda en silencio. Sofía también. La confesión flota en el aire, clara, firme, sin adornos.
Sofía lo mira. No responde con palabras. Solo se acerca más, entrelaza sus dedos con los de Javier, y apoya la cabeza en su hombro.
Antes de que Renata pueda decir algo más, se lanza a abrazarlos a ambos, riendo entre lágrimas.
—¡Ya era hora! —exclama—. ¡Esto sí que es una historia digna de publicarse!
Se quedan los tres abrazados. No como personajes. Como personas que han atravesado el dolor, la duda, la espera… y han llegado a un lugar donde el amor no se grita. Se sostiene.
Renata se aparta, se sirve una copa de vino.
—Bueno, ahora sí. Quiero terminar de leer. Pero necesito pañuelos.
Javier ríe. Sofía se recuesta a su lado. Y mientras Renata vuelve al manuscrito, ellos se miran. No hay urgencia. No hay miedo. Solo una certeza compartida: están donde deben estar.