En la casa de Javier la luz es suave. El manuscrito de Sofía descansa sobre la mesa, ya leído, ya sentido. Ella y Javier están sentados en el sofá, con las piernas entrelazadas y las manos entrelazadas también. No hay música. No hay ruido. Solo el murmullo de lo que está por decirse.
—¿Sabes qué siento contigo? —pregunta Sofía, sin mirar directamente.
—Dímelo —responde Javier, con voz baja.
—Paz. No por ausencia de conflicto. Por presencia de verdad. Nunca me había sentido tan vista. Tan escuchada. Tan libre de tener que demostrar algo.
Javier la mira.
—Yo siento que contigo no tengo que esconderme. Que puedo ser quien soy. Con mis heridas. Con mis dudas. Y aún así… me eliges.
Sofía sonríe.
—No quiero prometerte nada que no sepa cumplir. Pero sí quiero caminar contigo. Sin máscaras. Sin prisas.
Javier asiente.
—Eso es suficiente. Eso… es amor.
Se abrazan. No como final. Como inicio.
Renata llega con café y una sonrisa. Sofía la recibe con un abrazo largo.
—¿Dormiste bien? —pregunta Renata.
La luz entra por la ventana con suavidad. Renata está sentada en el sillón, con una taza de café entre las manos. Javier está en la cocina, preparando algo ligero. Sofía se mueve entre ambos espacios, como quien ya ha hecho de su hogar un lugar compartido.
Renata deja la taza sobre la mesa y se gira hacia su amiga.
—Sofía… ¿cuándo vas a publicar tu novela?
Sofía se detiene. La pregunta la toma por sorpresa.
—¿Publicarla?
—Sí —dice Renata, con naturalidad—. Ya la escribiste. Ya la compartiste. ¿Qué falta?
Sofía se sienta. Suspira.
—No lo había pensado. No sé si estoy lista. Es muy distinto editar que exponerse.
Javier se acerca, se sienta a su lado.
—¿Qué te detiene?
Sofía lo mira.
—Tal vez el miedo. A no estar a la altura. A que no sea suficiente. A que me lean y no me entiendan.
Renata se inclina hacia adelante.
—Sofía, tu historia ya tocó a alguien. A mí. Y si lo hizo conmigo, lo hará con otros. No necesitas que todos te entiendan. Solo que alguien se sienta menos solo al leerte.
Javier toma su mano.
—Y si tú no te das ese lugar, nadie lo hará por ti. Tu voz merece ser escuchada. No como eco. Como faro.
Sofía baja la mirada. Luego la levanta.
—¿Y si no estoy lista?
Renata sonríe.
—Estás más lista de lo que crees. Porque ya no escribes desde la herida. Escribes desde la verdad.
Sofía se queda en silencio. Luego se pone de pie. Camina hacia su escritorio. Abre su laptop. Busca el archivo. Lo revisa una última vez. No para corregir. Para confirmar.
—Voy a enviarlo —dice, sin mirar atrás—. A Luz de Tinta. Esta vez… no seré yo quien revise y corrija la historia de otros. Esta vez… quiero ser escuchada.
Javier se acerca. La abraza por detrás.
—Estoy orgulloso de ti.
Renata se une al abrazo.
—Y yo también. Mucho.
Sofía sonríe. Con miedo. Con temblor. Pero también con certeza.
Y mientras pulsa “enviar”, sabe que algo ha cambiado. Que su historia ya no le pertenece solo a ella. Que ahora… está lista para ser leída.
—Sí. Por primera vez en mucho tiempo… dormí sin miedo.
Renata se sienta. Observa a su amiga.
—Estás distinta. No por lo que pasó con Javier. Por lo que pasó contigo.
Sofía asiente.
—Estoy escribiendo desde otro lugar. Ya no desde la herida. Desde la verdad.
Renata sonríe, emocionada.
—Entonces ya no eres solo editora. Eres autora. De tu historia. De tu vida.
Sofía la abraza.
—Gracias por acompañarme. Por no soltarme cuando yo no sabía cómo sostenerme.
Renata ríe entre lágrimas.
—Siempre supe que tenías una voz que merecía ser leída. Ahora… el mundo también lo sabrá.
Renata llega con café y una sonrisa. Sofía la recibe con un abrazo largo.
—¿Dormiste bien? —pregunta Renata.
—Sí. Por primera vez en mucho tiempo… dormí sin miedo.
Renata se sienta. Observa a su amiga.
—Estás distinta. No por lo que pasó con Javier. Por lo que pasó contigo.
Sofía asiente.
—Estoy escribiendo desde otro lugar. Ya no desde la herida. Desde la verdad.
Renata sonríe, emocionada.
—Entonces ya no eres solo editora. Eres autora. De tu historia. De tu vida.
Sofía la abraza.
—Gracias por acompañarme. Por no soltarme cuando yo no sabía cómo sostenerme.
Renata ríe entre lágrimas.
—Siempre supe que tenías una voz que merecía ser leída. Ahora… el mundo también lo sabrá.