Destello de sombras

Introducción

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

Quien quiera conservar su alma, la perderá.

Blaise Pascal. Científico, filósofo y escritor francés.

1990.

La mujer de piel pálida y cabellos del sol se levantó una vez más de la tierra húmeda por la reciente lluvia y a tropezones, continuó corriendo entre las profundidades del bosque. Gritos cargados de furia se escucharon a sus espaldas, linternas apuntaron a todas las direcciones e incluso, el distinguido tono de una antorcha en llamas se hizo presente en la búsqueda. Ellos estaban a punto de pisar sus talones, totalmente frenéticos y sumidos en su propio odio.

Los humanos eran criaturas despiadadas.

Hace siglos atrás mujeres inofensivas eran condenadas a arder por acusaciones viles y embusteras de pueblerinos de mente cerrada, quienes abusaban de su propio poder. Las almas de las inocentes se vieron corrompidas, oscurecidas, maltratadas y extinguidas cuando todavía no era tiempo. En el presente, nada de aquello pareció cambiar pues, aunque los casos no eran contados, siempre había disposición para acabar con seres malévolos como las brujas. Y por esa razón, la mujer de cabellos del sol era perseguida como la más vil de los criminales. Ella era una bruja y los humanos no podían tolerar semejante abominación.

Las ramas caídas por las fuertes ráfagas de un clima frío, además del cansancio evidente en el cuerpo de la mujer y los párpados pesados por la falta de sueño, lograron que sus propios pies se enredaran, y entre la vista nublada y un jadeo estremecedor, la mujer volvió a caer. El barro cubrió el bello rostro, las ramas se clavaron en una de sus mejillas; mientras que su propia energía se drenaba cada vez más. Esta vez, fue imposible ponerse de pie y correr por su vida. Se encontraba harta de la vida misma, la punta de los dedos de sus manos cosquilleaban y su pecho se sentía pesado, mas ningún esfuerzo fue suficiente para volver en sí misma.

Y en un instante…

Los humanos llegaron a ella. Tomaron sus brazos desnudos por la fina blusa sin mangas que portaba y helados por el fresco abrumador, y la arrastraron como una muñeca de trapo por toda la extensión del bosque hacía las cabañas situadas a las afueras. Escuchó con exactitud las palabras despectivas, y el tarareo triunfante por haber capturado a una criatura del mal. Alguien tomó su cabello en un puño y tiró fuerte, logrando que un chillido desgarrador escapara de los labios pálidos. Vio los rostros grotescos de los humanos, una mujer escupió en su rostro y un hombre le palmeó el hombro satisfecho por su noble acción.

Los humanos eran, sin dudas, criaturas tétricas; sin corazón y sin vida. Sin alma. Quizá estaba bien aceptar su fin. La bruja soltó un suspiro en cuanto sintió la brisa gélida en forma de daga atravesar el aire, los humanos se estremecieron y ajustaron sus abrigos. Intercambiaron palabras sobre el clima, pero otra daga de hielo volvió a traspasar interrumpiendo la breve charla. Y la bruja comprendió que, si uno de ellos estaba allí, significaba que realmente era su fin. Un fin doloroso, inquietante e injusto. Injusto con ella, con sus antepasados y con todos aquellos que sufrieron a manos del humano cruel. La más despiadada de las escorias.

Porque, ¿quién podría ser más tirano que ellos?

La bruja fue retenida frente a unos troncos improvisados y las llamas flameantes de una hoguera. La gente se amontonó alrededor y alguien pateó sus costillas con tanta fuerza que logró sacarle una gran bocana de aire pesado. No volteó el rostro para observar las preparaciones, en cambio entrecerró los ojos al distinguir a la figura alta a metros de la multitud. Alguien pasó junto a la figura sin inmutarse por su presencia, a la vez que ésta apretó los labios y le devolvió una mirada oscura cargada de lástima.

—A veces, no todo sale como queremos— murmuró el hombre, las palabras danzaron en una ráfaga hasta llegar a los oídos de la bruja que tragó saliva con dificultad.

—Pero no es nuestra culpa… ¿por qué debemos ser parte de un sufrimiento que no merecemos? —gimió  y sintió las lágrimas rodar por sus mejillas.

La figura guardó silencio. Los humanos se dieron cuenta de las palabras de la mujer.

—Eh, ¡la maldita perra está recitando uno de sus hechizos! Terminen con todo de una puta vez o está loca nos terminará maldiciendo.

La mujer recibió un piedrazo de furia en el estómago y las risas burlonas se superpusieron una sobre la otra. Volvieron a tomarla de los brazos y el calor le proporcionó caricias tímidas. Ataron sus manos por detrás de su espalda, y un hombre acercó la boca con aliento apestoso a su oído. De ella escapó un murmullo seco y detestable:

—Arde como nunca, bruja.

El fuego acarició casi con ternura uno de sus pies, subiendo lentamente por sus piernas y la mujer abrió los ojos cuando la realidad la golpeó. Lejos de su estado aturdidor, echó un vistazo del público enloquecido. El Rastreador caminó lento hacia ella, la capa borgoña y las botas de cuero golpearon la tierra mojada y los hombros se cuadraron en un porte intimidante y elegante al mismo tiempo. La bruja se preguntó: ¿es así cómo su alma se extinguiría de éste mundo? Si ella no hizo nada malo...

Escuchó el bullicio de los ciudadanos, el canto melodioso y bajo del Rastreador y sintió la escasa energía de su poder reponerse por cuestión de segundos en el centro de su pecho. La mujer se encontró quebrantada, devastada ante las injusticias de parte del ser humano, y pensó si… ¿si acaso era mejor acabar con esa oscuridad que parecía envolverlos? Quizá, si lo hiciera, el mundo se libraría de pestes y abundaría la paz.




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