«Me gusta la gente que deja marcas sin necesidad de herir»
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El viaje hacia la torre blanca se ha vuelto cada vez más pesado, cargado de un aire de incertidumbres y agotamiento que pronto empieza a afectar a los más vulnerables, como a Malani. Una gran parte de la población empieza a mostrar signos de cansancio y rostros pálidos. La enfermedad empieza a esparcirse. Fiebre, dolores de músculos y cansancio extremo. Lo que empezó con un par de personas, ha terminado por afectar a más de la mitad. Tanto nómadas como hombres del escuadrón seis.
Denrek ordena un alto. Por boca de Jared Collins nos dan a conocer que tomaremos dos días de descanso, con el propósito de atender a los enfermos, buscar provisiones y descansar.
Los medicamentos que traen consigo son aplicados a todos los afectados, y, aunque los cazadores sanos van en busca de alimento, decido quedarme al lado de Malani. La mujer de cabello oscuro mantiene los ojos cerrados y su frente sudorosa. Me preocupa verla así, no es alguien que se enferme con facilidad.
Limpio su frente y acomodo la piel de ciervo que la cubre. La sombra de Even pronto aparece, tiene una mirada perdida, seguramente pensando que es su culpa que enfermara. Lo cual, por obvias razones, no es así.
—Le traeré agua. —La dejo al cuidado de Even. Tomo un cuenco y me acerco a los bordes del bosque, empiezo a llenarlo con las gotas de lluvia que han quedado atrapadas entre las hojas.
El agua también es escasa, razón por la que Denrek mandó a otro grupo en busca de alguna corriente de agua.
Mientras espero a que el cuenco se llene, observo a Malani en el mismo lugar. Sus ojos, los mismos que siempre están cargados de vida y sabiduría, no los ha abierto en todo el día. Siento una opresión en el pecho. No me gusta verla así, pero no puedo permitirme sucumbir al miedo.
Siento un ligero ardor en la pierna, entonces acomodo el vendaje que los curanderos colocaron para hacerla sanar. Aunque creí que me había roto la pierna, no tengo más que heridas superficiales. A raíz de eso sucedieron tres cosas: primero, Even me dio el sermón de la vida al enterarse que me alejé de nuevo de los otros cazadores, segundo, tuvieron que hacerme un espacio en los transportes ya que no podría seguirles el paso, y, por último, los cazadores empezaron a tomarme un poco más en cuenta al enterarse que no solo cacé a un ciervo, sino que me enfrenté a un errante.
Incluso Philip y sus acompañantes han dejado de lanzar miradas tan fulminantes. Puede que de esa manera ya tengan muy en claro que puedo hacer más que patearlos y rasgarlos con las dagas.
Dagas. Ninguna de mis preciadas dagas sobrevivió, la última con la que derribé al errante la olvidé en el cadáver. Supongo que es tiempo de crear otras.
—¿Cómo va la pierna? —de inmediato un escalofrío me recorre todo el cuerpo, solo ese tono podría provocar tal reacción. Volteo para presenciar cómo se aparece tan silencioso y enigmático como siempre. Su mirada profunda está fija en la pierna que termino de ajustar el vendaje. Aún me duele, pero es más leve.
Aún no me acostumbro a su cortesía, su presencia es desconcertante. Lo peor, es que se me escapa una sonrisa, un gesto inconsciente a su pregunta. No quiero mostrar debilidad ante él, no cuando sigue siendo mi principal sospechoso.
—Podría estar peor —aunque la verdad es que el dolor no me ha dejado descansar varias noches, la herida ha empezado a sanar.
Denrek hace un ligero gesto con la cabeza. No sé lo que significa. Sus ojos se desdibujan un poco, se relame los labios como si estuviera eligiendo sus próximas palabras con cautela. Lo veo tragar, se está tardando demasiado en responder. Sus ojos parecen tratar de buscar algo más en donde enfocarse. Entonces, cubro mi pierna y acomodo mi segunda piel.
El cuenco ya está lleno. Así que me pongo de pie con el objetivo de llevárselo a Malani.
—El problema del que le advertí —sus palabras me dejan congelada a mitad del camino. No esperaba que hablara de eso—. El asunto del intruso...es algo muy confidencial. La torre blanca me lo encomendó desde la muerte del comandante Galesson.
Me quedo en silencio, ahora soy yo quien tiene que pensar bien en las próximas palabras que salgan de mi boca. Existe una posibilidad de que lo descarte como sospechoso en este mismo momento, pero, ¿será eso lo que pretende? No lo sé.
—La misión no es más que simple vigilancia. Por lo que, le sugiero no hablar del tema con nadie más o se puede evidenciar que lo estamos buscando —su voz es grave, no tiene el tono mandón de siempre, es más meticuloso.
Entiendo a lo que se refiere. Si realmente no es un intruso, debería confiar en sus palabras. Asiento, consciente de la gravedad. Revelar abiertamente que buscamos al intruso pondría a todos en peligro. Además, no puedo arriesgarme ciegamente.
—No le diré a nadie —él asiente, como si supiera que no romperé mi palabra.
Aclara su voz. Lo observo, hay algo en su postura, en la forma en que sus ojos se fijan en mí, que me hace sentir una creciente sensación de alerta. Se acerca, casi con sigilo, y de nuevo el escalofrío. No soy consciente de cómo mis músculos se tensan y empiezo a contener la respiración. No me agrada el estado de vulnerabilidad que provoca cada paso. No, es algo más. Una reacción que no puedo ignorar.
Aprieto las manos, tratando de mantener la compostura mientras los latidos de mi corazón hacen eco en mi garganta. Denrek está demasiado cerca.
Su rostro a una distancia peligrosa, su cálida respiración sacudiendo mi oreja. Cada fibra de mi permanece alerta, estremeciéndose y luchando por no retroceder.
—Confío en usted, señorita motas —su susurró es bajo. Son palabras firmes, pero también vulnerables. ¿Confiar en mí? Es algo poco conveniente en alguien de quien no confío.
Siento sus manos tomar las mías. Bajo la mirada hacia ellas instintivamente y siento un nudo en la garganta. Envuelto cuidadosamente en cuero relucen un par de dagas metálicas, brillantes y de apariencia afilada, muy similares a la espada que siempre lleva en su espalda.
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Editado: 20.08.2025