«El rápido dolor de la verdad puede desaparecer, pero la lenta agonía de una mentira nunca se pierde»
—John Steinbeck.
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El nublado cielo nos ha envuelto entre la más furiosa tormenta que aparece sin previo aviso, nos obliga a apretar los pasos, resistiendo con todas nuestras fuerzas. Aunque todavía no pasa de medio día, el cielo se ha oscurecido de manera abrupta y las gotas de lluvia caen con fuerza, como si fueran piedras azotando nuestras cabezas.
Even se encarga de cubrir a Malani, quien continúa sobre el transporte recuperándose de su enfermedad. Los truenos retumban entre el viento arrastrando el agua como afiladas dagas. El suelo cada vez es más resbaladizo, haciendo caer a más de uno.
—¡Hacia la cueva! ¡Rápido! —La grave voz de Denrek corta el aire, no deja espacio a las dudas y todos nos apresuramos a seguir su órden, avanzando entre la maleza en busca del refugio cerca de donde los árboles se doblan bajo el peso de la tormenta.
La cueva se abre ante nosotros como un umbral hacia otro mundo, su entrada es oscura, pero podrá resguardarnos de la tormenta. El rugir del viento y los truenos continúan abrumando el ambiente, aunque Denrek, como siempre, mantiene la calma, y con firmeza ayuda a empujar un transporte que se ha quedado atorado entre el barro.
Allek y Jared se encargan de que todos continúen avanzando hacia el refugio natural. Mis ojos no se apartan de aquel transporte, hasta que empieza a moverse con todos los enfermos que están siendo abrazados por la feroz tormenta.
—Tu madre ya está en la cueva. —Me informa Dave, quien también se ha quedado para empujar. —Será mejor que vayas con ellos.
Asiento. Sé que Even se encargaría de ponerla a salvo. Lo que me inquieta es ver a Philip y su grupo demasiado atrás al lado de los cazadores. Hay algo inquietante en esa interacción que parecen tener. Los observo de reojo, pero sin detenerme. La lluvia ha empapado toda mi segunda piel, incluso la primera. Mis cabellos se han oscurecido más y lo único que deseo es llegar con Malani.
De repente, un trueno ensordecedor nos hace detenernos. El suelo bajo nuestros pies empieza a temblar. La brillante mirada de Denrek voltea hacia atrás, cerca de las montañas. Cuando le imito me estremezco al ver una avalancha de rocas descendiendo demasiado rápido. Las piedras caen con un estrépito aterrador, atrapando a varios cazadores.
—¡Continúen hacia el refugio! —Esas palabras van dirigidas especialmente hacia nosotros, los nómadas que aún permanecemos bajo la tormenta.
Denrek se apresura a avanzar hacia las rocas, junto a un grupo del escuadrón seis. Todos los demás se alejan hacia el refugio, pero mis ojos no pueden apartarse de lo sucedido. No sin saber que han sobrevivido. Empujan una roca hasta liberar la pierna de Caleh, luego ayudan a Atohi. Los demás parece que no han corrido con la misma suerte y han quedado completamente atrapados bajo las rocas.
Siento un nudo en la garganta, el cual solo se incrementa cuando veo una mano aferrada al borde del precipicio. Los demás están tan enfocados en los atrapados bajo las rocas que no se han percatado de esa persona en peligro. Solo pienso que podría ser Koa, Sage o incluso Kion, y eso es suficiente para que mis piernas se muevan hacia el borde.
La lluvia mezclada con la neblina dificulta mi visión, pero logro reconocer a la persona con las manos aferradas entre el barro. Philip.
—¡Tú, ayúdame! —Sus ojos todavía transmiten desconfianza, como si deseara que hubiera sido cualquier otra persona quién viniera a socorrerlo. No espero nada de él, pero no puedo dejarlo allí.
La lluvia continúa golpeando mi rostro con fuerza. El viento aúlla, queriendo arrastrarme con él. Su figura tambaleante lucha contra la tormenta y el miedo. Su respiración es entrecortada, su rostro está pálido, tan pálido como el cielo nublado.
—¡No te muevas! —le grito mientras aferro los pies en cada paso que me acerca al borde. El terreno es resbaladizo y me cuesta mantener el equilibrio, pero no puedo permitirme caer. No ahora.
Sus manos empiezan a resbalar y me mira con pánico. La tormenta nos envuelve, como si el mundo estuviera listo para tragarnos. Una vez cerca, lo sujeto con todas mis fuerzas. Mi respiración es agitada, el frío invade cada hueso, pero no me importa. Lo único que necesito ahora es jalarlo hacia mí. Mis dedos lo aprietan con fuerza, lo siento temblar. Aferra su otra mano en mi brazo herido y el dolor me atraviesa todo el cuerpo. Imbécil, pesa demasiado.
—¡No te atrevas a soltarme! —Cuanto desearía hacerlo, pero no lo haré.
Lo arrastro hacia atrás, con todos mis músculos temblando para no ceder. Cada paso es un reto mientras retrocedo en contra del viento. Después de lo que parece una eternidad, consigo alejarlo del borde. Sus pies ya no están suspendidos en el aire.
Philip me mira, su mirada está perdida. Siento la respiración pesada, al igual que todo el cuerpo. Un desgarrador grito me eriza la piel, mi mirada busca la causa en medio de la tormenta hasta que lo encuentro. A pocos metros de donde estamos veo otra silueta. Sage. Aferrado con una mano a la gruesa rama de un árbol caído, su cuerpo permanece suspendido en el aire, a punto de caer.
Si Philip me ayuda, será más sencillo ponerlo a salvo. El plan tiene solo una falla, pues el hombre se ha marchado, alejándose del precipicio sin voltear atrás. Maldito cobarde.
—¡Sage! —Mi grito es arrastrado por el viento, pero estoy segura que me ha oído, pues voltea a todas partes en mi búsqueda.
Cuando estoy cerca sus ojos, cargados de desesperación, encuentran los míos. La rama cruje bajo su peso, y no puedo evitar pensar que, si no actuó rápido, él caerá. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. La rama parece inestable, pero es el único medio para llegar con Sage. Mis piernas se aferran al tronco mientras extiendo mi brazo para alcanzarlo.
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Editado: 20.08.2025