Destello Nocturno

Capítulo XIV: Tiempos de tormenta

«El miedo es una muralla que separa lo que eres de lo que podrías alcanzar a ser»

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El viento silba entre las ramas, golpeando las tablas de madera bajo nuestros pies, es una furia contenida de la tormenta que se resiste de apaciguarse. La lluvia se mezcla con la neblina que cuelga sobre la copa de los árboles a nuestro alrededor, como si el bosque intentara respirar con dificultad. Acaricio la piel moteada que llevo sobre mis hombros, ocultando la mayor parte de mi cabeza, pero no es solo por el frío.

Puedo sentirlo cerca, demasiado para mi pobre palpitar. Permanece en silencio, observando el horizonte como si pudiera visualizar algo en medio del caos de la noche.

Si me inclino levemente sobre mi hombro, puedo observar su perfil. El descontrolado viento continúa jugando con su negra cabellera, pero no parece tener frío. Sus ojos, como dos esferas de océano, parecen destacar más en medio de la oscuridad. Me atrapan en un segundo, él vuelve a curvar la comisura de sus labios.

—Dado que la tormenta nos obligará a permanecer aquí por más tiempo, cuénteme algo de su vida.

Esta vez, soy quien tomo el tiempo necesario antes de responder. Lo observo detenidamente en espera de algún indicio que me haga debatir en lo que puedo o no puedo decirle a ese hombre.

—¿Qué es lo que desea saber? —será mejor asegurar el tema a su interés—. Dudo que mi vida pueda entretener lo suficiente.

Su mirada es apacible, incluso podría decir que es la mirada más relajada que le he visto poner. Ya no oculta la curvatura de sus labios, y el brillo de sus ojos es cada vez más intenso.

—Eso tiene que ponerlo a prueba. —Sus ojos se enfocan en mi piel, mi segunda piel—. Podría empezar contándome cómo la consiguió.

Lo veo con ciertas dudas en mente, sigo sin saber cuándo habla con seriedad y cuándo lo hace con ese tono sarcástico.

—¿Me creería si le dijera que fue mi primera cacería?

No aparto la mirada, quiero asegurarme de captar cada reacción que tenga con mis palabras. Pero, en lugar de parecer sorprendido o incrédulo, asiente.

—No esperaría menos de usted. —Menciona con seguridad, sin un tono bromista o sarcástico—. Aunque, por su expresión, juraría que no está del todo convencida de mi respuesta. ¿Por qué es desdén?

Me muerdo la lengua, y aparto un momento la mirada.

—En la comunidad existen roles. Y, como no hay mujeres cazadoras, eso suele provocar una reacción completamente diferente a la suya.

Y es la verdad. Aún recuerdo la mirada de terror cuando le dije a Malani que quería ser una cazadora, y Even casi se desmaya al enterarse. Puede que las normas sean muy convencionales para mi propia manera de ver el mundo, y aunque no negaron por completo mi ilusión, siempre supe que no estaban del todo convencidos. No es algo común en la comunidad nómada.

—Desde mi punto de vista, lleva una ventaja descomunal sobre los demás. —Son las palabras más satisfactorias que he escuchado. Ese hombre, alguien a quien apenas conozco desde hace dos ciclos lunares, confía más en mí que la mayoría de personas cercanas—. Y bien... ¿Me contará cómo fue su primera cacería?

No puedo evitar sonreír un poco. Suspiro antes de empezar a revivir ese momento.

—Fue hace cuatro primaveras—comienzo, dejando que mis ojos se pierdan entre el caótico paisaje—. Era la más joven del grupo, y por supuesto, todos creían que mi anhelo era una locura. Los cazadores me dijeron que, si quería tener la oportunidad de unirme a ellos, debía atrapar algo por mi cuenta. Sin ayuda, sin trucos. Solo yo contra el animal que me otorgaría mi segunda piel.

Denrek no dice nada, permanece en silencio escuchando cada palabra con detenimiento y eso me parece suficiente.

—Justo atravesábamos una pradera que se abría entre las colinas, el sol estaba en su punto más alto. Vi un zorro a lo lejos, pequeño, pero rápido. Pensé que sería una buena primera presa, y empecé a seguirlo. Mientras lo acechaba, no me percaté del peligro que me acechaba a mí, sino hasta que fue demasiado tarde. El zorro huyó, dejándome rodeada por una manada de hienas.

Esa misma sensación de aquel momento empieza a apoderarse de todo mi cuerpo. Las sombras, los ojos brillantes, el sonido grave de sus risas...como si se burlaran de mí antes de siquiera saber quién era.

—Corrí durante mucho tiempo, apenas rasguñando a algunas con la lanza. Para el final del ocaso me rodearon contra un acantilado, la lanza temblaba entre mis manos, y la matriarca apareció entre todas. Era mucho más grande e imponente, sin embargo, ataqué primero. Eso me costó varias cicatrices—Le muestro las marcas cerca de mi hombro—. De alguna manera, logré vencerla y las demás se abstuvieron de atacar. Se alejaron y pude quedarme con esta piel.

Hay un momento de silencio en donde solo me observa, como si también hubiera sido sumergido a través de la historia. Hace un solo gesto, pero el suficiente para hacerme saber que cree cada una de mis palabras. Asiente, pero no es solo un movimiento de afirmación, está acompañado de una sonrisa mucho más notoria y un brillo asombroso en sus pupilas.

—No esperaba menos de usted, aunque debo darle a conocer que su problema con los acantilados no es algo muy prudente.

Me contagia su sonrisa. Sus palabras, de alguna extraña manera, siempre parecen ser las indicadas. Es muy cuidadoso con lo que dice y puedo darle ese mérito.

—En eso tiene razón. —concuerdo—. Debo admitir que ese fue el momento más aterrador que he vivido. Pero, también fue la primera vez que sentí que el miedo no podía dominarme.

—¿Y aun así tienen el descaro de seguir excluyéndola? Vaya imbéciles.

No puedo evitar la risa, y él me acompaña. La melodía que sale de su garganta es tan asombrosa que me parece irreal. Utiliza una de sus manos para poder sostener su barbilla, mientras me continúa observando con ese destello de curiosidad.




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