Destello Nocturno

Capítulo XV: Sombras y verdades ocultas

«Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad»

—Guy de Maupassant.

🥀🥀🥀

El tiempo, el calor del fuego y las manos que no temen curar, han comenzado a otorgar pequeños milagros. Las fiebres han disminuido en algunos, incluso al punto de permitirles incorporarse como a Malani. Estos últimos días mantengo mis manos ocupadas, no porque me falte compasión ni porque quiera dar a conocer a todos que mis brazos han sanado más rápido, sino porque si me detengo...pienso demasiado.

Observo a Caleh, sus piernas aún lucen terribles. La infección ha cedido poco a poco, provocándole un dolor que lo hace más irritable y hablador de lo normal. Se queja mientras limpio con cuidado las heridas.

—Maldición, puedes hacerlo con más cuidado—se queja en voz baja.

—Deja de llorar por todo, no eres un crío.

Sumerjo la tela sucia en el cuenco con agua. Luego, le ofrezco la medicina que el pueblo ha preparado para sobrellevar el dolor de la infección.

—Lo puedes hacer mejor, solo te falta ser mi esposa.

Sus ojos me buscan como si ya lo hubiera decidido por mí. Hago lo posible por no estremecerme. Desde que me he encargado en apoyarlo a su recuperación ha estado insistente con el tema, como si mágicamente mis piadosas acciones le quitaran lo irritante.

—Espero no caer en esa desgracia. —musito más para mí misma mientras me alejo para dejar los cuencos cerca de la antorcha que pronto habrá que encenderla.

Al caer la noche, todos nos acercamos al fuego central para escuchar las preocupaciones de Paul respecto a la situación: aún quedan varios enfermos y heridos, y si no consiguen ciertas plantas medicinales pronto, lo que se ha logrado recuperar de salud se perderá. Entonces aparece, con su impotente presencia, de brazos cruzados y con su mirada puesta en Paul, y da a conocer su solución.

—Nosotros nos encargaremos de conseguir lo que haga falta—su voz es clara y firme, después nos voltea a ver a todos—. Cuando todos estén sanos, quienes quieran podrán venir con nosotros. La Torre Blanca no se irá a ninguna parte.

Evito mirarlo directamente, aunque sienta esa inexplicable necesidad de buscar su mirada. He estado evitándolo desde aquella noche, desde que pasamos atrapados bajo la tormenta por quien sabe cuánto tiempo. Me estremezco con solo recordar su cercanía, su profunda mirada. Él dijo cosas que no esperaba, y yo...también fui imprudente al dejarle ver más de lo que debería.

Siento que algo se rompió aquella noche...o quizás se abrió. No sé exactamente qué fue, pero lo cierto es que no puedo mirarlo a los ojos sin recordar cada detalle de su cercanía, la manera en que me escuchó atentamente. Le he dicho cosas que no le he confiado a nadie, ni siquiera a Even. Cosas enterradas tan profundo que hasta a mí me cuesta encontrarlas. Y Denrek...solo las sostuvo con su mirada, su maldita y encantadora mirada. Sin juzgar, sin apartarla. Y lo peor es que no intentó prometerme nada, solo estuvo ahí. Ambos estuvimos así nada más.

Entonces me he dedicado a cuidar a los enfermos. No porque lo odie, ni siquiera es porque no lo quiero cerca...sino que, hay algo que me altera demasiado. Una profunda e incómoda sensación que transmite cada vez que me atraviesa con sus ojos. Y, no sé qué hacer con esto. Con lo que me provoca, con el nudo creciente en mi pecho cada vez que se aproxima. No me gusta no tener el control y Denrek tiene esa forma de desarmarme sin siquiera tocarme.

Me dedico lo que resta del anochecer a clasificar las plantas medicinales que empiezan a escasear, para cuando es necesario encender las antorchas, preparo los vendajes para Caleh, mezclando con cuidado los ingredientes del bálsamo que me han enseñado a preparar.

—Julietta.

El aire cambia, como si el bosque contuviera mi propio aliento. Mi espalda se tensa, mis dedos se congelan sobre las hierbas. No necesito darme vuelta para comprobar que es él.

Estoy demasiado rígida, como un ciervo al que ya atrapó su depredador. Respiro hondo antes de girarme. Sus ojos se detienen un segundo en los vendajes que estoy preparando, luego en mí.

—No quiero parecer inoportuno, tomando en cuenta que se ha esforzado en evitarme durante tres días.

Su tono arrastra una tensión que no logra disfrazar.

—No lo he estado evitando—miento, aunque sé que su silencio solo demuestra que no me cree.

Sus ojos están demasiado fijos en los míos, hay una extraña expresión contenida, tensa. Como si estuviera sosteniéndose de algo invisible.

Él se acerca, pero no demasiado, y me ayuda con las mezclas. Transcurre un eterno momento de silencio, trayendo un poco de tranquilidad.

—Mañana iremos en busca de las plantas medicinales—dice finalmente, sus ojos vuelven a capturar los míos, haciéndome más consciente de su tacto cuando me entrega los últimos vendajes con el bálsamo—. Me gustaría que viniera con nosotros.

No hay orden en su voz, algo poco usual en él. Es una grieta de sinceridad asomándose en su gesto serio. Casi por impulso asiento lentamente, sin permitirme pensarlo demasiado, o lo suficiente como para saber que es una mala idea.

El amanecer se desdobla entre las ramas crujientes con el viento, y la opaca luz que empieza a abrazar las copas de los árboles. Mientras termino de ajustar la correa que sostiene las metálicas dagas a mis costados, una voz familiar, un poco más dura de lo habitual, me detiene.

—No irás—volteo hacia Even, quien está cruzado de brazos con el ceño marcado. Ese aspecto protector no es nada sutil.

—Creí que habíamos superado eso—le protesto—. Dijiste que confiarías más en mí.

Él baja un poco la mirada, y me observa en silencio. Sé que debo decir algo más para convencerlo, aunque dudo que rompa su palabra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.