Destello Nocturno

Capítulo XVII: Tormenta de caos

«Nadie sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo»-"La vuelta de Martín Fierro" (1879), José Hernández

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El silencio se ha apropiado del entorno con una sutil tranquilidad después de una inmensa tormenta. El fuego está cada vez más opaco, y solo puedo escuchar el sonido de su respiración mezclándose con los saltamontes a nuestro alrededor. Él sigue inmóvil, hace tiempo que apartó la mirada dejando caer la cabeza hacia abajo, supongo que, para descansar y recuperarse de las heridas que le han causado. Aún bajo la tenue luz, me sigue pareciendo...humano. Pero sé que no lo es, si pudo sobrevivir a tantos disparos sin dejar una marca en su cuerpo, es la mejor evidencia.

He perdido la cuenta del tiempo, solo puedo observarlo sin que las palabras fluyan de esta calma imperturbable. Su presencia parece llenarlo todo, incluso cuando está encadenado, con su vestuario cubierto de barro, sangre y sudor; es absorbente.

No aguanto más. Cada vez que lo veo siento una opresión en el pecho, algo muy desgarrador que intenta salir. Puede que sea rabia, confusión o dolor, no lo sé con exactitud. Quizás la mezcla de todo. Dejo mi incómoda posición recostada en el muro de rocas y busco la salida, como si fuera lo único que me permita alejar todas estas emociones.

La brisa nocturna me golpea el rostro cuando atravieso el marco de rocas que sostienen una desgastada y mohosa puerta de madera. Solo puedo agradecer el frío, puede que sea suficiente para despejar mi mente. Es un claro recordatorio de que continúo con vida, que sigo aquí.

No muy lejos, al lado del fuego, está Allek sentado sobre un tronco caído. Me acerco sin hacer ruido, lo que me funciona al punto de que se percata de mi presencia hasta que me siento a su derecha.

—Sigo sin poder creerlo—dice sin mirarme—. Pero si entro a comprobarlo por mi cuenta, no sé si lo soportaré.

Allek aprieta los dientes, puedo ver sus nudillos blancos de tanto tensar los puños. No sé qué responderle. Entiendo que lo admiraba, como muchos del escuadrón seis. Y, no hay ninguna palabra que pueda decirle para hacerle sentir mejor.

—Ahora solo puedo pensar en cada palabra que me ha dicho, y no sé reconocer si fue con sinceridad, o simplemente para encubrir su papel.

El silencio es denso, pesado. Más allá de su izquierda, recostados contra los árboles, se escuchan las voces del resto de hombres del escuadrón seis, son cinco en total. Algunos tienen unos rollos de papel encendidos con fuego que les permite sacar humo de sus bocas, otros simplemente escupen palabras como si fuera veneno.

—Es un monstruo, no podemos confiar más en él.

—La Torre Blanca sabrá qué hacer—agrega otro de ellos—. No es asunto nuestro, ni siquiera ha dicho alguna palabra.

—Y pensar que arriesgamos nuestras vidas por él, siguiéndolo cuando todo este tiempo pudo habernos llevado a una trampa—suelta un poco de humo, que se mezcla con la neblina—. Me siento como un idiota.

Esas palabras, tan rabiosas, tan hirientes se mezclan con el viento. Ninguno parece tener indicios de querer dormir, y es completamente entendible. Sin embargo, hay un aspecto que no están tomando en cuenta. Allek dijo que lo conoce por casi una década, el mismo Denrek me confesó que fue rescatado por un escuadrón de exploradores hace tiempo. Pero, si realmente tiene malas intenciones, ¿por qué no ha hecho nada? ¿qué es lo que está esperando?

Entonces, un palpitante sonido hace callar toda palabra. Allek saca del bolso que lleva consigo aquel dispositivo que les permite comunicarse con la Torre Blanca. La voz de Jared Philip irrumpe el silencio que se ha formado. El segundo al mando se ha quedado en el refugio junto al resto, utilizando el dispositivo que encontramos de aquel moribundo para poder comunicarse con nosotros.

—Aquí Philip. ¡Necesitamos refuerzos ya! El refugio está siendo atacado, son...licántropos—Mi corazón se detiene un segundo mientras un terrible escalofrío recorre toda mi columna—. No sabemos cuántos son, ¡Nos están superando, pidan ayuda a la Torre!

Allek está de pie, su rostro endurecido y esos ojos a punto de salir en cualquier momento. Su mano tiembla mientras selecciona algunos botones del dispositivo.

—Aquí, Allek Grey, escuadrón seis. Última posición compartida, están bajo ataque de licántropos—la voz del muchacho hace eco entre el silencio que se ha formado—. Múltiples civiles en peligro, solicitamos refuerzos de inmediato. Repito...ataque de bestias nivel diez.

Paul aparece por detrás, su mirada cambia al comprender lo que está sucediendo. Nos observa a cada uno antes de levantar una mano que impide que el pánico se apropie de nosotros. Su voz se eleva por encima de nuestras preocupadas miradas.

—¡Escuchen todos! Vamos a movernos rápido y con cabeza. Recojan municiones, toda la plata que encuentren, todas las armas que funcionen bien. Nos enfrentamos a una horda con las peores bestias que han arrasado con la tranquilidad de este mundo. ¡No permitiré que destruyan todo lo que he protegido todos estos años!

Las órdenes de Paul ponen a todos en marcha. Me dirijo hacia los suministros de armas del escuadrón seis, nunca las he utilizado, pero sé que son más eficientes que mis dagas. Mis manos tiemblan mientras mi mente empieza a volverse un completo caos. Malani, con su cuerpo tan frágil, pero con una cálida sonrisa, Even, protegiéndola como siempre lo ha hecho. También pienso en Marco, la persona más noble que he conocido, y en Dave, cargado de sarcásticas palabras que alivian las conversaciones. Todos ellos están allá, en el lugar que está siendo atacado por lupinos.

Un grupo de acompañantes de Paul se acerca al lugar donde tiene a Denrek. No lo golpean, pero la rabia es palpable.

—¿Qué sabes de esto? —escupe uno de los hombres que lo estuvo torturando desde que lo encadenaron—. ¡Contesta!




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