«Nadie sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo»-"La vuelta de Martín Fierro" (1879), José Hernández
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Julietta.
En el sendero había un inmenso camino rodeado de árboles grises. Me acerqué meticulosamente, cada detalle natural estaba completamente cubierto del opaco color, dándole un aspecto de muerte y tristeza.
Un escalofriante viento arrastró consigo las hojas secas que viajan al mismo destino, formaban una especie de camino desviado del original. En el recorrido, el olor a putrefacción mezclado con humo me confundió. Las hojas comenzaron a girar formando una especie de tornado, no fue hasta que distinguí la silueta en el centro que me percaté de que lo estaban rodeando. El impulso de ir y ayudarle fue usurpado al percibir de algo muy significante, lo que estaba dentro no era humano.
El reflejo de sus ojos tenía destellos plateados. Las hojas iban a mayor velocidad y fuego ardiente comenzó a consumir cada una de ellas hasta que todo se convirtió en cenizas danzando con el viento. Lo poco que logré distinguir me pareció algo conocido.
—¿Quieres despertar?
Esa voz insinuante la escuchaba dentro de mi cabeza, aquella criatura no había abierto los labios en ningún momento.
—Despierta, Adelaide.
Sentí un helado aliento por mi costado derecho, y el bosque gris, el fuego y la criatura de iris plateadas desaparecieron repentinamente. En su lugar, la fogata apagada a mi lado y el cielo que era acariciado por el sol me recibieron en la realidad.
La inquietud permaneció desde ese momento. Continué el recorrido sin rumbo fijo, llevaba de tal manera un par de días. Había optado por seguir la corriente de aquel río, así podría asegurar tener agua y conseguir alimentos con mayor facilidad. Pensaba en aquella pesadilla, demasiado real para mi agrado.
Pero, habían ocasiones en donde parecía haber algo diferente. Era como un recuerdo amargo de alguien ajeno a mí. Cuya sensación provocada no hacía más que atormentar mi mente.
¿Adelaide?, nunca había escuchado ese nombre, pero la simple mención traía un repentino escalofrío. Además de una inexplicable inquietud, como si algo me estuviera siguiendo entre las sombras.
Permanecía alerta en todo momento, esperando a que se abalanzara sobre mí, pero nunca sucedía nada. La sensación se intensificada en las noches, me hacía intentar abstenerme de dormir, pero de alguna manera, siempre terminaba cerrando los ojos y teniendo esa pesadilla. Ahí continuaba llamándome "Adelaide", una y otra vez.
Para la quinta noche de ese caos, decidí enfrentarme a la criatura. Tenía la certeza de que realmente algo me estaba siguiendo, y las cosas no podían continuar de tal manera.
—Sabes, no me llamo Adelaide—musité al vacío de la noche sin ninguna esperanza de obtener respuesta—. No sé lo que eres o por qué me sigues, pero detente con eso.
Ninguna respuesta, tampoco me sorprendía. Si fuera otra realidad, u otro mundo, pensaría que había perdido la cabeza hablando con la oscuridad. Pero, habían muchas cosas que seguíamos sin conocer de este mundo, si habían criaturas tan despiadadas como las que me había enfrentado con compañía, debían haber muchas más de las que no teníamos idea.
Comí un poco de pescado que había logrado obtener del río, era de las ideas más sensatas que había tenido en mucho tiempo, quizás podría dirigirme a un entorno de civilización, o incluso a la propia torre blanca.
—Es extraño, de alguna manera no me causas inseguridad—afilé una rama con la daga—. De hecho, es como si supiera que nunca me harías daño.
Dejé las ramas a un lado cuando varias luciérnagas empezaron a aparecer, como cada noche. Me acomodé para poder ver el despejado cielo, esperando a que no lloviera.
—Al menos, deja mi mente tranquila por esta noche—musité sintiendo el cansancio sobre mis ojos, antes de dejarme llevar por completo.
La colina de pasto fresco y los rayos del sol tan cálidos generaban cierta calidez en mi interior. Marceline preparaba la comida, expandiendo el aroma por todo el lugar. Corrí hacia donde estaba y no tardó en voltear a verme con una sonrisa.
—¿Ya tienes hambre?
—Sí, huele muy bien.
—Prueba un poco—echó una pizca sobre la hoja de un árbol de la cual bebí después de soplar.
—Está muy rico.
Una dulce sonrisa de su parte me estremeció el corazón.
Al despertar, la sensación continúo en mi interior. Pero, también sentí las saladas lágrimas descender por mis mejillas, algunas empapando mis labios. La extrañaba demasiado y no sabía si podría volver a verla. Se había convertido en mi madre desde que me encontró en aquel bosque a mi temprana edad sin ningún recuerdo, y nunca pude agradecerle debidamente.
Continúe avanzando, era demasiado extraño no haberme enfrentado a ninguna criatura al andar por mi cuenta. Tampoco esperaba hacerlo, después de todo, lo más seguro es que terminara muy mal. Quería saber en qué lugares del mundo me encontraba, y utilizar mis pocas esperanzas para encontrarlos con vida, a Evans y Marceline, a Marco, a Dave, a Natalie o incluso a Darren. Pero el mundo parecía cada vez más grande y mi trayecto tan eterno.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, no pude encender fuego para pasar la noche.
—Solo falta que llueva una vez lo logre—tenté mi suerte.
Dejé las cosas a un lado y me recosté en un árbol.
—Supongo que está noche volverás con lo de siempre—musité al vacío.
Después de todo, la noche anterior parecía haberse apiadado. No tuve la misma tediosa pesadilla, sino la indagación de un viejo recuerdo.
—Quisiera que me dijeras en dónde estoy o a dónde debo ir—observé las estrellas que lograban asomarse por las copas de los árboles—. Así puedes seguir llamándome Adelaide en los sueños que quieras.
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Editado: 07.12.2023