Destello Nocturno

Capítulo XIX: Susurros entre tinieblas

«Aprender a confiar es una de las tareas más difíciles de la vida»

—Isaac Watts.

🥀🥀🥀

El frío se adhiere en lo más profundo de mi piel, como si el bosque me rechazara. No es el mismo lugar, todo es más oscuro, más espeso. Camino entre los árboles cuyos troncos parecen retorcerse, como si quisieran atraparme. El suelo es blanco, casi pantanoso, y cada paso parece una lucha. No sé en dónde estoy, ni cómo he llegado aquí. Solo tengo la sensación de que debo seguir avanzando. Pero, por más que camine, el paisaje no cambia. Es una prisión sin muros.

Entonces lo siento, de nuevo percibo la presencia de esa sombra.

No logro verlo del todo, pero puedo sentirlo, moviéndose entre los árboles, siempre al margen de mi visión. Me acecha con paciencia, como si estuviera esperando el momento en que me deje caer.

Trato de correr, de cambiar de dirección y huir de su presencia, pero mis piernas se sienten tan pesadas, como si el suelo me estuviera tragando con cada paso. Siento mi pulso acelerado, envolviéndome en mi propio caos, sintiéndome atrapada en un ciclo sin fin. Es cuando un sonido resuena sobre el viento, el crujir seco de unas ramas pisadas.

Una voz, suave, casi como un susurro me habla al oído.

Despierta, Adelaide.

Despierto de golpe, con el corazón golpeando mi pecho, amenazando con salir en cualquier momento. Observo hacia arriba, el cielo aún está oscuro, pero se ha comenzado a clarear por el este. Me siento mejor sobre la rama, tratando de controlar mi agitada respiración. El nombre resuena en mi cabeza, como si tuviera su propio eco.

No entiendo nada. Pero, me limito a sacudir la cabeza tratando de apartar esa horrible sensación que se ha incorporado a cada centímetro de mi cuerpo. Bajo del árbol, a pesar del cansancio, continúo caminando junto al río. El agua, al menos, no miente. Si no me lleva a un lugar conocido, al menos podré sobrevivir más tiempo.

Han pasado tres días desde que desperté en aquella cueva. Y por más que avanzo, no logro encontrar ni una señal. Ni una sola pisada, ni un trozo de tela, ni el más leve rastro de civilización. Solo hay árboles, piedras, agua... y silencio.

Cuando el sol cae, y la luz se filtra débilmente entre las copas de los árboles, me detengo a descansar. Así transcurre otra noche en dónde vuelvo a experimentar esa sensación, en donde vuelvo a estar en ese infinito bosque con la sombra acechándome mientras me llama por otro nombre.

¿Adelaide?, nunca había escuchado ese nombre, pero la simple mención trae un repentino escalofrío.

Para la sexta noche de ese caos, antes de cerrar los ojos, vuelvo a sentir su presencia. No se esconde del todo, está ahí, moviéndose como una sombra viva entre los troncos, siempre observando. Entonces, ya no puedo quedarme en silencio.

—Detente ya—le exijo, sintiendo mi pulso empezar a acelerarse y el escalofrío recorrer mis brazos—. No sé lo que eres, ¿qué quieres de mí?

El viento se mueve, pero no hay respuesta, tampoco me sorprende. Aprieto los puños, sin dejar de ver a mi alrededor, tratando de localizar esa sombra y asegurarme que no se acerque demasiado.

—Esto tiene que detenerse, no puedes meterte a mi cabeza todas las noches—mi voz suena más cansada, más resignada—. A este paso moriré de cansancio.

Silencio. Luego, una brisa distinta. No es natural, es como si la sombra estuviera exhalando.

Adelaide—el susurro resuena en mi cabeza, por todas partes y desde ningún lugar en específico.

Cubro mi cabeza, tratando de soportar las ganas de cerrar los ojos para entregarme al sueño.

—Al menos, deja mi mente tranquila por esta noche—musito sintiendo el inmenso cansancio sobre mis ojos.

Estoy demasiado exhausta. Cada parte de mi cuerpo empieza a pesar como si hubiera cargado el bosque entero sobre los hombros. Pero, no puedo dormir. No sé si esa cosa intenta meterse en mi cabeza cada vez que cierro los ojos.

Me recuesto contra el tronco del árbol, no he subido todavía, y es que esta lucha contra el sueño parece tan interminable, como si luchara con un enemigo tangible. El sol ya se ha ocultado por completo, y las primeras estrellas se asoman entre las hojas. La oscuridad avanza con sigilo, trayendo consigo el miedo.

Los destellos empiezan a aparecer, como cada noche después de despertar. Esas pequeñas luces doradas que danzan a mi alrededor con una ternura que no merezco. Siempre han aparecido cuando más las necesito, como si supieran mis propios temores. Como si fueran enviadas para protegerme.

Me acomodo para poder observar el despejado cielo, esperando a que no llueva. Cierro los ojos, solo por un instante.

Cuando los abro, el mundo ha cambiado. Ahora estoy recostada sobre el pasto fresco y húmedo, bajo un hermoso cielo despejado y lleno de luz. El calor del sol acaricia mi piel, alejando el temor que me ha estado acechando por mucho tiempo. Me incorporo lentamente, con el corazón latiendo con suavidad. Todo es tan familiar.

No muy lejos, entre los árboles, veo su figura. Cubierta con la piel suave de un ciervo hembra, caminando con gracia. Su andar es inconfundible. Es Malani, mi madre.

—Mamá—susurro, y mi voz tiembla como una hoja al viento.

Ella se gira, y al verme, sonríe. Esa sonrisa, tan cálida, tan inigualable. Camina hacia mí con calma, como si no hubieran pasado días desde la última vez que la vi. Se agacha un poco y me mira con ternura.

—¿Tienes hambre, mi niña?

Asiento, sin poder comprender cómo he regresado a ese momento.

—Yo...—lo que realmente quiero decirle no sale de mi garganta—. Quería acompañar a los cazadores.

Malani ríe suavemente. Es el sonido más hermoso que he escuchado.

—Aún eres pequeña, Julietta. Pero algún día, lo sé...serás la mejor cazadora si es lo que realmente te propones. Aunque a tu hermano no le agrade la idea y se vuelva loco con cada cosa que decidas hacer.




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