«El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado»
—William Faulkner.
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La oscuridad es cada vez mayor, hay indicios lejanos de una lluvia que no tardará en descender. El frío es intenso, y aunque puedo apreciar los pequeños destellos de su calor, no logra reconfortarme. No sé cuánto tiempo ha pasado, mi cabeza pesa como si alguien la hubiera hundido en un lugar pantanoso, y el mundo parece ir y venir como una sucia ola cubierta de sombras. Lo único constante es el ardor en mi hombro derecho...una punzada viva que me mantiene apenas despierta.
Cada respiro, cada pequeño movimiento duele inmensamente. Y recordar todo...también duele.
Porque no solo Paul me disparó, sino que Denrek apareció de entre las sombras. Se movió como un relámpago entre la maleza, y en un segundo tuvo a Paul empotrado contra un árbol, sosteniéndolo del cuello y haciéndolo suplicar con solo mostrarle esa salvaje mirada. Creí que todo terminaría, que acabaría con el hombre y luego me haría lo mismo. Entonces, unos zumbidos, agudos, vibrantes, como el chillido de un insecto metálico.
Sean y el resto aparecieron para enfrentarlo, y por supuesto que él se defendió. Cada golpe era brutal, definitivo, sin temor a causar daños irremediables en los hombres que trataban de proteger a Paul. Pero, cada uno fue cayendo, jadeando, sangrando, hasta que todos quedaron inconscientes.
Denrek me miró, no se acercó, no dijo nada...solo se giró y sus ojos me encontraron.
Azules. No el azul del cielo apacible, ni el mar durante un atardecer. Era más como una tormenta, fría y profunda. Como el fondo del océano, como alguien dispuesto a acabar con todos sin ningún temor, sin remordimiento. Aun así, en ese instante, me pareció que no había nada más en el mundo, y todo se desvaneció: el dolor, la sangre, los recuerdos de lo que perdí. Me atrapó con su mirada y me envolvió en algo demasiado abrumador.
Era una sensación contradictoria, entre algo terriblemente bello y algo completamente horrible. Sentí que algo se derretía por dentro, se desvanecía como si estuviera por consumirme.
Pero no duró. Nada real dura.
Sus ojos se desviaron, y cuando volvió a girarse, Paul le disparó con algo similar a una cerbatana y eso fue suficiente para hacerlo caer y no levantarse. Entonces Paul se encargó de arrastrarnos lejos de las provisiones y ató nuestros brazos detrás de la espalda con cadenas gruesas y metálicas.
Ahora, el dolor de la herida parece haberse multiplicado. Trago saliva, la cual se siente oxidada, con un ligero sabor a tierra y sangre. No puedo sostener la cabeza y empiezo a ver borroso. Apenas distingo a Paul arrastrando los cuerpos, uno por uno. No ha dicho ninguna otra palabra, no me ha vuelto a mirar, solo se encarga de hacer lo necesario.
Les aplica vendas improvisadas, rompe algunas ramas para estabilizar los huesos rotos, cuida de los tres inconscientes.
Cuando el sol empieza a desteñirse, Paul desaparece por la entrada principal. No pasa demasiado cuando escucho un quejido bajo. Volteo a verlo, atado frente a mí, recién despertando. Su piel...está demasiado pálida. No es un blanco natural como de alguien que ha perdido sangre, sino un tono gris, enfermizo. El sudor brota de su frente, empapando su cuello. Parece respirar con dificultad, como si cada exhalación le arrancase algo.
Sus ojos, entreabiertos y desorientados, resguardan un destello azul demasiado oscuro. Luce como un animal salvaje herido, dispuesto a todo para liberarse. No digo nada, más que todo por el nudo que se ha formado en mi garganta, además del intenso dolor que pronto acabará conmigo.
Cuando creo que no podrá moverse, lanza un gruñido bajo, apenas audible y gira su cuerpo con torpeza, arrastrando sus piernas como si pesaran el doble. Lo veo luchar contra las cadenas que le apresan los brazos por detrás, retorciendo sus huesos en ángulos peligrosos. Y, aunque las cadenas se tensan y el sonido metálico lanza un fuerte chirrido, no ceden. Se deja caer con un áspero suspiro.
El sonido de los saltamontes vuelve, al mismo tiempo en que se arrastra lentamente hasta lograr recostar la espalda contra el árbol que lo retiene por la espalda. Respira como si cada aliento fuera un esfuerzo brutal. Y, cuando eleva la mirada, sus ojos me encuentran.
No aparto la mirada, puede que, debido al cansancio, o el inmenso dolor de la herida. No lo sé. Hay algo diferente, algo roto en su mirada, como si apenas pudiera mantenerse. Siento un escalofrío, ni siquiera he tenido esta sensación al ser apuntada en la garganta. Es algo más sutil, más profundo.
—Esa herida no se ve bien—su voz es más ronca, más baja.
Parpadeo mientras lo veo deslizar su mirada hacia mi hombro, donde siento el húmedo calor de la sangre continuar recorriendo mi brazo y esa punzada que está acabando conmigo. Aunque me obligo a no reaccionar, no demostrarle ese dolor, él me observa y parece notar mi intención.
—He estado peor—miento, ahogando cada gemido de dolor al borde de salir.
Siento una oleada intensa, torturante. Respiro hondo. Mala idea, un espasmo cruza toda mi espalda, y siento las lágrimas a punto de ceder.
Trato de enfocarme en otra cosa, tratar de ignorar el inmenso dolor. Lo veo a él, mirando las cadenas que retienen sus muñecas, girando la cabeza levemente sobre su hombro. Entonces lo recuerdo, la última vez que lo capturaron, cuando todo empezó a irse por el precipicio, él destrozó las cadenas como si fueran ramas secas, y ahora, apenas puede mantener la espalda recta.
—¿Por qué no te liberas esta vez? —Mi voz es casi un hilo.
Me mira de reojo y se extiende un silencio casi sofocante.
—Tengo acónito en el sistema—hace una pausa, tragando saliva por el esfuerzo—. Supongo que ese imbécil lo ha introducido en ese dardo. Es una hierba muy extraña, y, aunque algunos mitos sugieren que mata hombres lobo...no es más que un alucinógeno.
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Editado: 20.08.2025