«Puede que te engañen si confías demasiado, pero vivirás en un tormento a menos que no confíes lo suficiente » —Frank Crane.
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El cálido sol finalmente aparece por completo e ilumina cada rincón de la tierra. El vendaje en mi brazo ya no es por el dolor, hace horas que la herida ha dejado de punzar, pero sé que la infección puede ser más traicionera que cualquier palabra. El aire es diferente, más limpio y refrescante. Ya no se percibe ese olor a sangre rancia y madera quemada. Estamos demasiado lejos de aquel lugar, en un valle que parece demasiado apacible.
No muy lejos, Denrek está recostado en el césped. Tiene los ojos cerrados y respira despacio, es como si el acónito todavía lo tuviera atrapado, aun así, logro sacarnos de ese lugar. Lo observo a unos pasos de distancia, veo como su pecho sube y baja a un ritmo pesado. La luz atraviesa las hojas altas sobre nosotros, dibujando manchas doradas en su piel, exaltando la oscuridad de sus mechones y haciendo brillar esas largas pestañas.
Me acerco con cautela, sigo sin entender del todo lo que es.
Todos saben que la plata mata a los lupinos, conocidos como hombres lobos o licántropos. Y, aunque recibió varios disparos directos al pecho, no murió. También menciono no ser ese tipo de criatura que todos hemos deducido. Sin embargo, no es lo que me impide acercarme demasiado.
Recuerdo su boca sobre mi herida, su caliente lengua limpiando la sangre. Las emociones se mezclaron con el oscuro dolor. Fue tan brutal como delicado.
Doy un paso más y me siento a su lado, sin tocarlo, sin estar a menos de medio metro de su cuerpo. El silencio es algo que se ha prolongado como una tensa cuerda, y sinceramente, ya no puedo más.
—Creí que los matarías a todos—mi voz suena más baja de lo que pretendo, casi como un susurro.
Él no abre los ojos, pero sé que ha escuchado mis palabras.
—Nunca quise matar a nadie—su tono raspa el aire, tiene un toque de cansancio y sinceridad—. Pero supongo que ese no ha sido caso para todos ustedes, tan pronto un humano descubre que hay alguien diferente, condenan sin razón. Ser diferente es razón suficiente para odiar, ¿no?
Trago saliva, siento mi pecho apretado, como si un nudo se estuviera formando. No le contradigo, después de todo, tiene razón. El caos en el que vivimos día a día nos hace estar siempre a la defensiva, aunque no sé si realmente no ha tenido malas intenciones.
—Entonces... ¿qué sucedió aquella noche? ¿Por qué atacaron el refugio?
Denrek permanece en silencio por algunos segundos que me parecen eternos. Cuando abre sus ojos y me observa, casi me quedo sin aliento. No hay oscuridad ni toques salvajes, solo una mirada cansada sin ningún indicio de estar mintiendo.
—Planeaba quedarme entre los humanos por mucho tiempo, pero en el momento en que me encadenaron e hirieron...mi sangre delató mi paradero—Ni siquiera soy capaz de pestañear, temo que me perderé algún detalle de su mirada—. La manada encontró mi rastro y vinieron.
No sé qué responder, solo aparto un momento la mirada, al menos para tratar de aclarar mi mente. Miro el cielo, las nubes se mueven lentamente, ajenas a todo esto. Siento el pecho tenso, y la garganta seca, como si las palabras hubieran quedado enredadas en su interior, haciéndome incapaz de formar una sola frase. Algo en mí quiere creerle, como una voz interna que no puedo dejar de escuchar. Algo que me recuerda que, de una forma inexplicable, he confiado en él desde el primer momento.
Ahora solo puedo pensar en cómo lo trataron, cómo todos lo mirábamos con desconfianza y herimos sin ninguna razón clara. Lo acusamos de cosas que nadie podía probar, y él, en lugar de defenderse, estuvo en silencio.
"Tan pronto un humano descubre hay alguien diferente lo condena sin razón" Sus palabras se repiten en mi mente, una y otra vez.
Lo miro, ahora sus ojos están enfocados en el despejado cielo sobre nosotros. Respira hondo, como si fuera capaz de sentir cada destello de luz que cae sobre su piel.
—No espero que crea mis palabras—dice de pronto, sin apartar la mirada del cielo—. Pero, lamento haberla involucrado en todo esto...a ti, y a todos los demás.
El tono de su voz pesa, como una pesada roca cayendo al agua. Y, sigo sin saber qué decir.
—Puedo llevarla a la Torre Blanca—continua—. Ahí podrá empezar de nuevo.
Asiento, sin estar completamente segura de esa decisión.
Permanecemos un tiempo más en ese lugar, simplemente descansando, despejando nuestra mente. Luego, cuando él acomoda los suministros detrás del vehículo, lo observo. Tiene una expresión distante.
—¿Y tú? —pregunto—. ¿Qué harás?
No tengo ninguna razón en particular que me haga querer saber lo que hará, pero no pierdo nada con preguntar.
—Alejarme...lo más posible antes de que me encuentren. Quizás busque a una bruja que me ayude a desaparecer.
"Desaparecer" una palabra tan vacía, tan definitiva.
Lo vuelvo a pensar una vez más, cómo será mi vida en la Torre Blanca, en sus altos muros, en sus enormes pasillos. Caminando sola entre desconocidos, sin familia, sin amigos, sin nadie que recuerde mi nombre correctamente. También pienso en aquella figura difusa que me visita en las noches, la cual no apareció cuando estaba por morir. Es una criatura demasiado extraña, y aquel nombre por el que me llama sigue siendo una intriga.
Entonces pienso en mis recuerdos rotos, aquellas imágenes fugaces de un pasado que me parece tan lejano.
—¿La bruja...puede ayudarme a mí también?
Apenas termino de decirlo y lo veo tensarse. Su mano, apoyada al borde del vehículo, es más firme, como si necesitara sostenerse. Me mira y sus ojos parecen más oscuros, y no entiendo la razón.
—Supongo—frunce el ceño, intrigado por mis palabras—. Pero no tiene que preocuparse, desapareceré de su vida y no me entrometeré en sus asuntos. Si lo que quiere es asegurarse de que no la pueda encontrar...prometo que no lo haré.
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Editado: 20.08.2025