«Si eres capaz de mirar al miedo a la cara, ganarás en fuerza, coraje y confianza»
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Me deslizo por un sendero despejado, suspendida como en un lejano recuerdo. El murmullo del viento me envuelve como un acogedor abrigo, y bajo mis pies descalzos, la tierra húmeda del bosque cruje con vida. Estoy corriendo, no sé por qué ni en dónde, pero mis piernas se mueven con una urgencia que no entiendo. Las hojas verdosas y gruesas me rozan los brazos, como si intentara detenerme.
La primavera está en su máximo esplendor. Todo lleno de vida, aun así, percibo una sombra. Acechando entre los árboles más viejos, en lo más profundo, donde la luz no alcanza. Me acerco, no puedo verla bien, pero sé que me observa. Lo siento.
—Adelaide.
Mi pecho se aprieta, y entonces despierto.
Todo está oscuro, más de lo que recuerdo antes de cerrar los ojos de manera inconsciente. Supongo que el cansancio hizo lo suyo. Volteo, el motor está apagado, el frío empieza a colarse por los bordes de las puertas del vehículo donde me encuentro. Me quedé dormida y esa criatura aprovechó el momento para envolverme con su presencia. Parpadeo varias veces, tratando de enfocarme en el presente, en la realidad.
Él no está. Abro la puerta con cuidado y el aire nocturno me golpea. Mis botas de cuero crujen contra el suelo seco mientras rodeo el vehículo y lo encuentro no muy lejos, agachado junto a un pequeño fuego que empieza a prender entre sus manos.
Las llamas iluminan su rostro, dándole un aire aún más áspero. No me mira cuando me acerco, pero el giro leve de su rostro me indica que sabe de mi presencia.
No han pasado ni veinticuatro horas desde que decidí seguirlo, buscar una bruja que me ayude a recordar quién fui, quién soy. Quién es Adelaide. Aun así, no confío en él, no del todo. Pero, tampoco tengo nada que perder, y eso es más aterrador que cualquier sombra en el bosque.
—No quise despertarla—dice Denrek sin apartar la vista del fuego, tratando de alimentarlo para que se expanda un poco más—. Tenía esa expresión de "he cargado con el peso del mundo" y sinceramente, no quise arruinar el drama.
No respondo, solo me siento al otro lado del fuego, dejando que el calor me distraiga de los pensamientos. Su tono ha vuelto a tener ese filo burlón, como si cada palabra llevase una doble intención escondida entre dientes. Pero, no tengo ganas de jugar su juego esta noche.
Él me lanza una mirada fugaz sobre las llamas.
—¿Cómo va la herida?
Casi lo olvido. Me llevo una mano al vendaje que cubre mi hombro izquierdo. La tela está un poco suelta, así que la desenrollo con cuidado. Debajo, la piel ha empezado a perder el tono violáceo, muestra apenas una marca pálida, como una vieja quemadura. Es sorprendente, está cicatrizando demasiado rápido, no es normal.
—Estaré bien—vuelvo a cubrirla—. ¿Necesitas ayuda?
Asiente y con la cabeza señala el vehículo.
—Detrás, Paul se aseguró de guardar sus "tesoros", lo cual nos puede servir por ahora—me pongo de pie y camino hacia la parte trasera del vehículo—. Solo toma algo que no sepa a metal oxidado.
Retiro la manta que cubre las cajas y reviso. Hay más de lo esperado, suficiente para al menos cinco personas durante una semana entera. ¿A dónde pensaba ir Paul con todo esto? ¿Y, qué planeaba hacer con Denrek, o conmigo?
No hay manera en que pueda saberlo, así que no tiene sentido seguir pensando en eso. Tomo algunas latas y regreso. Él ha colocado un par de piedras como soporte improvisado para calentar lo que podamos comer. El fuego chisporrotea bajo las latas mientras se calientan lentamente. El olor no es terrible, pero tampoco es tentador.
Cuando están listas, comemos en silencio. El sabor es tan rancio como la primera vez que nos lo dieron a probar, pero me obligo a llenar la boca sin entusiasmo. Al menos me dará fuerzas para recuperarme.
—No es precisamente un manjar—comenta observándome con sus ojos a través del fuego—. Pero si le interesa algo que no sepa a cartón reciclado, podemos cazar mañana.
Asiento apartando un poco la mirada, probando otro poco sin hambre. No sé qué decir, no sé cómo actuar con alguien como él. Me salvó, es cierto, pero no creo que lo haya hecho por simple bondad. No tengo muy en claro sus intenciones, los motivos que mueven a Denrek aún no logro comprenderlo...y eso lo hace más peligroso.
Porque sigo aquí, dispuesta a viajar a su lado.
Porque no tengo nada más. Y, en el fondo, porque intentar saber quién es Adelaide y por qué esa criatura continúa llamándome así, tiene mucho más peso que la razón.
Mientras el fuego consume la madera y las sombras se alargan como dedos inquietos, mi mente se desliza hacia un recuerdo no tan lejano, que preferiría enterrar. Paul, elevado en el aire con los ojos llenos de miedo y rabia. El sudor le corría por el cuello mientras observaba cómo ni tantos disparos con balas de plata lo acabaron.
Y él mismo lo dijo: No soy licántropo. Sus palabras sonaron como si fuera un insulto.
Del otro lado del fuego, sus ojos se posan en mí. Son tranquilos, pesados...pero no humanos. Un escalofrío me recorre la espalda, como si su mirada fuera un toque invisible que presiona demasiado. Aprieto la mandíbula. Tengo mil preguntas, pero sólo una logra abrirse paso por el nudo en mi garganta.
—Entonces...si no eres lupino...licántropo—arquea una ceja—. ¿Qué eres?
No responde de inmediato, sabe exactamente cómo manejar los silencios, usarlos como armas. Luego, deja la lata vacía a un lado, se reclina contra la roca que está a su lado y me observa bajo las pestañas y a través del fuego.
—¿Alguna vez escuchó hablar de los Rougarous?
El nombre suena crudo, demasiado extraño y ajeno a mi vocabulario.
—Son lo que ustedes, los humanos, intentan llamar hombres lobo en las leyendas—prosigue, su tono es más serio que de costumbre, y es cuando su voz parece adentrarse más profundo—. Pero no son como los licántropos, o lo que tú llamas lupinos. No son mordidos o maldecidos, nacen así.
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Editado: 20.08.2025