«Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus miedos»
— Nelson Mandela.
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El cielo comienza a teñirse de tonos anaranjados y violeta cuando la temperatura dentro del vehículo empieza a subir, como si estuviéramos siendo carcomidos por el fuego. El aire se vuelve espeso, cargado de ese olor metálico que nos advierte que algo anda mal. Denrek maldice entre dientes antes de apartarse el mechón de cabello que el sudor le ha pegado a la frente.
—El motor se ha sobrecalentado—dice deteniéndose a un lado del camino polvoriento—. Será mejor que esperemos a que se enfríe, de lo contrario tendremos que seguir a pie.
Asiento sin decir nada. Tampoco sé mucho respecto a esos medios de transporte, y he aprendido a no discutir con él en cuanto a esas tecnologías que desconozco. Además, también me hace falta una pausa. Tengo las piernas entumecidas y la cabeza pesada. Supongo que gracias al largo camino bajo el intenso sol, y no haber movido las piernas durante mucho tiempo.
—Podemos pasar la noche aquí—añade, después de echar un vistazo a los alrededores—. No es el mejor lugar, pero mejor que quedarnos varados a mitad de la nada.
Él se acerca a la parte frontal del vehículo y levanta esa lámina metálica, liberando una gran nube de vapor. Mientras se encarga de eso opto por reunir algunas ramas secar y preparar el fuego. El aire huele a ocaso, mezclado con tierra, ceniza y ese murmullo eléctrico que precede a la oscuridad. Me siento de cuclillas, encendiendo el fuego con cuidado mientras lo veo a la distancia, aun luchando con el transporte.
Ha pasado un largo tiempo sin que ninguno de los dos hable. Solo se escucha el chisporroteo del fuego, algunos saltamontes y aves a lo lejos. Una vez estable el fuego, me siento a un lado para tomar un pequeño respiro.
Denrek se acerca poco después, limpiando sus manos con algún pedazo de tela que ha tomado de las municiones. Sus pasos no hacen ruido, pero el aire parece cambiar cada vez que está cerca, como si el mismo atardecer a punto de terminar se tensara con su presencia.
—Roguemos a los dioses que funcione para mañana—dice sin preámbulos, sentándose al otro lado del fuego. Su voz tiene esa extraña textura que nunca logro descifrar, algo entre grave y pacífico.
Asiento, sabiendo que lo más probable es que continuemos a pie. De esa manera, dejaremos de rodear las montañas y los bosques, y en su lugar, los atravesaremos. Así quizás llegaremos más rápido a ese incierto destino.
—Mientras tanto...—continua—. Cuéntame algo.
Lo miro a través del fuego. Su rostro está iluminado por esa luz y me sigue pareciendo irreal, demasiado nítido, demasiado tranquilo. Me quedo en silencio, analizando sus palabras. No sé qué decirle, a qué se está refiriendo. Ladeo un poco la cabeza sin dejar de verlo.
—¿Siempre es así de misterioso con sus palabras?
Por un momento creo que negará, pero en su lugar aparece esa sonrisa leve, apenas una sombra en la comisura de sus labios.
—Es parte de mi encanto—responde con una calma, demasiado arrogante para mi placer.
Luego, me mira, como si estudiara la reacción que he tenido con su comentario.
—Solo quiero que me cuentes la verdadera razón por la que buscas a la bruja, ya que, el decidir viajar con un completo desconocido no es tan tentador como parece.
El fuego parece apagarse un poco en ese instante, o quizás soy yo quién se apaga al escuchar sus palabras. Pienso en mentirle, inventar algo. Pero, él me mira con esos ojos tan absorbentes, y todavía tengo dolor de cabeza como para tratar de crear una mentira. Así que, respiro hondo.
—No recuerdo nada antes de los tres años—comento sin apartar la vista del fuego—. Nada, como si no hubiera existido antes de ese momento.
—Eso le pasa a la mayoría, ustedes los humanos, no empiezan a recordar cosas sino hasta después de esa edad.
—No—niego con la cabeza—. No es lo mismo. Los nómadas me encontraron en un claro del bosque, sola. Sin señales de mi familia, sin nadie buscándome...es como si hubiera salido de la nada.
Esta vez no dice nada, solo permanece en silencio, dándome tiempo para procesar cada palabra que le revelo.
—Desde entonces, es como si algo siguiera—continúo, bajando la voz—. No sé qué es. Como una sensación de algo que quedó atrás, algo que me observa, desde ese rincón vacío de mi mente.
Volteo a verlo. Su expresión es ilegible, pero parece no tener intenciones de burlarse, y eso es bueno.
—Entonces, ¿qué harás cuando la bruja te dé esas respuestas?
—No lo sé—admito—. Pero, no puedo seguir sin intentarlo. No puedo vivir sin saber quién soy en realidad.
Denrek no dice nada más, solo asiente. Solo me mira con esos ojos que nunca terminan de mostrar todo, como si supiera que las palabras son totalmente innecesarias, que con escuchar es suficiente.
El silencio se alarga un poco, y él no insiste en saber más. Luego, sin una palabra, se incorpora con esa forma tan suya de moverse, precisa y silenciosa, y camina hacia el vehículo. Rebusca entre la caja de municiones y regresa unos minutos después con un par de latas en la mano. Abolladas, con óxido en los bordes. No necesita acercarse más para saber que no apetece en lo más mínimo. Levanta una, mostrándola a la distancia, y emboza una sonrisa.
—Banquete de reyes: frijoles caducados con esencia de metal viejo—dice—. O...—hace una pausa, dejando que el silencio termine la frase—. Podemos aprovechar que nos hemos detenido antes e ir de cacería. Buscar algo...más digno.
Arqueo una ceja.
—¿Cacería?
—Ahora es cuando todo lo interesante se mueve—replica, dando un pequeño giro con la lata en la mano, como si fuera un premio que acabamos de rechazar—. ¿Y bien?
Sus palabras flotan, tentadoras y quizás la respuesta para aliviar está tensión. Me pongo de pie, sacudiendo el polvo de mis manos.
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Editado: 20.08.2025