«Toma decisiones que prioricen tu paz interna »
— Izey V. Odiase.
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Puedo sentir el peso de arrastrar su cuerpo, la flácida y pesada hiena apenas puedo arrastrarla, va dejando un rastro de sangre sobre la tierra seca. El olor pronto inunda nuestro entorno y se mezcla con el sudor de mi propia piel. No tengo idea de cómo la he vencido, pero lo hice…y estoy con vida.
Siento el sol ocultarse entre las montañas con una pereza anaranjada, el mundo parece suspendido, irreal. Mis piernas aún tiemblan, pero ya no debo correr más. Lo que debía ser mi primera cacería por poco termina conmigo, y puedo ver a lo lejos las consecuencias.
Even corre hacia mí con paso urgente, casi desesperado, y por un instante siento que el tiempo retrocede. Es como si hubiera regresado a una escena que he vivido miles de veces en sueños, lo puedo sentir envolverme con sus brazos fuertes hasta apenas dejarme respirar.
—Creí que te había perdido—su voz, quebrada, tiembla al igual que sus manos. Esconde su rostro en mi cuello, puedo sentir sus lágrimas.
Quiero decir algo, algo que lo tranquilice, pero él se aparta bruscamente. En sus ojos hay una mezcla de alivio e ira.
—¡Te dije que no lo hicieras! —me reprende—. Ser cazador no es un juego, Jul. Es una condena, si te matan nunca te devuelven de la presencia de la diosa Fyra.
Me siento como una infanta, regañada y demasiado pequeña frente a su firme voz. No respondo, solo asiento. Las heridas en mi costado aún arden con cada paso, pero no me atrevo a quejarme. Even nota mi expresión y me examina.
—Tenemos que ir con los curanderos, y roguemos a la diosa Kalira que esas heridas no se infecten—luego, sus ojos encuentran el pesado cuerpo que he estado arrastrando desde que el sol estuvo en su punto más alto—. Prefiero no saber cómo lo has hecho—añade antes de tomar él mismo la pesada carga y llevar al animal en mi lugar.
Lo observo, como tantas veces lo he hecho, preguntándome por qué me protege tanto. Su piel es morena y bronceada, brilla más con los rayos del lejano sol. Tiene ojos verdes como musgo húmedo y su cabello negro es muy desordenado, sin embargo, lo más llamativo de Even es la piel de jaguar que siempre lleva consigo. Vieja, gastada, pero majestuosa.
—¿Crees que Malani podrá hacerme un abrigo con esta piel?
Even se detiene un segundo, girándose hacia mí y en sus ojos la luz de siempre parece más oscura, más preocupada y, sobre todo, cansada de una forma que no logro comprender.
—Jul, deja de tomar estos riesgos.
Por supuesto que a los ojos de Even, todo es un riesgo para mí.
—Sé que no estás de acuerdo con que me una a los cazadores, pero…
—No se trata de eso—me interrumpe, y aunque su tono es bajo y grave, no es lo que me desconcierta. —. Debes alejarte de él.
Algo se quiebra en mí. No recuerdo que haya dicho esas palabras aquel día, estoy segura que eso no es parte de aquel recuerdo.
—¿Qué…?
Siento que el mundo se ladea a mi alrededor. Even baja la mirada y aprieta los labios, negando con la cabeza.
—Él es el causante de todo este desastre. Debes mantenerte lejos, no te metas en lo que no puedes controlar.
Su voz parece deshacerse en el aire, como si lo estuviera diciendo desde otra parte, como si estuviera hablando conmigo desde las sombras a través de algo que apenas recuerdo si es real. Lo veo, intentando descifrar lo que dice. El peso de sus palabras cuelga en el aire, denso como la niebla del anochecer. Me duele la cabeza, el pecho…es como si algo no estuviera encajando dentro de mí.
Cuando lo vuelvo a mirar, ya no son sus ojos. No son verdes, son azules. Intensos, fríos…los ojos de Denrek.
Siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Tiene esa mirada suya, tan honda, como si pudiera ver cada parte de mí…incluso las que yo no comprendo, incluso si intento esconderlo.
—Aléjate.
La voz de Denrek es la misma, pero él no debería de estar aquí. No puede. Es como si el bosque se hubiera replegado sobre sí mismo, como si el recuerdo se estuviera deformando y colapsando en algo que nunca he vivido.
Parpadeo y su figura comienza a desvanecerse en la oscuridad que surge, en lo imposible de los bordes del día. Como un eclipse, consumiendo todo a su paso. Avanzo instintivamente, tratando de seguirlo, pero él ya no está. En su lugar surge una presencia descomunal. Lo que al principio parece solo una sombra, cambia. El brillo del pelaje lo revela bajo la tenue luz que queda. Un lupino, no, un rougarou. Enorme, de pelaje blanco como hueso y con reflejos plateados que parecen moverse por su propia voluntad. Sus ojos rojos son fuego, fijos en mí.
Mi cuerpo reacciona antes que mi mente, intento retroceder, pero tropiezo con la raíz de un árbol. Caigo de espaldas, con el aire escapando en un jadeo.
Karim ruge y siento la vibración en mis costillas. Y cuando se abalanza, despierto con un tirón agudo en el costado. Mi respiración es agitada, como si hubiera emergido desde el fondo del océano.
Lo primero que veo son unos ojos esmeraldas, pero no son los de Even. Son más claros, más redondeos y curiosos, pertenecen a una muchacha de cabello dorado, tan pálido que parece casi blanco bajo la luz incierta del lugar. Me observa con atención mientras sus manos están cubiertas de sangre, mi sangre. Lo sé porque sostiene una venda sobre mi pierna.
—Tranquila—su voz es baja, casi sin mover los labios—. Solo quiero ayudar.
Me intento incorporar, pero el dolor agudo me atraviesa todo el abdomen. Ahogo un gemido y la muchacha me sostiene con firmeza.
—No te muevas, las heridas aún no han cerrado—siento ardor, en la garganta, en los brazos, en las piernas—. Solo, tómalo con calma. Parece como si te hubieras peleado con un demonio.
Su acento es suave, pero el significado de sus palabras es como saltar al agua. Mi mente es arrastrada por un torbellino, arrastrando mis últimas memorias. El bosque, los lupinos rodeándonos, el alfa y Denrek luchando, y esos enormes ojos rojos de Karim mientras me sostenía del cuello.
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Editado: 20.08.2025