«Cuando se llega al límite de las cosas que nos hemos fijado, o incluso antes de llegar a ellas, podemos mirar hacia el infinito » — Georg Chistoph Lichtenberg .
🥀🥀🥀
Duermo, o al menos lo intento. El cuerpo me duele, el aire es denso, infiltrándose entre la cueva. Pero, lo que me saca del silencio no es el frío de las paredes ni el murmullo del viento, es algo más oscuro. Una presencia, como una sombra que respira conmigo. En el momento menos esperado se desliza entre mis pensamientos, buscando grietas para entrar.
Lo siento justo detrás de mis párpados cerrados, como un susurro que no usa palabras, sino imágenes. Me veo corriendo en un bosque encendido. Las llamas devoran las copas de los árboles, lamiendo el cielo ennegrecido. Mi respiración es un jadeo desesperado, mis descalzos pies golpean el barro y las cenizas. Solo sé que huyo de algo…o de alguien.
—Adelaide.
De nuevo esa voz gutural, casi reverente. La sombra repite ese nombre una y otra vez, mientras mi corazón empieza a latir con fuerza. Todo es demasiado claro, el fuego, el miedo…la sensación de estar atrapada dentro de un recuerdo que no es mío, o al menos no recuerdo que lo sea. Me quema, me absorbe.
No.
Me obligo a abrir los ojos, como si nadara hacia la superficie de un helado océano. Parpadeo y el fuego desaparece del bosque, entonces, regreso a la penumbra de la cueva.
Todos duermen, incluso los que deberían estar despiertos. Es como si se hubieran rendido de golpe, como si el sueño los hubiera cazado a todos. No es natural, lo sé, lo siento. Esa criatura nos ha envuelto a todo, con el único propósito de aventurarse entre mi mente.
—Suficiente—dijo en voz baja, con los dientes apretados—. Detente, no estoy de humor.
Silencio, y luego, un movimiento.
Primero lo escucho entre los árboles, más allá de la entrada. Ramas crujiendo, hojas desplazadas con peso. Luego, más y más cerca. Piedras sueltas dentro de la cueva, un murmullo de garras deslizándose por la roca.
Lo veo salir de la oscuridad, un lupino. Enorme, de pelaje negro como la brea, brillando apenas con la luz tenue de la fogata. Sus ojos son dos brasas amarillas que no parpadean, pero no me miran a mí, sino a Denrek.
Se acerca despacio, con una fría y precisa intención.
Busco un arma, mis ojos viajan por las piedras sueltas, los harapos y la tierra húmeda, hasta que encuentro algo firme y metálico; mi daga. El mando se acomoda en mi mano como si estuviera estado esperándome. La bestia está a pocos pasos de Denrek y cuando se abalanza, me lanzo hacia adelante. El impulso es suficiente para golpear su costado con el hombro y el filo del arma alcanza su piel. El sonido es áspero, casi agonizante. Retrocede un paso, sorprendido por mi reacción.
Me interpongo entre él y Denrek. Mis piernas tiemblan, los demás continúan atrapados entre los sueños de esa criatura, y así lo prefiero. Nadie más puede salir herido, no mientras pueda hacer algo. El lupino se lanza de nuevo, está vez hacia mí. Apenas tengo tiempo de reaccionar, lo esquivo con torpeza. Siento la sangre hirviendo a través de las venas, recorriendo todo mi cuerpo. De nuevo esa sensación, como si tuviera algo en el pecho que empieza a crecer y que estallará en algún momento.
Entre las garras perforando el viento y sus gruñidos, lo distingo, ese momento clave. Mi brazo se alza y la daga atraviesa su defensa. Utilizo todas las fuerzas para atravesar su cráneo y un golpe seco resuena entre las paredes desoladas. Su cuerpo cae, incapaz de seguir luchando…de seguir viviendo.
Antes de recuperar el aliento y tomar el arma, otro sonido rasga la inquietud. Un segundo lupino que emerge de la oscuridad con una velocidad inesperada. Aunque veo venir el movimiento, es demasiado veloz. Me alcanza y de un zarpazo salgo impulsada hacia la pared de roca. El impacto me deja sin aliento, es como sentirlo mientras el tiempo parece detenerse. Siento cómo el aire me es arrancada al chocar contra la pared, y esa oleada de calor se expande lentamente.
Veo con claridad la herida, mi propia sangre salir del cuerpo y expandirse por la cueva. Es una herida profunda, lo siento en la piel, en mi propia respiración entrecortada, y sobre todo, en la forma en que todo parece volverse más lento.
Aunque las punzadas son como una constante cortada, y quiero solo cerrar los ojos por un instante. No lo hago. No puedo.
El lupino avanza, su silueta imponente llena la cueva. El sonido de sus garras sobre la roca marca el tiempo que me queda. Me apoyo en la pared, aún con las piernas temblando, pero logro sostenerme. No puedo permitir que viva, no mientras Denrek y los demás siguen inconscientes. No mientras pueda hacer algo.
Aprieto los dientes, forzando una respiración profunda, firme. Mantengo la vista fija en la bestia. Si lo atacará, tendrá que enfrentarse a mí primero.
—No lo harás—murmuro, más para mí que para la sanguinaria bestia de enfrente.
El lupino se detiene por un instante, sus ojos están encendidos con destellos salvajes. Me evalúa, olfatea el aire, quizás para reconocer si realmente no estoy dispuesta a rendirme fácilmente. Quizás para decidir si vale la pena continuar. No se mueve, pero tampoco se aleja. Sus amarillos ojos están fijos en mí, como si midiera el momento exacto para atacar.
#1243 en Fantasía
#765 en Personajes sobrenaturales
vampiros bruja y licantropos, misterio y suspenso, dolor y amor
Editado: 20.08.2025