«Hay reencuentros que te hacen replantearte tu vida» — Desconocido.
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El tiempo parece esfumarse con el viento, y, sin embargo, todavía no encontramos nada. Han pasado siete días desde que nos alejamos de Harley y el resto de las personas, siete días desde que decidí confiar nuevamente en Denrek para atravesar todo el mundo, si es necesario, y encontrar algunas respuestas. Ahora solo podemos avanzar a través del espeso bosque, entre raíces que parecen aferrarse a nuestros tobillos y ramas que susurran lejanos secretos.
Puedo sentir como aquel ser de sombras no ha vuelto a aparecer, no desde que durmió a todas esas personas. Y, sin embargo, lo más intrigante no es eso, tampoco los sonidos lejanos de lo que podrían ser animales…o algo más. Lo verdaderamente enigmático es Denrek.
Está distinto. Más callado, sin comentarios sarcásticos lanzados al aire, ni gestos de falsa arrogancia que tanto empeña en utilizar para irritarme, aunque en el fondo solo me entretiene. No, hoy no hay nada de eso. Camina con la mirada fija en el entorno, como si algo lo estuviera atormentando, como si algo lo estuviera persiguiendo…como si cada sombra pudiera esconder una amenaza.
No le pregunto, no es solo porque una parte de mí me asusta saberlo, sino que hay como una especie de respeto en el silencio que compartimos. Quizás ni él mismo lo entienda. Solo sé que ambos preferimos mil veces el silencio a decirlo en voz alta. O puede que sea una simple señal que me indica que, aunque he depositado en él esa semilla de confianza, él no ha hecho lo mismo; no del todo. No confía en mí.
El sol comienza a caer. Ese tono dorado y cobre que tanto admiro, tiñe todo el bosque. Las sombras se empiezan a alargar.
—Podríamos cazar algo—decido romper el silencio con una propuesta sencilla—. Antes de que oscurezca del todo.
Asiente sin decir alguna palabra y me sigue.
No pasa demasiado para cuando localizamos una manada de corzos. Los vemos moverse entre los arbustos, casi tan sigilosos como nosotros. Su elegancia es natural, por un momento les compadezco. Uno de ellos será nuestra cena.
Me deslizo entre los árboles con el arco en mano, es más eficiente para presas que podrían escucharnos si nos acercamos más. Aparece de nuevo ese zumbido sutil en mi pecho, como una especie de conexión con el bosque que solo aparece cuando dejo que mi mente se calle.
Mi respiración se vuelve lenta, mis pies avanzan. El mundo se reduce a los latidos de mi corazón y al movimiento suave de los animales delante de nosotros.
Busco el momento oportuno para disparar, cuando una gota cae desde lo alto del cielo. Primero una, luego más. Dispersas que pronto toman el cielo como si hubieran decidido empapar todo a su paso. El aguacero nos envuelve en seguida, ni siquiera pasa demasiado para que ya estemos empapados. Los corzos huyen con saltos amplios, veloces, casi fantasmales entre la maleza.
Me quedo allí, quieta, con el arco a medio levantar mientras mi segunda piel y mi cabello gotean. La diosa Kahelani sabe cómo arruinar una perfecta cacería, escucho mi propia risa, baja y cargada de frustración. Me doy la vuelta hacia Denrek, está igual de empapado y solo me observa con esos brillantes ojos cargados de un destello que no logro descifrar.
Por un segundo, todo parece suspenderse. El agua cae, y a pesar del frío y estos largos silencios, no siento que hayamos perdido nada.
—A este paso, la única cosa que cazaremos será una pulmonía—da un paso hacia mí, ese tono tan peculiar ha vuelto a aparecer—. ¿Qué dices? ¿Nos rendimos con dignidad o buscamos un refugio?
No puedo evitar sonreír, es casi involuntaria. Asiento sin decir nada más.
La lluvia es fría como la mirada de un cazador al acecho. El bosque, en segundo se vuelve un laberinto de barro y ramas empapadas. Hasta que visualizamos un roble pedunculado, viejo como el tiempo, gigantesco como una historia olvidada. Su copa se alza sobre nosotros y nos resguardamos bajo su inmensa sombra.
El agua golpea la tierra a nuestro alrededor, formando charcos que reflejan los últimos tonos del crepúsculo. El frío empieza a colarse entre mi piel. La piel de hiena está empapada y empiezo a sentir el temblor desde la espalda, lentamente pero firme.
Denrek vuelve a guardar silencio, a mi lado, como si su presencia fuera apenas una silueta bajo la lluvia. Lo observo con disimulo, tiene sus ojos fijos en la distancia. Hay cierta tensión en su apretada mandíbula, como si algo en él estuviera agrietándose por dentro.
—No le des importancia—dice sin mirarme—. No intento ser grosero. Es solo que…cuando la luna desaparece del cielo, es como si se llevara una parte de mí.
Me quedo en silencio, absorbiendo sus palabras. No esperaba esa confesión, mucho menos el tono tan honesto y agotado en que lo ha dicho.
—Ser una parte rougarou tiene consecuencias—añade, casi en un susurro—. Puedo sentirlo en cada partícula…su ausencia, es como si todo mi cuerpo estuviera recordando algo que ya no está en el cielo.
No digo nada, no sé qué decir. Quizás ni siquiera es necesario. Tampoco es como si me asustara, de hecho, puedo sentir hasta un poco de alivio. Después de todo, ese silencio es por una razón y él ha decidido confiar en decirme cuál.
Nos quedamos allí, sin hablar, solo escuchando el sonido de la tormenta que marca el paso del tiempo. El frío, sin embargo, no se va. Se instala profundamente en mis huesos, haciéndome estremecer. Denrek me mira de reojo.
—Si tuviera una chaqueta, te la daría—dice con esa chispa en su voz—. Pero, si no quieres morir congelada, puedo transformarme y dejar que mi pelaje te reconforte.
Lo miro, intrigada con cada palabra. Sin entender cómo esa parte de él, con solo unas palabras y media sonrisa, me parece tan tranquilizador.
—¿Es doloroso? —pregunto sintiendo el frío hasta en los dientes—. Transformarse.
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Editado: 20.08.2025