Destello Nocturno

Capítulo XXXI: Nunca dudes

«¿Y cómo pueden los muertos estar realmente muertos si siguen viviendo en el alma de aquellos que dejaron detrás» —Carson McCullers.

🥀🥀🥀

La nevada del invierno cae como un susurro entre las colinas, cubriéndolo todo con una capa blanca que cruje bajo mis pies. El aire huele a tierra fría, y a una promesa de muerte. Llevamos dos días sin encontrar presas, el helado clima se ha encargado de ello mientras el hambre y el silencio nos conecta con miradas tensas. Entonces lo vemos, una manada de caballos de Konik galopando entre la niebla baja, sus crines mojadas se ondean como estandartes salvajes.

Siento como la adrenalina empieza a recorrerme como fuego líquido, despierta cada músculo, tensa mis dedos. Mi segunda piel me cubre, aunque no basta lo suficiente. Pero, el calor de la persecución me arde bajo la carne.

Dejamos huellas en la nieve, marcando un camino lejano. Entonces lo veo, uno de los caballos, más grande que los demás, fuerte, hermoso…tiene una herida bajo la pezuña trasera. Cojea apenas, pero es suficiente como para sentenciarlo. Giro el rostro hacia Denrek y le hago una señal que entiende sin una palabra.

Vamos por ese, así que nos separamos corriendo en diferentes ángulos para tratar de aislarlos, de forzarlo a romper la formación de la manada. El helado viento quema mi rostro, los copos de nieve se adhieren a mí como pequeñas brasas heladas. El caballo forcejea por seguir al grupo, pero logramos arrinconarlo poco a poco.

Su aliento sale en nubes densas, igual que el mío. Puedo sentir mi corazón latir constantemente.

El caballo es rápido, demasiado.

Cuando creo que lo perderemos, Denrek salta. No como hombre, sino como el lobo de pelaje negro. Es un estallido de sombra y músculo que envuelve el aire, y cuando cae al suelo es ese enorme canino. El más grande que jamás he visto, mucho más alto que el caballo, más acho que yo con los brazos abiertos. Sus ojos brillan como fuego azul encendido mientras se interpone frente al animal, obligándolo a frenar en seco, a retroceder con un relincho de terror.

Aprovecho la distracción y lanzo una flecha. Aprieto los dientes al escuchar el impacto, el caballo relincha con furia y dolor, pero no cae. No aún. El miedo parece empujarlo más que la herida y huye a toda velocidad manchando la nieve con sangre caliente.

Y por un segundo pienso en rendirme, el cansancio ha empezado a pesar en los huesos. Pero, el lobo pasa junto a mí como un trueno oscuro. Siento su fuerza, su velocidad, su furia. Extiendo una mano y me aferro a su pelaje espeso, caliente como un fuego vivo y me dejo llevar. Me acomodo sobre él mientras empieza a correr tras la presa. Juntos nos volvemos una sombra envueltas en la cacería.

Podrías haber pedido un clima más acogedor para este espectáculo—su voz resuena en mi mente, cálida y burlona como siempre—. Aunque debo admitir que es un drama disfrutable. Nieve, sangre y tú cabalgando sobre mí, ¿quién lo hubiera creído?

No puedo evitar soltar una risa que se entrecorta por el frío y la adrenalina, no dejo de aferrarme a su lomo peludo.

—Cállate y corre.

Y así lo hace, como un relámpago viviente. El gran caballo herido ya no tiene oportunidad, lo alcanzamos con una rapidez inexplicable. Aprieto las piernas alrededor del cuerpo del lobo, respirando el calor que sale de él como vapor. Me impulso hasta ponerme de pie sobre su lomo y luego, al tener al caballo a nuestra izquierda y la daga en mi mano, salto.

Aterrizo sobre el costado del caballo hasta hacernos rodar por la nieve entre bufidos, sacudidas y un grito ahogado del animal. El mundo se vuelve viento y nieve, luego, el impacto contra la tierra cubierta de la capa blanca.

Siento cada músculo protestar, cada fibra temblar del esfuerzo. El caballo intenta levantarse, todo su cuerpo tiembla, intenta batirse y seguir luchando. Pero Denrek está ahí, su enorme garra desciende y se apoya sobre el costado del caballo, inmovilizando. Sus colmillos están a un suspiro de su cuello, pero no hace nada más.

Me arrastro hasta el lado del animal y pongo una mano sobre su cuello tembloroso. Puedo sentir su calor, su miedo. No hay odio en su mirada, solo ese instinto por intentar vivir. Acaricio suavemente su pelaje húmedo por la nieve y el sudor mientras mis dedos se deslizan a la daga que he clavado muy cerca y la profundizo más.

El silencio que queda es más denso que la nevada, mi cuerpo arde por tener descanso, al igual que mi mente. Toda esta cacería ha vaciado lo que tengo dentro. Alzo la vista y veo una pequeña zona más adelante, protegida por árboles nudosos y formaciones rocosas que cortan el viento como muros.

—Tenemos que llevarlo ahí—le digo al lobo sin mirarlo—. Encárgate, encenderé fuego.

Denrek no dice nada, solo se encarga de tomar el cuerpo del caballo entre sus colmillos y lo arrastra detrás de mí. Después de recolectar algunos troncos enciendo la fogata con las manos entumecidas y el alma exhausta. A mis espaldas, Denrek vuelve a tomar su forma humana.

—El sabor es más exquisito sin necesidad de cocinarlo—se sacude la nieve de los hombros, su voz es rasposa y cálida, haciendo un contraste extraño con el ambiente helado.

—No es como si hubieras hecho mucho en la cacería—replico, sin levantar la vista de las llamas.




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