Destello Nocturno

Capítulo XXXIII: Adelaide, la esencia olvidada

«El riesgo de una decisión equivocada es preferible al terror de la indecisión» — Maimónides.

🥀🥀🥀

No sé decir en qué momento todo comienza. Solo sé que el aire se ha vuelto espeso, tibio y es como si el mismo mundo estuviera respirando sobre mí. La niebla está tomando una tonalidad azul y tenue que empieza a envolverme como un susurro. Camino sin peso, es como si mis pies estuvieran flotando sobre la húmeda tierra del bosque. A lo lejos solo puedo percibir una luz parpadeante que corta la penumbra.

Es fuego.

Me detengo. El bosque que parecía dormido está envuelto en un silencio absoluto. No cruje ni una rama, no se percibe ni una criatura. Solo el caos del fuego. Luego, algunos gritos, débiles que empiezan a ser desgarradores. Gritos de niños, mujeres, hombres…todas las voces se mezclan con el viento, están cargadas de miedo, otras de furia.

Me acerco y la nieve empieza a caer. Lenta, blanca e irreal. Contrasta con el rojo violento de las llamas que devoran una casa entre los árboles. Una casa que no reconozco, pero que me duele mirar.

Entonces, el fuego cambia y no sé explicarlo. Porque no se ha apagado, sino que se transforma y deja de iluminar, deja de calentar. Su ardiente luz es tragada por una densa oscuridad. Parpadeo y ahora me encuentro en una cueva. Las paredes sudan humedad y el aire es tan espeso que me cuesta respirar. No veo el fuego, pero siento su eco en el pecho.

Y luego, un grito de una mujer. Es un sonido cargado de un dolor antiguo, desgarrador y profundo. Es como una herida abierta que nunca se ha cerrado. Quiero correr, pero mi cuerpo no responde. Solo puedo ver al fondo la luna llena que me mira desde el exterior, es apenas un círculo pálido en el marco de la oscuridad.

Cuando abro los ojos, unas pupilas verdes me miran de cerca. Tan intensos que me hacen olvidar por un instante lo que ha sucedido. Parpadeo. La mujer me sigue observando con un destello curioso mientras curva sus labios hasta mostrarme una pequeña sonrisa. Es una mujer muy hermosa, de piel oscura, cabello rizado como raíces húmedas y facciones suaves. Pero solo hay un problema, no la conozco.

Me incorporo de golpe. Todo a mi alrededor es ajeno, el suelo es de piedra, pero no reconozco su textura. El olor en el aire es dulce y metálico, como flores podridas mezcladas con sangre. Busco con desesperación, alguna de mis armas, alguna de mis dagas. La mujer me sigue con la mirada hasta que da un paso lento hacia mí.

—Julietta…calma. No te haré daño.

Mi corazón se detiene un segundo mientras la veo directamente.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Sus labios se curvan apenas, no veo ningún arma con ella, pero eso no me tranquiliza en absoluto.

—Lo vi…en tu mente—su manera de hablar es tan peculiar, un sonido agradable que te hace querer confiar—. Debo decir, que es un lugar bastante caótico…tu mente.

Doy un paso atrás, formando un puño con las manos. Aunque son solo palabras, hay una extraña sensación que me indica que realmente ha entrado a mi mente.

—¿Quién eres?

Ella inclina la cabeza, su expresión es serena, pero hay algo más en sus ojos. Algo que no entiendo.

—Puedes llamarme Corolla—aunque su tono es tranquilo, cada parte de mi me grita que algo no está bien.

Me enfoco en los detalles del lugar, todo genera un ambiente antiguo con objetos irreconocibles. Hay variedad de plantas apropiándose de las paredes y sigo sin comprender la situación, los propósitos de esa mujer. La observo a los ojos intentando descifrar algún indicio de sus verdaderas intenciones, pero solo eleva una ceja.

—¿Dónde está Denrek?

La mujer, Corolla, me sostiene la mirada por un momento. Luego asiente como si acabara de concederme algo.

—Sígueme—se gira sobre sus talones con una elegancia que no encaja con el entorno.

Cruzamos el umbral de la habitación y me detengo en seco. El pasillo que se extiende ante nosotras es inmenso. Demasiado largo más allá de la vista. Las paredes se curvan hacia arriba y sobre ellas, puertas. Cientos, no, miles. Puertas de todos los tamaños, formas y colores. Algunas parecen de madera antigua, otras de piedra viva, otras brillan con metales que nunca he visto. No hay sonido alguno, ni eco de nuestros pasos mientras avanzamos. Solo un silencio absoluto que me eriza la piel.

Corolla camina con paso seguro sin mirar a los lados. La sigo con cautela, como si en cualquier momento una de esas puertas pudiera abrirse por su cuenta. Se detiene frente a una puerta de madera oscura, con vetas que parecen moverse. La abre sin esfuerzo, sin siquiera tocarla y allí está Denrek.

Recostado sobre una especie de lecho hecho de piedra pulida y pieles, parece dormido, aunque su cuerpo está envuelto por enredaderas gruesas que lo sujetan por las muñecas, los tobillos y el torso. Algunas hojas palpitan suavemente con un verde brillante, como si respiraran.

Doy un paso al frente, pero Corolla extiende una mano para detenerme.

—Está a salvo. Esto es…por precaución—me explica sin apartar la vista de él—. No solemos confiar en los rougarous. O en cualquier criatura que no sea una de las nuestras.




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