Destello Nocturno

Capítulo XXXIII

«Es sencillo hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil hacer que sean sencillas» — F. Nietzsche. 
 

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Julietta.

La imprudencia suele envolvernos al tocar los límites de aquello que conocemos como ordinario. Surge cuando las cosas empiezan a salirse del entorno usual, cuando todo empieza a derrumbarse de una manera tan imprevista, que apenas podemos respirar.

Las palabras de Corolla eran tan solo una parte de ese caos que empezaba a empeorar. Fue como encender el fuego en un bosque con árboles muertos.

—Hay caminos oscuros, querida, y para que aprendas a utilizar los dones que te ha proporcionado Adelaide, deberás emerger de esta.

Relacionarme con el poder que asegura poseía en mi interior era tan solo una parte de las cosas que jamás hubiera imaginado. Nunca me fijé en los indicios que pudieron advertirme de estar fuera de lo apenas ordinario del mundo.

Los intentos por descubrir muchas verdades relacionadas a aquel único y solitario recuerdo que sí era de mi pertenencia no hizo más que hacerme pensar que continuaba estancada en el mismo lugar.

Era una retención involuntaria que no hacía más que sofocarme. Podía sentir claramente la tensión expandiéndose y alterando los vellos de mi piel. Había un latir que intentaba tranquilizar para poder encontrar algo más.

—Concéntrate—intervino una vez más—. Despeja tu mente.

Fue inevitable musitar una sonrisa irónica, sonaba más sencillo de lo que realmente era. Precisamente mi mente era la que nunca parecía querer descansar.

Hice un esfuerzo. Intenté ignorar mi entorno, mis propios pensamientos.

La tensión helada que apresaba mi piel empezó a disminuir y pronto me vi rodeada de una infinita oscuridad. No podía reconocer la diferencia entre avanzar o retroceder, todo parecía dirigirme hacia el mismo punto.

Sentí una punzada en el dedo anular derecho, una pequeña gota rojiza se deslizó por los bordes hasta caer bajos mis pies. No pude divisar el momento en que tocó tierra, toda la parte inferior se abrió y me dejó caer entre más oscuridad hacia una profundidad desconocida.

No había nada a lo que pudiera aferrarme, solo esperaba el momento del impacto, pero no parecía estar cerca de suceder.

Transcurrido un tiempo empecé a visualizar algunos destellos lejanos que provenían de los alrededores. Era como la luz de las luciérnagas, pero algunos tenían tonalidades diferente. Un destello de un azul reluciente se aproximó y me absorbió por completo.

Mi entorno se convirtió en un bosque abrazado por el crepúsculo. Habían muchas flores alrededor que vislumbraban el lugar. Solo hizo falta levantar la mirada para distinguir la espalda de una pequeña niña con un vestido que se camuflaba sin ningún problema con los pétalos de las flores que abundaban cerca de ella. Parecía estar recolectándola con un canasto de paja.

—¿Qué haces en este lugar? —su voz era delicada, pero tenía un tono firme.

Observé una vez más los alrededores, estábamos cerca de una casa construida con madera. Aún no podía verle el rostro y tenía muchas inquietudes.

—Busco un recuerdo.

—¿Solo uno?

Tenía razón, intentaría obtener todos, pero las posibilidades eran escasas.

—Uno que pueda servirme.

Sus cabellos eran como el tronco de los árboles, pero cuando el viento los arrastraba y se mezclaban con los rayos del sol, parecía haber destellos dorados.

—Te ayudaré a encontrar todos los que quieras—ofreció dejando otras flores dentro de la canasta—. Pero debes darme algo a cambio.

Se puso de pie y al voltearse pude verle el rostro. Con facciones tan delicadas que eran destacadas por el dorado en la iris de sus ojos, las pestañas apenas eras visibles como los pequeños puntos de un tono suave que adornaban sus mejillas.

Aunque tuviera a una infante, poseía un aura madura. Despues de todo, era ella, la mujer que permanecía encerrada en mi interior.

Las palabras nunca pudieron abandonar mis labios, puesto que una fuerte opresión en el pecho me detuvo. Lo último que logré visualizar fue su sonrisa antes de salir de la profundidad del agua en busca de aire.

Permitirme salir del mundo fuera de mi cabeza solo trajo consigo un frío entorno. La piel empezó a erizarse y empecé a temblar como si estuviese enferma.

—Respira, querida, tómalo con calma.

Corolla me ayudó a ponerme de pie y cubrió la desnudez de mi cuerpo con algunas mantas. Observé el lugar en donde había estado sumergida, escasos rastros de una bruma oscura cubrían la parte superior del agua.

—¿Has logrado encontrar algo?

Negué.

—Fue como me lo dijo—agregué sintiendo como mis dientes rozaban entre si—. Me atrapó en uno de sus recuerdos.

No había lugar para encender fuego, pero me pasó un recipiente con la mezcla de plantas. El agua estaba tan cálida que estabilizó un poco mi helado cuerpo.

—Esperaba que te diera más tiempo antes de atraparte—musitó—. Aún así, se ha comunicado contigo, ¿qué ha dicho?

Podía sentir las heladas gotas que descendían de mi cabello, observé la pequeña cortada en el brazo, aún habían rastros del líquido rojizo y el ardor era más real que en aquel momento.

—Puede ayudarme, pero quería algo a cambio.

No era complicado imaginar lo que podría llegar a querer. Había una gran posibilidad de que desease que le cediera el control de este cuerpo para que pudiera regresar de la reencarnación a como debió haberlo hecho.

Observé las brumas oscuras que habían aparecido en el agua. Pensé que de haber permanecido un poco más, aceptar su propuesta hubiese presentado una completa tentación.

No quería seguir en ignorancia, solo me quedaba buscar algún indicio para saber del ser que había osado en privarme de mis propios recuerdos.

—Tienes varias mudadas en aquella habitación, ve a cambiarte o pescarás un resfriado.




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