Destello Nocturno

Capítulo XXXIX: Renacer o destruir

«La mirada es el espejo del alma, donde solo los que saben apreciarla pueden encontrar la calma»
— R.H. Perez

🥀🥀🥀

Todo se quiebra en un parpadeo. Es como un tirón en seco, como si mi propia alma estuviera siendo arrancada mientras esa puerta se cierra en mi cara con violencia. No es un regreso suave, ni un despertar progresivo. Es un golpe, y luego oscuridad.

Emerjo del agua como si estuviera saliendo de la más fría tumba. El vapor helado se disipa a mi alrededor. De nuevo el agua es fría y negra. No turbia…oscura. Como si algo oscuro se hubiese deshecho dentro de ella.

Jadeo, tomando aire como si me estuviera ahogando. Me apoyo en el borde de la tina, temblando. Siento mi propio corazón acelerado y los dedos rígidos, como si hubiesen sostenido un rayo con las manos.

Maldición.

—Julietta—la joven bruja, Sea, está arrodillada junto a la piedra—. Estuviste más tiempo esta vez. Lograste resistir…

Me obligo a salir, tengo los músculos tensos y la piel eriza. Me envuelvo en la tela más cercana y me visto con manos torpes. La muchacha, de cabello rojizo y ojos curiosos me espera pacientemente.

—No fue suficiente—escupo, sin mirarla—. Nunca lo es.

Sea no responde, solo baja la mirada. Ella lo sabe, ambas lo sabemos. Puede que haya resistido más tiempo, sí. Pero no importa si caigo en cinco minutos o en veinte. Sigo cayendo. Siempre me saca de mi propia mente, siempre gana.

—Creí que, con el poder de la luna llena, podrías lograrlo—agrega, mientras empieza a barrer las plantas marchitas que han caído alrededor.

Antes de que pueda comentarle sobre esa aura que sobresalía de aquella puerta, escuchamos pasos. Retumbantes, y pronto Corolla entra.

—¿Qué están haciendo? —hay un hilo afilado en su voz.

Me giro, está de pie en la entrada del círculo con el ceño fruncido y los brazos cruzados. En su rostro hay un toque de sorpresa, pero también temor. En especial cuando nota que ese poder oscuro empieza a salir de la habitación, dejando marcas negras a su paso. Con un gesto le pide a Sea que se aleje, la muchacha no duda ni un segundo.

—Te dijo que no lo hicieras de nuevo.

—Esta vez fue diferente—intento decir, pero me interrumpe con un gesto.

—Ese no es el verdadero problema—sus verdes ojos parecen más encendidos—. No lo estás entendiendo, Julietta. No se trata de resistencia, se trata de lo que estás entregando a cambio.

Mi mandíbula se tensa. No quiero escucharla, no ahora, no cuando aún siento el sabor metálico de la sangre que brota de mi nariz. No cuando llevo días intentándolo a sus espaldas.

—Solo estoy tratando de recuperar mis recuerdos—murmuro.

Por un momento, suaviza la mirada. Quizás sea la única que me entiende, nunca la he tenido que sobornar como a Sea para que me ayude.

—Y a cambio le estás entregando todo lo que necesita para despertarse. ¿No lo notas? Usará cada grieta de tu voluntad. Cada vez que entras ahí, le estás dando más acceso.

Me quedo en silencio. Y no porque sea algo nuevo. Lo sé, lo he sentido. Adelaide ya no solo habita en mi mente…la está explorando, se está apropiando de ella.

—Julietta—su voz es más suave—. Sé que lo único que quieres son respuestas. Sé que estás cansada de que todos te vean como algo que no pediste ser. Pero la verdad no servirá si no estás lista para sostenerla sin que te arrastre con ella.

Sus palabras duelen más de lo que me gustaría admitir. No sé en qué rayos he estado pensando.

—Debes escuchar, sin entregarte. Fortalecerte sin abrir puertas que no puedes cerrar—agrega—. Porque si no te preparas, cuando Adelaide despierte por completo…no podrás volver.

Mi respiración se vuelve más lenta, más pesada. Aún puedo sentir esa punzada en mi pecho, de rabia, de miedo…de impotencia.

Observo el agua, oscurecida, perturbada. Un reflejo de lo que estoy sintiendo.

—Lo lamento—no levanto la vista—. No estoy siendo prudente. Lo sé.

Corolla me mira por unos segundos que se sienten eternos.

—Ve. Tienes otra lección que no has terminado.

Y me voy. Intento concentrarme, respirar hondo y dejarme ser corregida. Dejo que mis dedos fallen y vuelvan a intentarlo. Pero sin dejar a un lado esa perturbadora sensación, esa inquietud de tener la mente vulnerada. Como si Adelaide hubiese dejado una marca invisible justo detrás de mis ojos.

Cuando llega el atardecer y el cielo se empieza a teñir de naranja y malva, me escabullo. Me alejo del claro donde se reúnen las demás y camino hacia la colina, donde las luciérnagas suelen danzar cuando el sol se despide. Es una costumbre, casi como un rito personal. No solo por su belleza, sino por lo que me permiten ver.

Me siento sobre la piedra plana y espero. Una a una, comienzan a aparecer. En un parpadeo se vuelven docenas de destellos girando como brasas vivas, envolviéndome.

—Por favor…búsquenlo—susurro.

No es ningún hechizo. No necesito palabras antiguas ni símbolos en el suelo. Solo conexión, intención y quizás deseo. Las luciérnagas comienzan a extenderse hacia el bosque, alejándose, mientras su luz titila al ritmo de mis emociones.




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