Destello Nocturno

Capítulo XLI: Latidos cruzados

«Escucha al viento porque habla. Escucha al silencio porque habla. Escucha a tu corazón porque es sabio»

—Anónimo.

🥀🥀🥀

Me arden las palmas de las manos.

La energía zumba en cada célula de mi cuerpo, un murmullo eléctrico que recorre mi piel como si mis venas fueran hilos de luz a punto de romperse.

Frente a mí, Corolla extiende sus manos sobre mi espalda, susurrando con esa voz calmada que siempre logra mantenerme anclada a este plano.

—Concéntrate, Julietta. Respira con la luz, no contra ella.

La luz.

Las luciérnagas flotan a mi alrededor, danzando en espirales doradas que iluminan la penumbra del claro. Puedo sentirlas, cada diminuta chispa cargada de una calidez que late al mismo ritmo que mi pulso. Intento sincronizarme con ellas, abrirme a su energía para que su luz me lleve, para deslizarme entre ellas como lo hacía Adelaide, según tantos relatos.

Corolla lo ha confirmado, era uno de los tantos dones de esa somdella que todos consideran una bendición, pero yo solo puedo ver una cuerda atada a lo que soy y lo que temo ser.

—Para transformarte en la luz, debes rendirte a ella—repite.

Pero, es difícil rendirse cuando a través de esa misma luz puedo ver a Denrek y a Even combatiendo a muerte.

El latido de mi corazón es acelerado, tan fuerte que siento como cada latido me empuja fuera de ritmo con las luciérnagas. Veo a Denrek forcejar, herido, jadeando mientras se defiende sin atacar. Veo a Even, furioso, con los ojos cargados de dolor y rabia, la silueta de su nuevo ser deformado por el hambre y la maldición que carga en sus venas.

No puedo...concentrarme.

—Julietta, respira—insiste Corolla detrás de mí, siento su mano firme sobre mi hombro, apretando—. Si no te enfocas, vas a romper el flujo.

Mi respiración se corta, mis manos tiemblan.

Las luciérnagas me muestran imágenes de sangre en la hierba, el resplandor de los ojos de Denrek mirándome como si fuera el último aire que puede respirar, la furia de Even mientras se quiebra por dentro.

Siento que estoy siendo jalada en todas direcciones.

Debo ir. Debo detener esto.

El zumbido en mis oídos se convierte en un rugido. Mis músculos se tensan con cada latido, cada fragmento de luz se convierte en un látigo que me quema por dentro.

—¡Espera! —la voz de Corolla se vuelve severa—. ¡Detente!

—¡No puedo! —mi voz está cargada de desesperación.

—Si lo fuerzas más...—su tono es más bajo, quebrado—. No tendrás fuerzas para regresar.

Me quedo congelada, la luz palpita a mi alrededor, presionándome con calor y electricidad mientras no puedo dejar de ver esas imágenes. Siento mi propio pecho subir y bajar, mientras mi mente es un torbellino entre todo lo que he aprendido, todo lo que he fallado y lo que quiero salvar.

—Julietta...—Corolla repite, más suave—. Regresarás por ellos después. Si vas ahora...podrías no volver.

El miedo me perfora, porque lo entiendo. Adelaide puede usar esto para aferrarse. Usará mi desesperación, mis emociones para intentar volver.

Y, no puedo permitírselo.

Aprieto los ojos mientras el temblor en mis manos se apaga lentamente, y las luciérnagas se dispersan, cargadas de un calor triste que se aleja en la noche. Pienso en esa última imagen. La mirada de Even cargada de oscuridad y odio respaldando ese miedo.

Y Denrek...esa mirada a través de las luciérnagas mientras su pecho está agitado, las manos ensangrentadas...y sin alzar un solo golpe.

Rendido. Culpable.

Sé que Denrek no le hará daño a Even, ni, aunque tenga que morir con ello. Pero la idea de que Even sea quien termine con él...no puedo. No puedo quedarme aquí esperando. No puedo verlos destruirse el uno al otro mientras me escondo detrás de la luz de unas luciérnagas.

Respiro.

El aire es frío en mis pulmones mientras cierro los ojos, siento la energía subir, enredarse, rebelarse dentro de mí como una bestia salvaje que muerde desde dentro. La voz de Corolla pasa a segundo plano, es como un zumbido lejano. No hay vuelta atrás.

Siento la sangre cálida deslizarse por mi labio, goteando en mi barbilla mientras el temblor en mis manos se intensifica. Cada luciérnaga se convierte en un punto de luz tan brillante que casi me ciega. Resuena como mi propio latido, guiándome hacia ellos.

Y finalmente, los veo.

Even, con la mano alzada en garras negras, el pulso de Denrek palpitando en su agarre. Esa expresión...ese brillo, ese adiós silencioso, esa aceptación de que no escapará esta vez.

No. No mientras aún esté respirando.

Apenas distingo el momento en que toda esta energía contenida se agrieta en cada fibra de mi cuerpo. Las luciérnagas que me envuelven, que me consumen van en dirección a Even mientras siento el mundo romperse a mi alrededor en fragmentos de luz.

El aire huele a hierro y tierra húmeda. El latido de Denrek se detiene por un segundo y la mirada de Even se alza, desbordando esa rabia y confusión. Porque el bosque parece contener el aliento. El latido de mi corazón es un tambor desesperado, retumbando en mis oídos.

Veo a Even. A mi hermano.

Lo veo incorporado de nuevo, con las garras negras, las venas oscuras recorriendo su piel como raíces podridas. Su respiración es un vapor irregular, sus ojos son un mar revuelto, negros con destellos rojos, tan distintos a los ojos amables que recuerdo.

Nuestros ojos se encuentran y en ese instante, el mundo se detiene.

No hay brujas. No hay somdella. No hay profecías. No está Adelaide. No hay nada más. Solo Even.

El Even que me cargaba en los hombros para robar frutas maduras de los árboles. El Even que me enseñó a leer junto al fuego cuando Malani no estaba. El Even que me abrazaba cuando las pesadillas me despertaban gritando por la noche.




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