«Todo comienza y termina en tu mente. A lo que das poder, tiene poder sobre ti»
—Anónimo.
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Algo no está bien. El aire se siente diferente, como una presión invisible que cae sobre mis hombros en un aniebla densa, como un susurro que no viene del viento ni de los árboles. Las luciérnagas tiemblan en su vuelo y, de pronto, la conexión se rompe.
—¿Even? —murmuro, pero no puedo ver nada.
Solo hay oscuridad, y algo más...una sombra.
No como la de los árboles o la noche. Está respira, se mueve y me observa como tantas veces lo ha hecho. Puedo sentirlo, a esa criatura de oscuridad acechante...el Suus.
No necesito verlo pasa saber que está aquí, su presencia es tan intensa que me hiela la sangre. Y luego, su voz...no se escucha, se siente.
—Adelaide...
El nombre vibra dentro de mi cráneo como un eco maldito.
—Adelaide...
—No—retrocedo.
Pero esta criatura no necesita tocarme, se desliza hacia mí como una corriente dentro de mi mente, como si mi alma fuera un río. Se desliza de una manera tan oscura, que por más que intente levantar una barrera como Corolla me enseñó, no puedo. Es más fuerte...más antiguo y está decidido a cumplir con su cometido.
La vibración de un grito hace eco en mi cabeza, pero no con la voz, sino con el alma. Entonces, el mundo cambia. Ya no estoy en el bosque, ni siquiera soy yo, no del todo. Mis pies son pequeños, débiles. Mi cuerpo...un cuerpo de recién nacida.
Hay sangre. Sangre caliente, nueva. Y mi madre corre.
Una mujer morena, de rostro pálido por el miedo y el esfuerzo. Su vestido está rasgado, sus manos sangran al sujetarme. Corre con desesperación, entre ramas y aullidos.
Los lupinos, licántropos, la siguen. Puedo oírlos, olerlos. Ella jadea, llora...
Y entonces lo veo. El árbol, el roble Blanco. Anciano e impotente, quemado en partes, pero con vida. Y justo cuando mi madre pasa junto a él, puedo sentirlo. Una energía desgarradora, antigua...algo que está muriendo.
Adelaide.
Su esencia, su quebrada alma, a punto de extinguirse. Y luego...se aferra a mí. A esa frágil chispa que soy, a la vida que está por apagarse.
Es cuando puedo entenderlo.
No debía vivir. El destino estaba claro. Moriría esa noche, en brazos de mi madre, consumida por el miedo, la sangre, los dientes y la oscuridad. Pero, ella me usó. Su poder me atravesó como una raíz viva, me ató a esta tierra, a esta carne.
Adelaide no me salvó, solo se aferró a mí, y por eso sobreviví.
En un parpadeo, vuelvo a estar en el presente. El bosque, las sombras y mi cuerpo temblando. Siento las lágrimas involuntarias deslizarse en mi rostro.
—Ahora lo sabes, siempre lo has sabido—su voz se filtra en cada rincón de mi mente—. No eres más que el recipiente de una diosa caída.
Me arrodillo, mi corazón late tan fuerte que creo que romperá mi pecho. Mi piel arde, y la energía dentro de mí se retuerce, queriendo salir, desatarse y consumir todo.
Pero, no lo dejo. No soy un recipiente. Y, estoy con vida, aunque sea por un hilo, aunque me cueste cada parte de mi alma. El Suus retrocede un instante, no está aquí para matarme, está aquí para despertarla, y yo soy la única muralla.
El aire cada vez se vuelve más pesado, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración. Luego, su voz se multiplica, susurra y retumba al mismo tiempo. Una multitud de murmullos que me rodean, me aplastan e intentan arrancarme de mí misma. Todos diciendo un solo nombre, y no es el mío.
Miles de voces, miles de recuerdos, miles de fragmentos que no son míos...y al mismo tiempo sí que lo son.
Veo fuego, una torre derrumbarse y el rostro oculto con una mirada fiera y labios partidos por la rabia. Es ella, lo sé muy bien. Cada vez la siento más cerca.
Puedo sentir su dolor, su felicidad, sus miedos en cada hecho que marcó su corta vida.
—Adelaide—volteo hacia la melodiosa voz, es una mujer, la misma que he visto en esos recuerdos que no me pertenecen—. No salgas de casa, cariño.
He memorizado su rostro, por muchos años creí que era mi propia madre. Ahora sé que no es así.
—Adelaide, vamos a jugar—volteo hacia la derecha, donde varios infantes me persuaden de seguirlos.
No me muevo, solo los observo alejarse entre relucientes sonrisas.
—Mi hermosa Adelaide, eres una bendición en este mundo—de nuevo esa mujer, esos susurros—. Aunque no todos lo reconozcan, mi niña.
Estoy con la cabeza recostada en las piernas de esa mujer mientras estamos frente a un cálido fuego. Siento sus caricias sobre mi cabello.
—No sé quién soy—musito, sin despegar la vista del fuego. Porque se siente tan cómodo, hay tanta tranquilidad.
—Eres Adelaide, nada más.
Es demasiado reconfortante. Después de mucho tiempo...sigo sin recuperar mis verdaderos recuerdos y eso es devastador. Porque alguien ha arrebatado una parte importante de mi significancia, de mi propia esencia.
Todo duele. El poder late, late como un tambor entre mis venas, queriendo rasgarme por dentro, queriendo abrir grietas para colarse en cada rincón de mi mente.
Adelaide.
Su nombre, su poder, su sombra. Miles de voces me llaman por ese nombre mientras ardo por dentro. Voces antiguas, de brujas que lloran su caída, de criaturas que le temen, de quienes la amaron como un faro en la oscuridad.
Adelaide...Adelaide...Adelaide...
Siento su amor, su furia, su deseo de venganza, su poder que nunca tuvo fin. Siento ese amor que le tenían y aún le tienen, tan profundo que se clava en mí como agujas. Por un segundo, pienso que ella tuvo más de lo que yo he tenido, que tal vez fue amada de una forma que yo nunca seré.
Pero no...
No soy ella.
Mi cuerpo tiembla, mi piel arde y puedo sentir mis propios huesos crujir mientras el poder se agita como un animal enjaulado dentro de mí, queriendo salir, queriendo tomar el control.
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Editado: 20.08.2025