«Todo es peligroso. Pero de no ser así, no valdría la pena vivir»
—Oscar Wilde
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Desde que tengo uso de razón, mi vida ha sido un constante desplazamiento. Nací, o eso creo, en un lugar donde las estaciones se desdibujan y el tiempo se mide en huidas. Lo primero que me enseñaron fue a ocultarme entre las hierbas, a estar atenta a cada movimiento de mi entorno y nunca confiar en otra criatura.
El tiempo me ha enseñado a conectarme con la naturaleza, respetar su inestable humor y jamás subestimar los peligros que puede traer. Cada paso con cautela me acerca a la bestia que come frutos de entre el barro. Sus peludas orejas dejan que los vientos le alerten del peligro, pero las corrientes soplan en mi favor, disimulando mi presencia.
Los tonos marrones del entorno sirven de camuflaje para la piel manchada que cubre gran parte de mi cuerpo. Cada pliegue, cada pelo, es parte del paisaje salvaje que me rodea. La textura áspera me otorga un sexto sentido y me da la sensación de estar invisible, oculta como si estuviera mezclada con la tierra que percibo bajo mis pies.
Cada vez que miro hacia abajo, veo sus manchas oscuras en mi piel, casi imperceptibles bajo la luz que se cuela entre los árboles. El viento acaricia mi rostro, y siento que la bestia me observa desde el fondo de la oscuridad, como un reflejo de lo que fui y lo que soy ahora. Aún puedo recordar el desagradable sonido que me acechaba hace un par de inviernos; ahora ese sonido forma parte de mí. Se ha convertido en mi sombra.
El jabalí sigue su camino, inconsciente de mi presencia. Sus pequeños y brillantes ojos como astillas se enfocan en el suelo mientras busca raíces. Es impotente, pero vulnerable. Me estremezco al percibir la tensión en mis músculos, la adrenalina corriendo por mis venas. Todo mi cuerpo está preparado, como un tenso arco listo para disparar.
Permito que el tiempo se estire, que cada segundo se convierta en una eternidad. Es un animal con grandes capacidades para huir, así que solo tendré una oportunidad para atraparlo. Si escapa, no podré alcanzarlo. Percibo como sus patas raspan el suelo seco. Me muevo solo cuando la tierra me lo permite, cada movimiento debe ser cauteloso.
La piel empieza a envolverme, comienza a transformar cada uno de mis sentidos. Por un momento siento que mi propia sombra se adelantará a la acción.
Cuando el jabalí está lo suficientemente cerca, mis ojos se fijan en él, y mis piernas, firmes como el roble, se tensan. Un último respiro, un último susurro en la brisa. Entonces, en un solo movimiento, salto hacia adelante. Rápido, letal, y con la fuerza de una caza en mis venas.
Reaccionó demasiado tarde. Suelta un solo y chillante sonido que se pierde entre el inmenso bosque.
Acaricio los colmillos que, en una situación diferente, me hubieran causado más daños. Las puntas de mis dedos se hunden en la sangre, es muy gélida y pulsante. Solo la utilizó para dejar una pequeña marca sobre mi hombro derecho. Empiezo a amarrarla con las sogas que me ayudarán a transportarlo.
Después de un tiempo, me dedico a caminar con el horizonte ardiendo bajo el sol del atardecer. La tierra seca y las ramas se deslizan bajo mis pies. Mi piel, tostada por el sol, continúa resguardada por la gruesa capa de piel que llevo como abrigo. De no ser así, las pezuñas del jabalí herirían mi espalda.
El olor es terroso, pero ya me he familiarizado con su presencia. Quizás se ha convertido en parte de mí. Aunque no he tenido el ritual, pertenezco a los nómadas tanto como si hubiese nacido entre ellos.
No recuerdo casi nada de mi infancia, no antes de ser encontrada por todos ellos en medio de un bosque. Nadie sabe cómo llegué allí. Lo único cierto es que sobreviví.
La daga que cuelga de mi cinto se balancea suavemente, recordando que el peligro acecha en todo momento, aunque también me otorga una reconfortante seguridad. No hay nada que no pueda manejar.
El viento sopla con fuerza, levantando pequeñas danzas de hojas secas que se cuelan por mi segunda piel y mi enmarañado cabello, pero no me detengo. Mis ojos, oscuros y llenos de determinación, perciben la casi inexistente calidez que empieza a evidenciarse entre los árboles. No estuve ni al alcance de la luz central cuando una figura aparece ante mí, y mi estómago se tensa al reconocer la piel de jaguar que siempre lleva consigo. ç
Es el líder de los nómadas, se mantiene erguido, su mirada fija en mí con una intensidad que nunca pasa desapercibida. La armadura de cuero y huesos se adhiere perfectamente a su cuerpo, haciéndolo parecer más grande. Los colmillos de la bestia que lo cubren se asoman sobre sus castañas cejas como si estuviera devorando su cabeza.
—¿Dónde te habías metido, Jul? — Su voz es profunda, cortante, y en su mirada brilla la preocupación mezclada con la molestia.
Me acerco lentamente, el cuerpo que llevo en mi espalda empieza a sentirse más pesado.
—De cacería —respondo con tranquilidad mientras desato algunas cuerdas para liberar el peso —. Estaba cerca.
—¿Cerca? —repite intensificando su voz—. Te alejaste del grupo sin avisar, sin saber qué criaturas andan al acecho, y eso pone a todos en peligro, incluyéndote a ti. No eres una niña, pero aún no tienes el derecho de ignorar las reglas.
Eso lo sé, tengo muy en claro que las reglas existen por una razón. Pero, mientras estábamos de cacería, creí percibir un pequeño destello. En cuanto empecé a seguirlo, me alejé de manera inesperada, fue cuando encontré al solitario jabalí y decidí aprovechar la oportunidad.
Por supuesto que no puedo decirle que me alejé por un brillo, pensaría que ingerí algún hongo.
—El jabalí nos servirá para el camino — al menos para unas botas y un tiempo de comida, solo intento suavizar la tensión —. Lo dejaré con Darren.
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Editado: 20.08.2025