Destierro

Introducción

Era la una de la mañana. El helado ambiente de invierno se sentía en el aire purificado del Domo Terrestre. Su cristal presumía la escarcha de la ventisca que había tenido lugar hacía dos horas. Sentada sobre una de las bancas del salón, una niña observaba fijamente las flores artificiales del jardín frente a ella. La pequeña iba muy abrigada con una chamarra acolchonada color lila, guantes color turquesa y un pantalón deportivo gris claro; tenía poco menos de seis años. Llevó sus ojos color marrón claro a distintos puntos de su entorno: los muros de vidrio templado de la Academia Guardiana, los altos pilares del amplio vestíbulo, las gradas muy anchas que llevaban al primer piso para visitantes y los guardias que hacían turno como esfinges a cada lado de las puertas.

El intermitente sonido de pasos hizo eco en el salón y la niña despertó del letargo. Se giró para encontrarse con tres adultos acercándose a ella: su padre, su madre y su padrino. Su padre era un hombre alto y fuerte de ojos color miel y cabello castaño claro; su madre era una mujer delgada de cabello oscuro y ojos color marrón claro. A su lado, su padrino, el mejor amigo de sus padres, fuerte e imponente a su vista. Para la pequeña, todos los adultos utilizaban el mismo uniforme militar azul marino.

Su padre apoyó una rodilla en el suelo frente a ella, mientras que su madre se sentó a su lado en la banca y puso una mano sobre su hombro.

—Ira —comenzó con voz suave. En el rostro de la niña se dibujó una sonrisa radiante al escuchar su voz—. Tenemos algo que decirte.

—Hablamos con el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas —su padre sonrió con un inconfundible semblante de satisfacción—. Ya no vas a tener que ser Guardiana.

—¿En serio? —la niña alzó las cejas.

—Ya aprobamos la solicitud —sonrió su padrino alzando unas hojas que llevaba en la mano.

—Sabemos que no quieres ser Guardiana —la abrazó su madre—. Pero ya no tienes nada que temer.

—¡Genial! —celebró la pequeña alzando los brazos.

—También conversamos para quedarnos menos tiempo en la Luna —sonrió su padre—. Así que volveremos pronto.  

—¡¿De verdad?! —Los ojos de la niñita destellaban como dos casi extintas luciérnagas—. ¿Cuánto tiempo?

—Papá y mamá solo se irán una semana —explicó su madre, aún con suavidad—. Después de eso iremos a comer mucha pizza, ¿qué dices?

—¡Síí! —rió la niña, abrazando a su mamá con todas sus fuerzas.

El gesto de cariño fue devuelto con calidez y amor, al regresar, continuarían los dibujos de la enciclopedia de animales de la biblioteca, comerían pizza y jugarían a la pelota. Emocionantes planes que en ese momento, ninguno de los presentes sabía que nunca se cumplirían. Mientras tanto, se abrazaban hasta que llegase el aerodeslizador militar que no tardó mucho, habían pasado diez minutos cuando hizo acto de presencia con un silencioso zumbido agudo. Sus padres se encaminaron a la puerta de entrada de la Academia Guardiana. La niña los miró fijamente, involuntariamente, sus ojos enjugaron saladas lágrimas que pronto le obligaron a levantarse de un salto y correr desesperada detrás de ellos. Uno de los guardias le impidió el paso alzando una mano para detenerla. Sus padres subieron al vehículo y cuando voltearon, le dirigieron una última sonrisa cariñosa que pronto desapareció tras la puerta automática del aerodeslizador que se cerró con un violento estrépito metálico.

Su padrino corrió hasta la niña y la alzó para rodearla en un cálido abrazo contra su pecho. Ella se giró solo un poco para encontrarse con sus ojos verdes.

—Ellos volverán pronto, Ira —le dijo con un tono de voz grave y una sonrisa amigable—. Todo va a estar bien.

“Todo va a estar bien”. Fue la mentira más grande que él diría jamás.

Pasó la semana y sus padres no regresaron. Pasó uno, dos, tres, cuatro meses en que la niña se sentaba sobre aquella banca esperando a que regresara el aerodeslizador que se había llevado a las dos personas que más quería. Su corazón infantil era cada vez más consciente de la tristeza al ver un sinfín de aerodeslizadores militares llegando, y los que descendían triunfales a encontrarse con sus seres queridos, no eran sus padres. La angustia terminó por aprisionarla entre sus garras cuando al cabo de un tiempo, fue trasladada a la Academia Guardiana para que fuera entrenada.

Ellos me prometieron que no sería Guardiana.

Los demás niños la miraban como si de un intruso se tratara, era dos años menor que todos ellos. Víctima de su propia ingenuidad, la pequeña repetía hasta el cansancio, que su estancia en ese lugar de horror, era solo temporal. Sus padres llegarían pronto a rescatarla. Mientras tanto, debía superar el duro entrenamiento, las terribles pruebas y las cruentas competencias entre cadetes, seguidos de impiadosos castigos. En aquel lugar, cada quien debía ganarse una posición por sí mismo o morir, hecho que provocó que la pequeña comenzara a encerrarse en sí misma, situación que aprovecharon sus compañeros para hacerle la vida imposible.

Al cabo de un año, conoció a Dan y Siny, quienes serían como sus hermanos mayores y la protegerían contra todo. A pesar de eso, ella se mantenía fiel a la creencia de que sus padres regresarían un día, incluso a sus mejores amigos, les decía que se iría pronto.




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