Destierro

3 - Una Mentira

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Además de los rangos militares comunes: teniente, capitán, coronel, etc., los Guardianes estaban divididos en Primera, Segunda y Tercera Clase. Los de Tercera Clase eran aquellos que después de graduados, habían cumplido un número determinado de misiones con éxito, subir a Tercera Clase era relativamente sencillo, aunque cada misión tenía su propia dificultad. En su marca —la Tierra dentro de un escudo en estilo minimalista—, tenía tres divisiones diagonales, inclinadas hacia la izquierda.

Los de Segunda Clase eran aquellos que se destacaban en las misiones a las que eran llamados, además, éstas eran mucho más complicadas, también debían pasar un examen de rendimiento físico, combate y disciplina. Su escudo tenía una división en forma de cruz.

Los de Primera Clase eran contados y reconocidos pues eran contratados para spots publicitarios de empresas grandes. Eran convertidos en una especie de celebridades. Vivían en departamentos más grandes y cómodos en el Domo Sideral. Su escudo tenía una sola línea divisoria inclinada hacia la derecha. Había menos de cuatrocientos: eran aquellos que protagonizaban hazañas que debían cumplir tres requisitos esenciales: primero, debía ser algo que ningún humano “común” pudiera realizar. Segundo, debía haber sido llevada a cabo para proteger a un grupo grande de personas. Tercero, debía salir victorioso.

Las dos semanas de descanso de Ira se acabaron rápido, el comandante Guardián ya les había dado una misión muy importante en una pequeña localidad de Japón donde aún se cultivaba arroz: se trataba de Shingo, en la prefectura de Aomori. Solo los distintos Concejos dentro de la armada sabían lo que realmente había ocurrido: Ataque Extraterrestre.

Ira, Dan y Siny tenían muy poca información al respecto. En el informe preliminar de la misión, se decía que “las criaturas” no tenían capacidad de raciocinio; en las fotos se veían como horribles bestias deformes. Debajo de todo ese asunto había un hedor a putrefacción y secretos que solo los superiores sabrían, igual que hacía dos años en París: el extraño ataque repentino de una bestia cuyo origen nadie podía determinar. Ahora, abducciones en pueblos pequeños y localizaciones olvidadas.

Una mañana de septiembre, a las nueve de la mañana, Ira, Dan y Siny llevaban su uniforme militar y todo su equipo a la espalda, subieron a un aerodeslizador azul marino que fue a recogerlos para transportarlos a la Central de Comunicaciones que estaba en el centro del Domo Terrestre y en donde había portales locales e interplanetarios.

Ira tenía una lanza color negro que reducida medía un metro, mientras que desplegada, alcanzaba los dos metros; junto a ésta, tenía otras jabalinas accesorias. Dan usaba dos espadas también replegables, guardadas medían treinta centímetros cada una, alargadas eran de ochenta centímetros; colgaban a un solo costado. Siny por el contrario usaba un arma llamada multifacético, lo último en tecnología: una especie de bastón grueso de un metro de longitud construido de nano-bots inteligentes, programados para moverse y cobrar distintas formas.

Las armas estaban hechas de Fureleno C80, un material 0,3% más denso que el diamante y mucho más liviano; aleación creada en el siglo XXI. Se utilizaban armas cuerpo a cuerpo debido a que, hacía cien años, en uno de los primeros ataques de esas extrañas bestias, se descubrió que las potentes ametralladoras eran casi inútiles: el cuero de aquellas criaturas era demasiado tenaz y grueso, las balas se estancaban a medio camino sin hacer el daño suficiente. Lo bueno era que, al no ser flexible, podía ser rasgado por un arma punzo cortante.

Los tres Guardianes llegaron al Centro de Comunicaciones, en el octavo piso se encontraban los portales locales para tele transportarse de un país a otro dentro del mismo planeta Tierra. A un lado del encargado, les esperaba un amigable Guardián de Segunda Clase, cuatro años mayor que Ira y otro amigo de su novio Clay Mura; su nombre era Thomas Collins. Tenía el mismo uniforme que ellos y usaba jabalinas.

—¡Tommy!

Lo saludó Ira con entusiasmo, dándole palmadas en el hombro con algo de torpeza. Al menos en tres ocasiones, sus equipos habían trabajado juntos para cumplir misiones de reconocimiento interestelar y recolección de recursos.

—¿Qué haces por aquí? —le preguntó con curiosidad.

—Buenos días, Ira, Dan, Siny —él sonrió e inclinó la cabeza—. Los acompañaré en su misión. Ya estuve en Shingo y seré su guía —señaló el portal—. Nos tele transportaremos a una base cercana y luego iremos en aerodeslizador, en el camino les contaré lo que encontramos.

Diez minutos después, ya viajaban a la localidad japonesa desde la base militar de Touhoku. Tommy les advirtió que se encontrarían con una sorpresa muy desagradable: la mayor parte de la gente había desaparecido. Había muy pocos cadáveres comparado con el número original de habitantes. ¿Abducción? ¿Exterminio? Muchas cosas en los informes no encajaban y una vez más, el hedor a oscuros secretos se sentía en el ambiente.

—Estuve documentándome —dijo Tommy con seriedad, mientras pasaba una mano por su cabello castaño claro—. ¿Recuerdan que en la Academia nos enseñan sobre lo que hace la humanidad con los ambientes hostiles de otros planetas?

—Purga —respondió Ira, frunciendo el ceño. Analizó por un instante—. ¿Crees que estas criaturas pertenezcan a alguna de esas especies?




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