Destierro

5 - Las Primeras Advertencias

El general Paul Scott, autoridad militar principal que dirigía el Domo Terrestre, era un hombre de cuarenta y ocho años, ojos azules, cabello castaño oscuro, nariz aguileña poco pronunciada y la quijada cuadrada; habría sido un joven bastante guapo en el pasado, pero aun así era soltero. A los dieciséis, se había enlistado en el Ejército de Tierra y debido a sus buenos méritos, fue convocado por una brigada secreta dentro de la armada gracias a la que conoció a Sasha Ragnick e Irina Morana, los padres de Ira Ragnick.

Él vio con sus propios ojos cómo fue que ellos habían muerto, durante una misión, absorbidos por el puente dimensional en la Luna. Scott no tenía familia, sus padres habían sido sometidos a eutanasia cuando tenía veinticinco, debido a un fuerte accidente que les había causado muerte cerebral. Esos y otros acontecimientos traumáticos lo enfermaron a tal punto que a veces tenía ataques de demencia que controlaba con medicinas psiquiátricas que le mantenían cuerdo.  Enfermedades que en el pasado no le habrían permitido desempeñar un cargo tan importante.

El general era el encargado de aprobar las misiones más peligrosas en la Tierra, además de sugerir posibles candidatos ideales, también decidía qué fuerza se encargaría de ellas, si la Fuerza Aérea, el Ejército de Tierra o los Guardianes Estelares. También autorizaba qué información se contaría a los medios de comunicación y cuál se mantendría en completo secreto. Pero eso último lo recibía del General Milan, que era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y recibía órdenes directas del Concejo Espacial.

Llevaba un traje militar color gris oscuro de oficial del Ejército de Tierra, vio su reflejo en el espejo y notó que su corbata negra estaba unos cuantos milímetros más allá del centro; la acomodó al centro con mucho cuidado.  Al hacerlo, se dio cuenta de que su mano temblaba ligeramente. Sacó un pequeño frasco de pastillas del bolsillo derecho e inclinando la cabeza hacia atrás, tragó una sin beber agua.

Su oficina estaba en el noveno y último piso del centro de mando del Domo Terrestre. Los amplios ventanales bordeaban la gran oficina circular y le daban un acogedor ambiente por la iluminación del exterior. El acceso debía ser mediante código de voz, todo el que quisiera hablar con él debía sacar una cita previa, porque estaba muy ocupado. Hasta el momento, su agenda estaba vacía, solo sellaba documentos proyectados en tablas de datos referentes a importantes misiones y solicitudes de altos mandos de las distintas fuerzas de la armada.

La tarde lo alcanzaría sin mayor novedad.

Gran cantidad de los documentos que tenía en su poder eran inútiles recibos de bolsas de financiamiento en las que la armada depositaba los aportes para los seguros de vida de pilotos, soldados y guardianes. El Domo Terrestre no era considerado parte de ningún país a pesar de que se había construido sobre las ruinas de una antigua ciudad llamada La Paz, en Bolivia, un país que aún trataba de sobrevivir después de las innumerables desgracias ocurridas durante la Tercera Guerra Mundial.

“General Scott, tiene una visita.”

Era así cómo la monotonía era interrumpida por la voz de su secretaria.

 “Guardiana de Primera Clase, Ira Ragnick, solicita audiencia con usted. Viene acompañada de Guardianes de Segunda Clase, Daniel Avercott y Simoné Ryde. Asunto: Misión en Shingo, Touhoku, Japón.”

—Que pasen —concedió el general sin pensarlo demasiado. Lamentablemente, no podía negarse a recibir a Guardianes de Primera Clase, otro de los molestos privilegios que éstos tenían.

Ira irrumpió en la oficina a paso rápido con una expresión seria y amenazadora.  Apoyó las manos con brusquedad sobre el escritorio metálico de Scott, ensuciándolo con barro. El general alzó las cejas al ver la perfecta pulcritud de su puesto de trabajo mancillado por la maleducada Guardiana. Levantó la vista y se encontró con los jóvenes Guardianes sucios de lodo, heridas superficiales en extremidades que aún sangraban y uniformes empapados de lluvia. Qué horrendo espectáculo.

—General Scott, necesito una explicación de lo que está sucediendo en la Tierra.

Alzó una mano a un lado, señalando un punto cualquiera en el horizonte.

—Nos mandan allá afuera a arriesgar nuestras vidas con información limitada que ustedes sí conocen a detalle, ¿qué es lo que realmente está sucediendo?

—¿Te asustó lo que viste, Guardiana?  —espetó Scott con la vista fija en la chica, quien frunció el ceño.

—Me asusté, pero no por los monstruos que vimos, sino porque ese tipo de ataques se dieron en muchos pueblos pequeños del mundo, ¡gente inocente está muriendo! ¡Exijo una explicación!

—No estás en posición de exigir nada, Guardiana.

Cortó el general con desdén. Se levantó de su silla, clavó sus ojos en Ira con una mirada intimidatoria. Tontos niños, pensaban que podían salir con sus exigencias solo porque eran ahijados de un oficial importante.

—Será mejor que vigiles tu tono —le dijo sin apartar la mirada—. ¿O quieres que ordene que te arresten?

—¡Pero esto es más importante! —ya no tenía tanta seguridad, pero continuaba alzando la voz.

—Ahora mismo mandaré la orden de arresto —Scott tomó su tabla de datos y comenzó a digitar.




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