Destierro

8 - Cenizas

El sol se ocultaba con lentitud, la noche pronto cubriría la ciudad con un manto de desolación; las luces de la calle no se encendieron, las pantallas comerciales convertidas en escombros sobre los que bailaban las luces y sombras en tonos anaranjados, reflejo del fuego que rítmicamente acompañaba llanto, muerte y destrucción. El río teñido de escarlata en varias zonas, se mostraba impasible, llevando en su corriente, cadáveres volteados boca abajo.

Los protocolos de evacuación no sirvieron de nada. Cada ciudadano había sido instruido para poder actuar en esas circunstancias, pero la situación era tan terrible, que nadie parecía recordar el entrenamiento y los simulacros. El aviso del Domo Terrestre había llegado muy tarde.

Tiana debía correr todo el camino a su departamento, pronto, la calle se llenó de monstruos que desgarraban y asesinaban a los desafortunados que lograban atrapar de entre la muchedumbre. La muchacha se movía lo más rápido que sus piernas le permitían, entre empujones y gritos, chocando con otra gente con violencia. En esos momentos, estaba tan ciega como ellos. Se desvió por el lado izquierdo y entró por un callejón, encontró el camino más o menos despejado, había varias personas que se ocultaban detrás de cubos de basura y demás, llorando, maldiciendo; preguntándose qué habían hecho para merecer tal horror.

Ella los ignoró por completo y corrió entre botellas, deshechos y cajas de cartón prensado; pronto llegaría, solo cinco cuadras más, solo cinco.

Se detuvo y se apoyó en una pared antes de cruzar a la siguiente calle, parecía que su corazón iba a salirse de su pecho y sus manos temblaban incontrolables, estaba muy cansada y hasta tosía por el exceso de esfuerzo que estaba haciendo; el sabor a sangre no tardó en asomarse a su garganta y las gotas de sudor bajaban por su frente. Ni siquiera meses de entrenamiento con Danielle la habrían preparado para tal evento.

Escuchaba a lo lejos, explosiones, chillidos pavorosos acallados por rugidos monstruosos graves y agudos a la vez, estruendos sordos y violentos que serían seres humanos siendo despedazados… eso sería… se tapó el rostro con las manos. De manera involuntaria, algunas lágrimas se escaparon de sus ojos. Necesitaba gritar, necesitaba dejarse caer del último piso de algún edificio para despertar de esa pesadilla con vértigo. Volvió a pensar en su madre y respiró hondo, no podía dejarse caer en ese momento.

Un ruido metálico y tenebroso llegó a sus oídos, provenía de la avenida que había dejado para meterse por ese callejón. Se dio media vuelta y, entre la amarillenta coloración del ambiente, reconoció una especie de máquina color negro, gigantesca, con propulsores en la base que la hacían flotar sobre el suelo. Tenía una forma muy peculiar, redondeada y con dos cuernos en la parte delantera, similar a la silueta de un toro; uno de los pocos animales que aún existían en la Tierra.

Su corazón se frunció al oír que la máquina emitía un rugido agudo que bajó su tonalidad hasta hacerse grave, parecido al mugido de un búfalo. Se abrieron dos compuertas cuadradas a cada lado de la máquina y salieron unos mecanismos parecidos a patas cuyas redondas bases se amortiguaron en el suelo; a continuación, salió una especie de cañón del lomo que se partió por la mitad y apuntó a dos lados.

Delante del robot, como tele transportados, se aparecieron dos figuras que parecían seres humanos, un hombre y una mujer, llevaban enterizos color negro de cuello alto y máscaras en el rostro que solo permitían ver sus ojos. Llevaban botas aparentemente comunes y un chaleco gris de goma con correas metálicas. Tiana frunció el ceño, ¿quiénes eran esos? ¿Eran los alienígenas que Scott había mencionado?

Ambas figuras se cubrieron de un líquido gris que se deformó y los hizo crecer en tamaño hasta alcanzar los tres metros de alto. Sus brazos se ensancharon y alargaron hasta llegar al piso, sus piernas se engrosaron y les salieron afiladísimas garras de los que antes habían sido sus pies. De sus espaldas salieron puntas color hueso y al final una cola puntiaguda que rebotó en el suelo. Uno de ellos abrió sus fauces de reptil y lanzó un rugido tan fuerte que debió haberse oído a kilómetros de distancia.

La máquina que Tiana bautizaría como “Búfalo”, disparó sus cañones como potentes rayos láser al edificio que estaba delante de ella, ocasionando un estruendo que le dejó un eco agudo y constante en los oídos que la alejaría de toda la realidad. La construcción tembló mientras pedazos de estuco comenzaban a desprenderse de su estructura. La muchacha se quedó paralizada, era demasiado para su cerebro, no estaba segura de qué hacer o cómo llegar a su casa; no sabía siquiera si eso era posible. Los escombros cayeron delante de ella, uno a uno, rebotaban cada vez más cerca, pero los oía lejanos.

Pronto sería aplastada, pero pensó en el alegre rostro de su madre de un momento a otro; apretó los puños y los párpados, sacudió la cabeza y continuó su camino, huyendo del derrumbe que la perseguía en su avance mientras el edificio se desplomaba detrás de ella, levantando una gruesa capa de polvo y concreto.

En la avenida principal, vio más víctimas que ya eran devoradas por esos horribles monstruos, cada vez eran más, pero no se parecían a esos humanos convertidos en reptiles que había visto hacía un rato. Puso una mano en el pecho, se apoyó en la pared y se dejó caer detrás de un cubo de basura. Estaba temblando, apenas podía mantenerse de pie, las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos por el estrés, las náuseas le invadían cada vez más inaguantables ante la imagen de los intestinos y demás vísceras, repartidos por el suelo.  




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