Destierro

10 - Primera Clase

La bestia saltó, Tiana se abalanzó a un lado; sabía que estaba perdida y, aun así, continuaba escapando, esquivando, arrastrándose bajo uno que otro banquillo de la plaza. Éstos eran violentamente partidos en pedazos por el horrible monstruo que, en sus iracundos movimientos, salpicaba todo con la sangre de toda la gente que habría matado a su paso.

Se levantó y corrió hacia la fuente al centro de la plaza, su sistema de agua se había apagado el día anterior y ya solo quedaba el agua ensangrentada, pasible y quieta; quietud que se vio alterada cuando desesperada, Tiana levantó la pierna izquierda y trató de saltar de una sola vez por el borde que medía medio metro de altura, pero su cuerpo estaba tan débil y lastimado que tropezó con el pie derecho y cayó de bruces sobre sus manos; raspándose las palmas y mojándose toda mientras el frío invadía sus poros.

Pudo notar el sabor de la sangre en el agua entrando por su boca. Asqueada, escupió mientras la mochila que llevaba a la espalda le pesaba más que nunca.

Se escondió detrás de la figura decorativa de la fuente y soltó un grito de susto cuando su atacante la destrozó en mil pedazos. Se cubrió la cabeza, se hizo a un lado y se incorporó a toda velocidad para poder salir de la dichosa fuente. Hiperventilaba, con sabor a sangre subiendo por su tráquea, sin poder evitar que su mente le mostrara lo que le podría ocurrir si la criatura la agarrara. Sería parsimonioso, doloroso, incluso moriría de un ataque cardíaco antes de sentir el verdadero sufrimiento.

De pronto, escuchó un estruendo visceral, mientras los lastimeros gemidos de ultratumba se dejaban oír; a continuación, un rugido grave... de un ser humano. Volteó y con horror, comprobó que dos lanzas atravesaban el pecho de su asqueroso atacante. A continuación, una espada atravesó la protuberancia que la criatura tenía por rostro, justo por la nuca.

La bestia cayó al suelo, inerte, revelando tras él, las figuras de tres seres humanos quienes, al mismo tiempo, arrancaron sus armas de la carne putrefacta del cadáver hedor a amoniaco, casi de forma simultánea y bien coordinada. A pesar de que uno de ellos, el más joven y de tez canela, era más bajo que los otros dos, se notaba recio e imponente con su uniforme azul marino, con la capucha grisácea de la chaqueta cubriendo su cabeza, al tiempo que enfundaba su lanza con sistema de retracción. Al otro lado, una muchacha de cabello pelirrojo envuelto en un moño firmemente asegurado, guardó la espada con la que había atacado al alienígena. El del centro, el que parecía el líder, el más alto y con los brazos más fornidos, se bajó la capucha del uniforme y dejó ver su cabello rubio y sus ojos azules serios, casi vacíos. Eran Guardianes.

¿Estás bien? —preguntó el líder hablándole en castellano.

Soy Michael, él es Leandro —señaló al más joven—. Ella es Lizbeth —señaló a la joven pelirroja quien, a diferencia de los otros dos, esbozó una sonrisa que a Tiana le resultó alentadora y hasta familiar. Sus pecas y su mirada le daban un cierto aire similar a Berenice, solo que más altiva.

Las manchas de lodo, las cortaduras y algunas salpicaduras de sangre que ostentaban sus uniformes, solo los hacían ver aún más magníficos. Era la primera vez que estaba frente a un Guardián que no fuera su hermano y sus miradas de por sí eran intimidantes. Trató de articular palabra.

Y-yo soy Tiana —la voz de la muchacha se notaba nerviosa, su español tenía un marcado acento francés—. E-Estoy… bien.

Gracias por distraerlo —continuó aquél rubio que decía llamarse Michael, Tiana frunció el ceño, uno de los momentos más traumáticos de su vida, para ellos era una simple distracción—. Hemos estado luchando toda la noche. Ya estamos muy cansados.

—Esperen, por favor, ¿podrían decirme lo que está pasando?

Los tres Guardianes intercambiaron miradas dubitativas, pero se decidieron a hablar.

—Estos monstruos no son de este mundo —Lizbeth se acercó un paso hacia la chica—. Nosotros les llamamos “Rasos”, porque son la carne de cañón de las fuerzas Teurus.  Son dirigidos por las bestias grandes color negro que son inteligentes, a esos los llamamos “Oficiales”. Iniciaron una invasión masiva ayer a las seis de la tarde, la batalla en grande comenzó a las siete de la noche, a esa hora llegamos varios equipos de Guardianes y Ejército de Tierra. Los oficiales abandonaron la batalla hace una hora al menos, pero dejaron un centenar de estos rasos.

—Fue el primer ataque frontal que recibió la humanidad. El primero de muchos —resopló Mike.

¿El primero de muchos? —dudó Tiana, frunciendo el ceño, aterrorizada.

Luego de Estrasburgo, otras cinco ciudades fueron atacadas, casi simultáneamente —comentó Leandro—. Bogotá y Nueva York entre ellas.

Tiana enmudeció. Nueva York había caído. Ahí debía ser la operación de su madre, pero ya no había nada, ¿entonces dónde la llevaría? ¿Qué harían? Ni siquiera los aeropuertos funcionarían de seguro, ¿aún les permitirían sacar el dinero? Comenzó a respirar más rápido, nerviosa y ansiosa, estresándose por los problemas que creaba su mente. Luego, con un apretón repentino en el corazón, recordó que no eran temas por los que debía preocuparse. Ya no más.

Lágrimas involuntarias rodaron por sus mejillas, al ver aquello, Mike se aclaró la garganta y habló.




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