Destierro

13 - Los Refugiados

Sentada sobre las gradas que bajaban a la estación, Ira tenía la vista fija en Mike, quien la miraba de soslayo. Ver su rostro una vez más, le evocaba recuerdos más bien desagradables en los que él era el protagonista. En la Academia Guardiana, fue quien lideraba a aquellos verdugos que le habían hecho la vida imposible durante la mayor parte de su infancia.

Tantos años después, con una nerviosa y algo rígida expresión, el susodicho se acercó a ella, sin poder sostener la mirada por mucho tiempo. Ira negó con la cabeza y le restó importancia al pasado, centrando sus pensamientos en los tristes refugiados que habrían pasado un infierno mucho más funesto de lo que jamás pudiera imaginar. Testimonio de ello eran los cadáveres desmembrados, aplastados por edificaciones quemadas y entremezclados con camaradas del Ejército de Tierra. Respiró hondo y escuchó a su compañero, quien explicaba la situación con el mayor detalle que le era posible.

En ese instante, la estación de metro era el lugar más seguro del centro de la ciudad, pero apenas a cinco calles al sur, había una galería infestada de los monstruos llamados “soldados rasos” o “rasos”. Un nombre convencional al que la gran mayoría ya se había acostumbrado. Su objetivo se encontraba a varias calles al norte, en la alcadía de Estrasburgo, muy por debajo de la superficie, en donde había un centro de refugiados lo suficientemente grande para al menos cinco mil personas que deberían ser tele transportadas a través de portales, o en el peor de los casos, llevadas en enormes naves de evacuación.

De momento, debía preocuparse por el grupo de refugiados que tenía bajo su cargo en la estación. El primer paso era transportarlos a la alcadía, entre calles relativamente libres de soldados rasos. Una vez en su destino, pondría a la mitad de los refugiados a esperar su turno para la tele transportación; mientras que escoltara a los demás a las aeronaves.

Mike también le contó sobre el comportamiento de sus enemigos. Los rasos no buscaban humanos a consciencia: eran monstruos estúpidos que parecían sufrir de psicosis, en sus erráticos y letales movimientos descontrolados, se alteraban aun más al ver a un ser humano. Sin embargo, con una buena coordinación y algo de práctica con esas criaturas, los Guardianes eran capaces de derrotarlos con facilidad. Por el otro lado, los Oficiales eran todo lo contrario: bestias de color negro de dos metros de alto, tenían una estructura ósea bien definida, anatomía y postura similar a la de un gorila gigante con el rostro reptílico. Eran más pesados pero más rápidos y lo peor: eran inteligentes.

Entre tanto, ignoraron la presencia de Leandro, quien se había acercado a ellos y los escuchaba en silencio, era un muchacho muy joven, de tez bronceada y un supuesto prodigio, según los expedientes, el mismo año de su graduación había ascendido a Tercera Clase y ya era candidato a Segunda.

Cuando escuchó hablar de los Oficiales, aguzó la mirada y se dignó a hablar.

—Yo vi a un Oficial de cerca —explicó, perdido en sus recuerdos­—. No solo matan a la gente, también se la llevan.

—¿Ya se han enfrentado a ellos? —preguntó Ira, algo aturdida.

Lizbeth Gerardi, la tercera integrante del equipo de Mike, se unió a la conversación al escuchar hablar sobre los Oficiales. También había estado en la Academia Guardiana junto a Ira, sin embargo, no tenía algún recuerdo particular sobre ella. Tenía fama de ser demasiado blanda y accesible, para formar de tan importante división de élite.

—Los Oficiales no son bestias como tal, son como humanos capaces de transformarse —explicó, con voz suave—. Parece que de sus poros les brota una especie de líquido que los recubre y forma la coraza reptil que los protege y los hace más fuerte. Al empequeñecer, sus escamas se convierten en líquido que se evapora en cuestión de un par de minutos.  

—Abandonaron la ciudad esta mañana, Oficiales y artillería, solo dejaron rasos —concluyó Mike.

—Leímos sobre ellos en la Academia, ¿verdad? —comentó Ira, pensativa; los otros tres asintieron—. Solo que nunca se le dio la importancia que merecían…

—Nuestro gobierno ya sabía que esto pasaría, desde hace mucho —resopló Mike.

Ante la ausencia de respuesta de Ira, los Guardianes se alejaron y fueron a conversar con Dan y Siny. Una vez más, Ira se quedó sola con sus pensamientos, tratando de idear un plan que no dependiera de ciego optimismo. Lo ideal sería evacuar la ciudad lo más pronto posible. De forma simultánea, a pesar de sus años de entrenamiento y las habituales visitas a otros planetas, le costaba acostumbrarse a la idea de la existencia de otros seres pensantes. Más aún, seres de apariencia idéntica a la humana, pero a simple vista, mucho más fuertes y avanzados.

El destello de un relámpago a lo lejos devolvió a la Guardiana al presente, al tiempo que la lluvia aumentaba su impiadoso repiqueteo. Ira respiró hondo y vio los rostros de los temblorosos refugiados por segunda vez, se concentró en organizar a sus compañeros en dos grupos: uno que repartiera provisiones y otro que se encargara de atender a los heridos. Los civiles quedaron divididos entre menores de quince años, adultos y ancianos; algunos se ofrecieron para formar una pequeña resistencia para ayudar a los más desfavorecidos.

Aroon y Susan ayudaron a los heridos, mientras Dan y Siny repartían comida.

—Muchachos —presionó Ira a sus compañeros Guardianes—. Apúrense, debemos irnos de aquí lo más pronto posible.




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