Destierro

19 - El Regreso de los Caídos

Si les gusta esta historia, les pido su apoyo siguiéndome en mis redes sociales.

instagram: @made_of_imagination_11., tiktok: @made_of_courage

Las nubes y el polvo ensombrecían el gélido viento invernal. Las explosiones, disparos y gritos se entremezclaban en un eco que rebotaba sin fin en ruinas de los edificios, con ensordecedores estruendos. Los cazas soltaban sus bombas sobre los rasos, haciéndolos volar por los aires; los carros tanque humanos los remataban con toda su potencia de fuego. Sus fuerzas estaban ganando en Nueva York.

El éxito se debía a que los Oficiales Teurus habían abandonado la invasión hacía ya varias horas. A pesar de ser criaturas detestables y sanguinarias, el problema no eran los rasos; sino los Oficiales, esos «humanos» capaces de convertirse en monstruos letales, inteligentes y calculadores. Además, muchas de las tecnologías Teurus poseían campos de fuerza protectores. Numerosos equipos de Guardianes murieron tratando de sabotear sus escudos con dispositivos electromagnéticos.

Más allá y abriéndose paso entre los rascacielos, aún quedaba una nave Teurus de donde desembarcaban los rasos: recubierta de metal negro y de gran envergadura, tanto que golpeaba los edificios con sus costados. Con ese característico diseño ganchudo, los propulsores instalados en la parte inferior le mantenían en el aire. No emitía sonido alguno y eso era tal vez lo más perturbador de ella. Pero solo quedaba una.

Darik Spenger, un soldado de tierra de un metro ochenta y cinco, ojos oscuros y cabello en punta cubierto por un ya abollado casco. En los momentos de mayor estrés, todavía recordaba las conversaciones que solía tener con la Guardiana Ragnick antes de embarcarse en esa misión en Nueva York. Ya llevaba tres días sin pegar el ojo.

Detrás del muro de un ya derribado rascacielos, jadeaba y maldecía entre dientes; al tiempo que volvía a colocarse los pequeños protectores en los oídos. De lo contrario, quedaría sordo por el exceso de ruido tan cercano a él. No estaba solo, junto a Darik, muchos otros se atrincheraban con las manos temblorosas, apretando las ametralladoras contra sus cuerpos con más fuerza de la necesaria.

—Darik, ¿estás bien? —Raymond, su mejor amigo desde la infancia, habló a través del intercomunicador a pesar de estar cerca de él.

—Estos protectores bazofia se me cayeron, solo eso —explicó Darik, molesto. Odiaba cuando su indumentaria fallaba.

De pronto, el retumbar de una explosión sobre la nodriza Teurus ensordeció sus oídos a pesar de los tapones. Darik se volteó a mirar y con la boca abierta, vio cómo la nave comenzaba a descender con lentitud. Sus luces y sistemas eléctricos habían dejado de funcionar. El impacto no se hizo esperar y la gigantesca máquina se arrastró por el suelo raspando el asfalto y produciendo un sonido metálico agudo. En su camino, aplastó rasos y cadáveres humanos por igual.

—¡Ha caído, Ray! —gritó Darik Spenger señalando con el dedo y entre varias exclamaciones de euforia de sus demás camaradas de Tierra—. ¡Avísale al comandante!

Los cazas humanos se aparecieron por el cielo una vez más y bombardearon impiadosos contra la nave, los carros tanque avanzaron, intachables, asesinando a todo raso que quedara. De entre la humareda del cadáver de la nave Teurus, emergieron tres triunfales figuras humanas. Un equipo de tres Guardianes Estelares, dos hombres y una mujer, con sus uniformes sucios de polvo, los rostros lastimados pero eufóricos. A solo diez metros de las barricadas, los soldados corrieron para recibirlos con palmadas en la espalda y felicitaciones.

—¡Increíble! —Raymond desordenó el cabello castaño claro del líder de los Guardianes—. ¡Esta vez nos salvaron el trasero!

—No fue nada. —Él rio y negó con la cabeza, burlón—. Avísame la próxima vez que te metas en problemas, soldado…

Francis Russell era un Guardián Estelar de veintiséis años, de Segunda Clase. Su nombre ya se encontraba en la lista de posibles ascensos a Primera. Junto a sus compañeros Keneb e Isabel, habían sido los protagonistas de la casi imposible hazaña y habían logrado derribar una nave Teurus. Sentaron las bases para que otros equipos replicaran lo mismo.

Soler Atkins, un hombre fornido de cuarenta y dos años, con la experiencia evidenciada en sus varias cicatrices por los peligros a los que se había sometido en el pasado; estaba a solo tres años de poder retirarse del campo de batalla. De pie con los brazos cruzados, sobre un montón de escombros. Sucio, cansado y herido; pero ostentando una amplia sonrisa y sus ojos oscuros fijos en el escenario de la victoria. Soltó el aire contenido, por fin, todo había acabado; al menos, de momento.

—¡Comandante, lo hemos conseguido! —Francis Russell se apartó de los festivos soldados de tierra y se acercó a Soler a toda carrera.

—Lo he visto, Guardián, muy buen trabajo. —Se dirigió a Keneb y a Isabel—. Guardianes, han hecho algo espectacular, esto merece un ascenso a Primera Clase, a los tres. Arriesgaron su vida por todos nosotros.

—Gracias, comandante, ha sido un honor. —Keneb se acomodó sus mechones pelirrojos.

—Comandante Atkins. —Fran bajó su tono de voz. Su superior solo asintió con la cabeza en señal de que le estaba escuchando—. Me pregunto si mi equipo ya puede regresar al Domo Terrestre, ya no quedan suministros y nuestras armas están dañadas. Además, el Sistema de Salto se ha descompuesto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.