Destinada Al Alfa Que No Perdona

Capítulo 1 EL SUSURRO DEL BOSQUE

Aeryn

No me gusta cuando los niños lloran. No por el sonido, sino porque en sus lágrimas hay una verdad que los adultos olvidamos: el dolor siempre quiere ser visto.

Esta mañana, Edda se ha caído de la rama más baja del ciruelo y trae la rodilla ensangrentada. Me entrega con una sonrisa que paraliza el mundo única e inocente, una rosa que corto a su paso, es una forma de disculparse por no obedecer cuando le pedí que bajara del ciruelo. La siento temblar mientras le limpio la herida.

—Sana, sana, patita de lobo —susurro con una sonrisa. Edda ríe. Siempre lo hace con cada cosa que se me ocurre para sanar las heridas, es traviesa y se vive lastimando.

En la guardería somos solo tres: la anciana Gunnhild, yo… y la otra chica que acaba de ingresar, y mis veinte niños con demasiada energía y preguntas. Estamos al borde del bosque, en una casucha de piedra vieja con ventanas que crujen. A veces me parece que las raíces se arrastran por debajo como si quisieran tomarnos.

Hay leyendas. Pero yo me he criado entre estas tierras, en medio de los árboles y el canto de los pájaros por las mañanas. Y nunca he visto más que ardillas comiendo nueces. No temo al bosque. Temo a lo que hay más allá de el. el bullicio de una ciudad que me aterra cada vez que la visito, soy una humana con costumbres extrañas y adoro estar alejada del mundo, me crié con mi abuela, según ella mi madre murió al parirme, eso no lo sé. Y quedé huérfana a temprana edad, entonces he aprendido a ingeniármelas para poder vivir.

Cuando los niños se marchan y el sol se inclina, Gunnhild me pide que vuelva pronto de dejarlos en sus casas, tenemos una camioneta vieja, donde los recogemos por las mañanas y los devolvemos a sus familias por las tardes.

Termino de entregar al último niño, hago una parada en una tienda a las afueras de la ciudad cerca del bosque, me compro un postre por que amo comer azúcar, vuelvo a la vieja camioneta para poder conducir en paz coloco un poco de música, pero al estar en un área espesa del enorme bosque escuchó ruidos ajenos a los que ya estoy acostumbrados, son tan altos que a pesar del volumen de la radio puedo escuchar.

No sé si fue un sonido o un impulso, pero algo me arrastra más allá del sendero habitual, donde las zarzas se enredan como venas y el aire huele a óxido. Llevo una cesta con ungüentos que no necesito, pero siempre cargo conmigo por si encuentro algún animalito herido, me gusta sanar y ellos son los primeros porque son inocentes e inofensivos. excusa suficiente para ir donde no debo.

Me quedo paralizada, al ver que no es para nada un animal lo que está haciendo el ruido estrepitoso, Primero, un charco de sangre. Oscura. Fresca. Luego, las ramas quebradas, los pájaros en silencio. Y por fin, a él.

Está tirado sobre un lecho de hojarasca, medio desnudo, con el cuerpo cubierto de cortes profundos. La piel parece quemada en algunos puntos, al parecer ha salido de un infierno de llamas, pero no veo fuego por ningún lado.

Un hombre. Pero no uno común. Hay algo salvaje en él, incluso dormido.

Sus costillas se alzan y creo que se está ahogando. Su mandíbula está apretada. sus facciones son bellísimas, es como si lo hubiesen dibujado y lo imprimieron para ser una creación única y divina, y en su cuello late una marca… una quemadura con forma de luna creciente.

—Dioses… —respiro, dando un paso atrás.

Sus ojos se abren. Negros. Intactos. Peligrosos. Y entonces gruñe.

Es un sonido que nace del fondo de la tierra. Un lamento, es escalofriante y me eriza la piel. Pero no me muevo. No sé por qué, pero no corro.

Él me observa, confundido, creo que percibe mi olor. Lo sé, lo siento. Inhala creo que mi presencia lo está incomodando. Como si quisiera hacer que desaparezca y no lo vea más, creo que no se esperaba que alguien lo viera en ese estado, tal vez lo atacó un oso, pudo caer de un tronco seco.

—¿Quién… eres? —gruñe con la voz rota.

Quiero mentir. Quiero decirle que me voy. Pero mi voz sale antes de mi voluntad:

—Me llamo Aeryn.

Él cierra los ojos, haciendo un gesto de ofensa, como si mi nombre fuera más asqueroso que la sangre que está perdiendo. Y entonces se porta tan grosero que de verdad me ganas de dejarlo ahí tirado

—No deberías estar aquí, tu olor me genera náuseas y me duele la cabeza, lárgate.

—Te falta educación— murmuro por lo bajo evitando ser tan obvia.

—No deberías haber venido —repite él, con la voz ronca creo que le duele algo cuando habla.

Su mirada me atraviesa. Es la clase de ojos que han visto mucho. Que han sido moldeados por la oscuridad. Pero no me muevo.

—Estás herido. Sangras demasiado. Voy a ayudarte.

—No— Su respuesta es tan seca, que parece una rama partida. —No necesito que me salves, humana —escupe, y su cuerpo tiembla al intentar levantarse.

"Humana". Me lo dice como si fuera una ofensa, como si él fuera un dios del universo, petulante estúpido.

—¿Acaso tú no eres humano? —pregunto, sin poder evitarlo. Con sorna en mi voz.

Él me mira. No responde. Pero su mirada es asesina y me quema la piel cuando me analiza a profundidad.




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