Elian
La noche cae en sombras espesas sobre la cabaña. Puedo oír el crujido de las ramas afuera, el ulular lejano de un búho, incluso el murmullo de las raíces cuando el suelo respira.
Pero nada… absolutamente nada… es más ruidoso que la mujer que se empeña en ayudar sin que se lo haya pedido. Sus ojos grises hacen juego con ese cabello crespo y gris que tiene, parece que hay sobre su cabeza una manada de pajaritos.
Su respiración. El leve roce de sus pies descalzos contra el suelo de madera. El latido de su corazón… lento, inocente… tentador.
Cada fibra de mi ser está en alerta. La herida en mi pecho quema y arde cada vez que ella se acerca. Siento el sudor enfriándose sobre mi piel, y la fiebre que mantiene mi piel más caliente de lo normal, hay momentos de delirio donde imagino cosas, las alucinaciones no han parado y mi cordura se ve tentada a caer en el abismo.
Es el hambre. La lucha por mantener encerrado al lobo que se agita debajo de mis huesos.
Apretando los dientes, me incorporo como puedo. Las vendas me oprimen el torso, como si fueran a detenerme. La transformación… si empieza… va a desgarrarlo todo. Incluyendo la cama… y quizá a ella. Desde bebe he tenido el control de mi transformación, pero esta vez me está siendo imposible controlar la bestia que habita en mí, y no sé porque el olor de esa humana me descontrola, me hace perder los estribos, la marca de la luna negra causada por el espectro me está debilitando y la única forma de sanar es estando en mis tierras, transformarme, sin embargo, no lo puedo hacer aquí delante de esta chica testaruda.
La puerta de la habitación se abre. Su figura se recorta contra la luz débil del fuego.
—Otra vez despierto — murmura con suavidad, cargando un cuenco de agua y un paño húmedo—. Tienes fiebre. Estás ardiendo. Debería llevarte con el médico del pueblo, mis hierbas son efectivas, pero tú estás renuente a curarte.
Se acerca. Se arrodilla a mi lado.
—No… te… acerques… —gruño, pero mi voz suena más animal que humana.
Ella ignora la advertencia. Como siempre.
—Shhh… tranquilo. Esto te aliviará.
Moja el paño y lo lleva a mi frente. El contacto de su mano es como fuego líquido. Mi piel reacciona al instante. Cada nervio se tensa, no le permito a nadie ponerme una mano encima. Pero esta testaruda que apenas y se su nombre no pide permiso para tocarme, se toma atrevimientos que no le corresponden.
—Tu cuerpo está en guerra consigo mismo, las heridas que cierran por la mañana parece que al caer la noche vuelven abrirse —susurra, pasando el trapo por mi cuello.
No tienes idea… Claro que se abren, tengo el veneno del espectro corriendo por mis venas contaminando mi sangre, debo convertirme para poder sanar y expulsar el veneno que dejó dentro de mí, pero para eso necesito que ella se largue y poder salir de aquí, correr a las profundidades del bosque ahí seguro puedo hacerlo sin que nadie me vea, necesito recuperar fuerzas para poder irme a casa.
Mi respiración se vuelve más pesada. Mi visión oscurece por segundos. Siento los colmillos queriendo alargarse, las uñas ardiendo, preparándose para desgarrar.
La quiero fuera. Necesito que se largue. Antes de que sea demasiado tarde.
—Vete — ordenó con voz demasiado pesada, apartando su mano con un manotazo tembloroso.
La chica frunce el ceño.
—No. No te voy a dejar solo así. Estás delirando. Tengo que hacer algo para cortar esa fiebre, creo que pescaste una infección y es lo que te tiene así.
Me río. Una risa amarga, rota.
—No es fiebre… carajo… —mi voz se rompe, más grave, más gutural—. Es la bestia… está… despertando…
Ella me mira confundida.
—¿Bestia?
Siento que mis huesos empiezan a crujir. El dolor de la transformación se filtra bajo la piel, como mil cuchillas arrastrándose por dentro.
—Sal… de… aquí… —gruño entre jadeos.
Pero Aeryn… terca, estúpida, valiente… me rodea el rostro con sus manos.
—No voy a dejarte. No así. No en este estado. Estas hablando tonterías, relájate un poco y deja que te ayude.
Su aroma me llena los pulmones. Tierra mojada… y esa jodida nota de algo que no logro descifrar. Algo que me llama. Que me provoca.
La bestia dentro de mí golpea más fuerte.
La agarro de la muñeca, demasiado brusco. Siento su pulso latiendo bajo mis dedos. Tan frágil… tan condenadamente viva.
Mi cuerpo entero tiembla. La quiero lejos. Pero también… la quiero cerca.
—Eres un peligro para mí… —le susurro contra la piel—. Y yo… soy la peor clase de peligro para ti…
La joven mujer traga saliva, pero no retrocede.
—No me importa.
Y en ese momento… Justo en ese instante… Sé que el control que me queda pende de un hilo tan delgado… Que podría romperse en cualquier segundo. Cierro los ojos. Respiro hondo. Me obligo a soltarla.
—Sal de esta habitación… —le ordeno con el último rastro de lucidez que me queda—. Y no regreses… hasta que amanezca.